Monasterio de Soandres (A Coruña) |
La investigadora María Luz Ríos[1]
señala que, al menos en Galicia, en los conflictos durante la
Baja Edad Media, se ha demostrado que los
campesinos nunca son solo campesinos, sino que están “contaminados” por
miembros de la baja nobleza rural y de la burguesía. Los señores pueden también
ser colectivos, como concejos urbanos y monarcas. Es decir, a la “cuestión
campesina” hay que añadir además los intereses políticos de las hidalguías
locales.
La mayor parte del campesinado gallego estaba
ligado a sus señores por medio de contratos forales, y las rentas en la
Baja Edad Media son sorprendentemente bajas
en relación a siglos anteriores –dice Mª Luz Ríos-: el quinto, el sexto o el
séptimo de la producción, frente a la mitad o tercio de la época precedente.
Las violencias de los campesinos contra sus señores, o las acciones jurídicas,
remiten siempre a nuevas imposiciones que dichos señores tratan de generalizar
por la vía de los hechos: apropiaciones por la fuerza bruta de sus bienes
–sobre todo ganado-, las usurpaciones de los comunales (por lo que no hay que
esperar a las desamortizaciones del siglo XIX para ver esto), los daños físicos
infligidos por los agentes señoriales… Las quejas de los campesinos remiten a
la inexistencia de una autoridad política, ya sea su señor jurisdiccional o el
rey, protesta también de los señores eclesiásticos contra la nobleza laica.
Se multiplicaron los posibles detractores de la
renta mediante el suforo, pero la violencia del campesinado gallego
bajomedieval no responde a un intento de cambiar de raíz el sistema, sino una
respuesta coyuntural ante cada abuso. La concesión de fueros con carácter
poblacional sirvió para extendr la condición vasallática fuera de las
jurisdicciones señoriales (coutos), lo que provocó conflictos interseñoriales e
interferencias jurisdiccionales.
Pero aparte la violencia –de unos y de otros-
señores y campesinos fueron capaces no pocas veces de resolver sus conflictos
con acuerdos, con pactos, y si todo esto fallaba, con demandas judiciales en
las que la enorme desigualdad de las partes introducía una grave distorsión en
las relaciones. En ocasiones la conflictividad era “de baja intensidad” o
permanecía larvada, mientras que los señores no recurrían a la violencia por
sistema, sino cuando fallaba todo lo demás, pretendiendo obtener una cobertura
jurídica a sus pretensiones.
En la Baja
Edad Media, sin embargo, el predominio señorial tuvo que
abrir un hueco a fuerzas emergentes, como la baja nobleza y las clases urbanas,
e incluso a los campesinos enriquecidos. En no pocas ocasiones la causa de la
conflictividad está en el incremento de la presión fiscal; entonces el
campesinado demuestra mayor fuerza y organización, llegando a curiosas
alianzas, algunas de las cuales serán instrumentalizadas por los más poderosos.
En todo caso estamos ante una sociedad más compleja, pues la condición de
campesino es diversa y así lo demuestran las fuentes, según ha demostrado la
autora. Los campesinos cumplían un papel insustituible, pues estaban citados
como agricolae, rusticii, terricolae,
laboratorii, populatorii, moradores, vecinos, serviciales, heredetarii, forarii, homines, vasallos.
Desde el siglo XIII surgen con fuerza comunidades rurales donde viven los
anteriores, pues aunque algunos no fuesen exactamente campesinos, sin duda
estaban muy relacionados con la agricultura, la ganadería y con la tierra.
El hecho es que a medida que aumentan los
conflictos y crece la violencia, aumenta el ritmo de recursos judiciales. Otra
cosa es que haya capacidad para hacer cumplir las sentencias; normalmente se
tenía al rey como último reducto de la justicia. En efecto, la sociedad
bajomedieval se jidicializa, las casas nobles (no no nobles) se llenan de
escrituras y cuando hay un conflicto violento lo primero por parte de los
campesinos es la destrucción de los documentos que acreditan los derechos de
sus señores. La autora cita el caso del abad de Soandres cuando era apuñalado y
clamaba: ay del Rey… terra sen justiça. En
1419 dicho abad intentaba reorganizar el archivo monástico comprendiendo la
estrecha ligazón entre la pérdida documental y la de bienes y derechos. El abad
se lamentó de que los campesinos abriesen la puerta primera, quebrantasen las
puertas de la torre donde estaban los tumbos y escrituras y se las llevasen del
monasterio.
La diversidad social, pues, durante la
Baja Edad Media, es enorme, lo que
demuestra en la documentación que la autora ha consultado, alcanzando gran
vitalidad los grupos intermedios de la sociedad, por ejemplo los campesinos
enriquecidos. En Galicia, sin embargo, la burguesía demostró una fuerza mucho
menor que en otras partes de España y de Europa. Una novedad es la personación
de los vasallos ante sus señores aportando las escrituras probatorias de sus derechos,
se iban arañando fragmentos de las propiedades señoriales o negando su derecho
a la percepción de ciertas rentas.
En 1484 cerca de cincuenta vasallos del señor
abad de Celanova, que usufructuaban casas, viñas y heredades en la zona de
Monterrei y Verín, realizaron la presentación de sus títulos forales ante el
representante del monasterio, y algunos presentaron varias cartas forales. Se
observa una variada casuística que se explica por la forma de gestión del
patrimonio señorial, pero sobre todo por la intensa explotación agraria de este
territorio. Esta presentación de títulos forales dio ocasión a un prolongado
conflicto, entre otras causas porque alguna carta foral se demostró falsa. El
monasterio estableció que en relación a la granja del couto de Mixós todos los
que pretendiesen usufructuar bienes presentasen sus justos títulos, pues de no
ser así serían despojados. Debe tenerse en cuenta que el producto rey de esta
zona era el vino, con gran valor añadido.
En el apeo de casas y heredades del monasterio
en Verín, en 1498, hay labradores, pero también barberos, clérigos, notarios…
Cada vez son más accesibles los documentos a un mayor número de grupos sociales
y personas. Antes, en 1495, la Real
Audiencia de Galicia había promulgado una real ejecutoria
contra Don Francisco de Zúñiga, señor de la villa de Monterrei, en la que se
ordena que el monasterio de Celanova sea amparado y defendido en la posesión de
Mixós, Pazos y Verín, con todas sus rentas y jurisdicción civil y criminal.
Después de los visto, no es extraño que, a
pesar de la peste negra, las grandes mortandades, la disminución de la
población, la conflictividad social, los abusos, muchos historiadores –en el
conjunto de Europa- consideren que la crisis bajomedieval fue un fenómeno positivo.
Falta por concretar en que medida en cada caso.
[1] “El valor de las escrituras: resolución de
conflictos entres señores y campesinos en la Galicia bajomedieval”.
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