martes, 22 de agosto de 2017

"Manifestación del designio divino"


Ruinas del castillo de Salvatierra
(Calzada de Calatrava)

“A primera hora de la mañana del 16 de julio de 1212, sobre las ondulaciones de la vertiente sur de Sierra Morena llamadas ‘Navas de Tolosa’ se alineaban los dos mayores y más poderosos ejércitos conocidos hasta la fecha en la Península Ibérica”, relata Martín Alvira Cabrer[1] en su tesis doctoral. A las órdenes del califa almohade, varios miles de hombres de diferentes razas y procedencias, pues aquel había convocado a todo al-Magrib, Ifriqiya y los países del Sur. El ejército cristiano estaba envuelto en cruces y con la bendición del “Señor de Roma”, expresión que corresponde al mismo califa. Allí estaban tres de los cinco reyes de España, las Órdenes Militares, las milicias de muchas ciudades e incluso tropas venidas de más allá de los Pirineos.

El obispo de Tui (Suero), entre otros, aseguró que Alfonso VIII de Castilla deseaba enfrentarse a los musulmanes para vengar la derrota sufrida en Alarcos (1195), y así mismo lo señala la más tardía “Primera Crónica General” de Alfonso X. El rey castellano decidió la batalla que se daría en las Navas de Tolosa en 1210, concibiéndola como “guerra justa de desquite” con un espíritu feudal y caballeresco. El autor de la tesis que aquí resumo ve así el concepto de “ultio”, el deseo de venganza que forma parte de la ideología feudal, y esa guerra estaria “consagrada por la divinidad”, porque esa misma divinidad había castigado a los cristianos en Alarcos.

El rey castellano, para preparar la batalla de 1212, hizo un deliberado esfuerzo diplomático y propagandístico a nivel continental, y concibió la campaña como ofensiva, todo lo contrario que en Alarcos. Aquí la batalla se dio en territorio cristiano, en Tolosa se dio en territorio musulmán. Los cronistas, durante la Edad Media, tendieron a personificar en los reyes los éxitos y los fracasos sin tener en cuenta otros factores. De ahí que cuando los éxitos militares venían, los reyes eran perfectos, exaltados, verdaderos motores de la historia. Solo a partir de la “Crónica Najerense” y, sobre todo, desde la “Chronica Adefonsi Imperatoris”, la historiografía comenzará a dejar de ser casi exclusivamente biográfica, dice el autor al que sigo.

La repoblación castellana de Béjar se hizo en 1209 y la de Moya (al este de la actual provincia de Cuenca) en 1210, “para tener ocasión de hacer la guerra a los sarracenos”, según Lucas de Tuy. A partir de aquí se dio una ofensiva castellana por tierras de Baeza, Andújar y Jaén, “confiando en la misericordia de nuestro Señor Jesucristo”, dice la “Crónica Latina”, lo que apoyaba el papa al menos desde inicios de 1209. Por su parte el califa preparaba un enfrentamiento notable contra los cristianos, independientemente de las algaradas sobre Andalucía. Pasó el estrecho con gran ejército, el puerto del Muradal[2] y asedió la fortaleza de Salvatierra, hoy en Calzada de Calatrava (Ciudad Real). Este asedio se dio en 1211, mientras que el castellano permanecía con su ejército cerca de Talavera. Grupos de musulmanes, entre tanto, arrasaban los alrededores de Toledo.

La caída de Salvatierra en poder musulmán hizo ver al rey castellano la necesidad de ser los cristianos los que ofendiesen en vez de defenderse, y estos hechos forman parte de esa “guerra feudal” que se desarrolla en toda la Cristiandad entre los siglos XI y XIII: continuas algaradas de rapiña, saqueos y caza de botín por un lado; ataques a fortalezas, asedios y tomas de plazas fronterizas, o como se dice en la Chanson des Lorrains: “La marcha comienza. Al frente están los exploradores e incendiarios. Tras ellos vienen los forrajeros cuyo trabajo es recolectar los botines y llevarlos al tren de bagaje principal. Enseguida todo un tumulto. Los campesinos, saliendo de sus campos, retroceden lanzando fuertes gritos. Los pastores reúnen sus rebaños y los conducen hacia los bosques vecinos… Los incendiarios ponen fuego a los pueblos y los forrajeadores los visitan y saquean…”.

Si hasta entonces Alarcos había sido la ofensa recibida que debía vengarse, Salvatierra fue por la que “lloraron las gentes y dejaron caer sus brazos”, y la trascendencia de ello se comprueba en la “Crónica Regia de Colonia” (1175-1220) y en otras fuentes de la época. A la oportunidad de reconciliación –dice Alvira Cabrer- con el Dios vengador de 1195, se une ahora la “tuitio”, la obligación de origen feudal de proteger al débil. En la península Ibérica el “tiempo de guerra” era aún más intenso y cotidiano que en el resto de Europa. Guerra de religión y guerra de conquista, la actividad militar se basaba en el sentimiento de inseguridad y el peligro de la constante amenaza musulmana.

Aunque el Duero y Sierra Morena fueran las auténticas “fronteras” entre civilizaciones, entre la Sierra de Guadarrama y el Guadalquivir se extiende, entre 1086 y el primer tercio del siglo XIII, una “zone frontiére” –dice E. Lourie- de villas militarizadas –la Extremadura y la Transierra- donde la guerra es una actividad cotidiana que ordena la sociedad, rige la economía y orienta las conciencias.


[1] “Guerra e ideología en la España medieval: cultura y actitudes históricas ante el giro de principios del siglo XIII”, Universidad Complutense de Madrid, 2000.
[2] Al norte de La Carolina (Jaén) y al sur de Almuradiel ( Ciudad Real).

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