Antiguo edificio de la Inquisición mallorquina Fotografía tomada del "Diario de Mallorca"
“Se mandaron levantar
tablados [en la iglesia de Santo Domingo]: uno a la parte de la Epístola en
igual plano de la peaña (sic) del Altar, que se había revelado sobre el
pavimento de la Iglesia nueve gradas, y en este tablado adornado ostentosamente
estuvieron bajo dosel carmesí con magestad de Tribunal, los Señores
Inquisidores comenzando por la parte de arriba el más antiguo”. Así comienza el
relato de los preparativos para un auto de fe habido en Palma de Mallorca en
1679.
“Enfrente de éste –continúa-,
a la parte del Evangelio, sobre la misma línea de pavimento e levantaban como
aparador, ocho gradas de maderaje desnudo hasta rematarse en la pared para
asiento de los reos, con proporcionado soslayo que los exponía al registro y
curiosidad de casi toda la iglesia. De esta parte se desprendía un corredor con
barandado basto, que era la calleja de amargura por donde se habían de conducir
los Reos (sic) a oír sus sentencias en una como jaula bolada, hacia el frente
del Altar, en proporcionada distancia”.
Aparte la mentalidad
que se pone de relieve en todos estos preparativos, no se oculta una buena
cantidad de odio, que quizá no era sentido por los que juzgaban y los que
presenciaban el espectáculo, hasta tal punto habría calado en las gentes la
maldad de muchos cristianos viejos.
“A uno y otro lado –continúa
el relato- se habían hecho otros tablados más bajos, que explayándose en las
Capillas colaterales, salían a ocupar casi todo el espacio que corre entre las
espaldas del Coro bajo, y las Capillas. El primero y segundo de la parte del
Evangelio se celaban con celosías para embozo respetuoso de la autoridad del
Ilustrísimo Sr. Marqués de la Casta[i],
Virrey y Capitán General de este Reino, y los Muy Ilustres Señores Jurados, el
Sr. Marqués del Belpuche…”, y siguen citándose las personas que tenían asiento
en aquel lugar embozado, entre otros, “ciudadanos militares”, un cirujano y el
cabildo de la catedral.
“En los de enfrente se
lucía la Nobleza Mallorquina en las más principales Señoras que los ocupaban.
Todo el Templo estaba majestuosamente adornado con ricas colgaduras de damasco
y terciopelo carmesí, y atestado todo de los más lucido y grave de la Ciudad,
sin haber tribuna, coro, ni sobrecoro que no estuviera lleno”, lo que habla del
interés y curiosidad que despertaban estos autos de fe, sin que parezca cupiese
sitio para la compasión. Ocupaba “autorizadamente” la primera tribuna de la
Epístola Don Pedro de Alagón[ii],
arzobispo de Mallorca.
Llegado el día fueron conducidos “de muchos Familiares por entre innumerable gentío de todo sexo, estado y edad, desde la Inquisición hasta el dicho Templo de Sto. Domingo, veinte y cinco reos…”.
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