jueves, 2 de julio de 2020

El tradicionalismo intransigente


El 22 de agosto de 1888 “El Siglo Futuro” publicó un largo artículo, suscrito por otros periódicos tradicionalistas (24) con motivo de su expulsión del partido carlista por el pretendiente Carlos de Borbón y Austria-Este, al que en ocasiones se ha llamado “duque de Madrid”.

El asunto es que este miembro de la rama carlista, en pleno régimen de la restauración borbónica en España, fue partidario de cierta transigencia, no en vano el carlismo había sido vencido varias veces a lo largo del siglo XIX en el campo de batalla. El pretendiente comprendió que ya no era posible volver al antiguo régimen, aunque siguió pidiendo la unidad católica, lo que implicaba la prohibición de otras confesiones. Por otro lado el carlismo de este pretendiente aceptaba el derecho de asociación y la existencia de unas Cortes estamentales, bien que la monarquía seguía siendo considerada de origen divino.

Pero esto parecía excesivo a los más intransigentes, como los que se congregaban en torno al periódico “El Siglo Futuro” y otros[i], señalando que la expulsión se había producido por haber negado competencia al pretendiente para cambiar la doctrina del partido carlista hacia el acomodamiento a los nuevos tiempos. Señalan estos periódicos que no hay otra autoridad superior a la espiritual, no importándoles que se les tilde de perturbadores y rebeldes si es por defender las esencias del más acrisolado carlismo (tradicionalismo).

No se rindieron estos periódicos “a los deseos del Sr. Duque de Madrid”, diciendo que con ansia buscaron la manera de acomodar sus convicciones al nuevo programa carlista, pero que no la hallaron, “ni se puede hallar”. Por encima de todo está –dicen- “nuestra conciencia”.

En el citado artículo se recuerda al ya fallecido Cándido Nocedal, pero no se hace mención alguna a sus orígenes progresistas, sino solo a su militancia neocatólica y carlista. No aceptan los periódicos citados otra cosa que no sea la “verdadera restauración, que no sufre nuevas, exóticas constituciones, antes exige restablecer la ley antigua, la secular y tradicional constitución española”. No aceptan que pueda tener “el monarca pensamiento propio”, preguntándose por qué está la monarquía en el naufragio donde ha zozobrado cuanto se relaciona con Dios”. Son partidarios de que se consulte al papa, pero sin el papa y sin las Cortes (se refieren a las tradicionales) no es posible hacer “la tolerancia religiosa en beneficio de los herejes extranjeros”.

Nada de división de poderes, considerando una palmaria contradicción que las Cortes puedan entender en los asuntos legislativos, nada de aceptar “un partido escéptico que anteponga lo material a lo moral y religioso, que dé más valor a la rebaja de tributos que a la ley de matrimonio civil”. Los periódicos a la cabeza de los cuáles parece estar “El Siglo Futuro”, reprochan a “D. Carlos que en recientes documentos manifieste un espíritu de templanza, denunciando “la carta que de Venecia vino imponiendo silencio, so pena de perderse la gracia de D. Carlos”[ii].

Dicen estar deseosos de obedecer hasta donde la conciencia lo permitiese (“obedecimos y callamos –dicen- aunque bien inútilmente”). Luego añaden que su bandera es la española “que tiene por lema el santo nombre de Dios, con que se significan la soberanía social de Jesucristo y las enseñanzas de su Iglesia[iii]. Se refieren a la máxima “Dios, patria, rey” considerando que esas palabras están en el orden correcto, situando por delante del rey a Dios y a la patria… señalando que hubo tiempos en los que en Castilla no había reyes, sino jueces y condes; y que Aragón y Barcelona tuvieron condes y no reyes; que Vizcaya se rigió con sus señores; que en Asturias y en la España entera no hubo reyes hereditarios sino electivos.

Para estos periódicos y los que con ellos estaban, la enseñanza debía sujetarse a la autoridad de la Iglesia “y a su magisterio infalible”; se habrían de reconocer todas las preeminencias, privilegios y fueros eclesiásticos establecidos en los sagrados cánones; “la España tradicional no quiere regatear a la Iglesia de Dios sus derechos”, esos que con tanta frecuencia, de forma genérica, aparecen reivindicados en muchos documentos eclesiásticos.

Después de Dios está la patria, dicen, y las familias deben estar reducidas a la concordia, viviendo comunalmente, formando municipios, provincias, clases, instituciones y corporaciones. Añaden que les parece odioso ir al liberalismo por medio del cesarismo como por el camino de la soberanía popular, sentando en el siglo XVIII la época en que “se transfiguró y se perdió a España, dando al césar todo el poder”.



[i] “El Centinela”, “Lo Crit de la Pátria”, “La Cruz de la Victoria”, “El Diario de Cataluña”, “El Diario de Lérida”, “El Diario de Sevilla”, “Dogma y Razón”, El Eco Cascantino”, “El Eco de Qeralt”, “El Estandarte Riojano”, “El Éuskaro”, “La Fiderlidad Castellana”, “El Fuerista” y otros, todos los cuales firmaron el manifiesto del 22 de agosto de 1888 publicado en “El Siglo Futuro” (y seguramente en cada uno de los citados).
[ii] El pretendiente pasó parte de su vida en varias ciudades europeas, entre ellas Venecia, y probablemente desde allí escribió la carta a la que se hace referencia.
[iii] Diez años antes, en 1878, el papa León XIII había publicado una encíclica sobre el socialismo, el comunismo y el nihilismo; en 1882 otra sobre la situación de la Iglesia católica en España; pero faltaban tres años para la “Rerum novarum” sobre las relaciones entre capital y trabajo.

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