domingo, 5 de julio de 2020

Zaqueo se sube a una higuera



Dice Paulino Iradiel que en todas las ciudades de tamaño medio y grande de la Península, uno de los conflictos y enfrentamientos más frecuentes entre elite mercantil, artesanado y política fiscal municipal era la compraventa al por menor por los sectores artesanales y de los extranjeros en la ciudad[i]. El mismo autor señala que el punto cardinal de la fiscalidad de la época (se refiere a la Baja Edad Media) es la ciudad, su economía y su cultura político-institucional, y añade que “núcleo del sistema fiscal sobre las manufacturas fueron las ciudades, cada una cabeza de un espacio territorial reducido que comprendía su gobernación o simplemente su territorio”.

Aunque la teoría, desde hacía tiempo, señalaba que el fin de la fiscalidad era la “causa justa” o el bien de la comunidad, en la realidad vemos abusos, fraudes, ilegalidades, conflictos, etc. Con los recursos obtenidos mediante la fiscalidad se reconstruían murallas, fosos, se construían puentes, otras infraestructuras y se pagaba la defensa de la ciudad. Siguiendo al mismo autor citado, en todas las ciudades y centros urbanos menores, la relación entre política y economía revela el papel dominante de las instituciones locales, más que estatales, en la promoción o en la desmotivación de las actividades industriales, siendo así que la mayoría de ellas tuvieron un desarrollo sin precedentes en los sectores artesanales, que va paralelo al ascenso vertiginoso de la fiscalidad indirecta.

El motor principal para las haciendas locales fue el comercio, y el impulso prioritario residió en la actividad crediticia y en la inversión especulativa de arrendamientos. Como en otras partes de Europa, también aquí el mercado externo precedió, con mucho, al mercando interno como estímulo para el crecimiento.

Paulino Iradiel estudia en la obra citada abajo el área mediterránea de la Península (Corona de Aragón y Murcia) señalando la difusa deslocalización de las actividades manufactureras ligadas a privilegios, públicos o señoriales, que benefician a numerosos centros de diversa dimensión y a burgos rurales. Los casos de Barcelona y Valencia son distintos: en estas ciudades –dice- el peso de la industria, del capital y del volumen de población permitió armonizar las economías de sus respectivas regiones, pasando de la pluralidad de centros competitivos (siglo XIII) a uno en que cada “ciudad capital” representaba el punto nodal del crecimiento y de la innovación.

Esto sucede especialmente en la industria textil lanar y sedera, pero también en la construcción, cerámica, construcción naval, cuero, etc. Este fenómeno puede verse también, en parte, en Zaragoza, Lérida, en menor medida en la ciudad de Mallorca e incluso en algunas zonas castellanas de Murcia, Córdoba, Toledo o Ciudad Real. Durante el siglo XV todavía dominaba el proteccionismo local que pocas ciudades dominantes fueron capaces de controlar totalmente.

En Valencia ciudad la fiscalidad directa fue disminuyendo (aunque se mantuvo en los centros menores) hasta desaparecer completamente a partir de inicios del siglo XV, mientras que la indirecta se va imponiendo en las sisas[ii] (desde 1330-1340) sobre draps (paños), cueros, tejidos, lino, esparto y otras manufacturas. El constante volumen de los impuestos estuvo relacionado, como es lógico, con el mayor volumen de mercancías en movimiento (materias primas, instrumentos de trabajo, productos acabados) aunque esto no es lo único que se persigue por las autoridades, sino conseguir “fama y honra”, por eso uno de los objetivos era impedir que los productos de las zonas rurales pudieran hacer competencia a los de la ciudad (aquellos eran tenidos de peor calidad).

Especialmente frecuentes fueron las disposiciones proteccionistas en territorio valenciano, en pugna con la presencia en los mercados del Mediterráneo oriental, por la concentración de la producción en manos de pelaires y tintoreros y por la entrada constante de pañería castellana. Las décadas centrales del siglo XV fueron especialmente críticas para la pañería valenciana cuando, según alguna fuente, el oficio de “perayria” era el más importante de la ciudad. Hasta el mismo Consell de Mallorca prohibió, en 1499, la introducción de paños valencianos, pero ya en 1467 el monarca catalano-aragonés había prohibido la entrada total de paños castellanos que no fueran de “pinte e aparell” (¿lujo?).

Lo cual sucede en Murcia con relación a la pañería rural de Yecla, Chinchilla, Jumilla, Albacete y Molina; en Orihuela impidiendo la entrada de los paños valencianos, y en menor medida en otras ciudades como Córdoba o Toledo. Cada ciudad impuso sus propias reglas de protección del mercado interno, lo que supone la existencia de centros urbanos con autoridad amplia y reconocida para establecer regímenes aduaneros y favorecer fiscalmente a los productos locales, pero se mantuvo la tendencia a admitir la producción rural con la condición de que los paños fueran iguales en calidad, peso y medidas a los de la ciudad, o que entraran crudos para ser tintados y acabados en la ciudad dominante. Nunca se prohibió la entrada de paños extranjeros (flamencos, franceses o florentinos, y a veces ingleses) de calidad superior o inexistentes en la producción local.

Otra cosa es la existencia de personajes como el Zaqueo evangélico, que haciéndose con la contrata pública para cobrar los impuestos, aumentaba las cantidades a que estaban obligados los contribuyentes haciéndose así inmensamente rico.



[i] “Fisco y política económica de la manufactura urbana”.
[ii] Gravaba ciertas cosas que se vendían y para que se mantuviesen los tipos de pesos y medidas.

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