Dice Paulino Iradiel
que en todas las ciudades de tamaño medio y grande de la Península, uno de los
conflictos y enfrentamientos más frecuentes entre elite mercantil, artesanado y política fiscal municipal era la
compraventa al por menor por los sectores artesanales y de los extranjeros en la
ciudad[i].
El mismo autor señala que el punto cardinal de la fiscalidad de la época (se
refiere a la Baja Edad Media) es la ciudad, su economía y su cultura
político-institucional, y añade que “núcleo del sistema fiscal sobre las
manufacturas fueron las ciudades, cada una cabeza de un espacio territorial
reducido que comprendía su gobernación o
simplemente su territorio”.
Aunque la teoría, desde
hacía tiempo, señalaba que el fin de la fiscalidad era la “causa justa” o el
bien de la comunidad, en la realidad vemos abusos, fraudes, ilegalidades,
conflictos, etc. Con los recursos obtenidos mediante la fiscalidad se reconstruían
murallas, fosos, se construían puentes, otras infraestructuras y se pagaba la
defensa de la ciudad. Siguiendo al mismo autor citado, en todas las ciudades y
centros urbanos menores, la relación entre política y economía revela el papel
dominante de las instituciones locales, más que estatales, en la promoción o en
la desmotivación de las actividades industriales, siendo así que la mayoría de
ellas tuvieron un desarrollo sin precedentes en los sectores artesanales, que
va paralelo al ascenso vertiginoso de la fiscalidad indirecta.
El motor principal para
las haciendas locales fue el comercio, y el impulso prioritario residió en la
actividad crediticia y en la inversión especulativa de arrendamientos. Como en
otras partes de Europa, también aquí el mercado externo precedió, con mucho, al
mercando interno como estímulo para el crecimiento.
Paulino Iradiel estudia
en la obra citada abajo el área mediterránea de la Península (Corona de Aragón
y Murcia) señalando la difusa deslocalización de las actividades
manufactureras ligadas a privilegios, públicos o señoriales, que benefician a
numerosos centros de diversa dimensión y a burgos rurales. Los casos de
Barcelona y Valencia son distintos: en estas ciudades –dice- el peso de la
industria, del capital y del volumen de población permitió armonizar las
economías de sus respectivas regiones, pasando de la pluralidad de centros
competitivos (siglo XIII) a uno en que cada “ciudad capital” representaba el
punto nodal del crecimiento y de la innovación.
Esto sucede
especialmente en la industria textil lanar y sedera, pero también en la
construcción, cerámica, construcción naval, cuero, etc. Este fenómeno puede
verse también, en parte, en Zaragoza, Lérida, en menor medida en la ciudad de
Mallorca e incluso en algunas zonas castellanas de Murcia, Córdoba, Toledo o
Ciudad Real. Durante el siglo XV todavía dominaba el proteccionismo local que
pocas ciudades dominantes fueron capaces de controlar totalmente.
En Valencia ciudad la
fiscalidad directa fue disminuyendo (aunque se mantuvo en los centros menores)
hasta desaparecer completamente a partir de inicios del siglo XV, mientras que
la indirecta se va imponiendo en las sisas[ii]
(desde 1330-1340) sobre draps (paños), cueros, tejidos, lino, esparto y otras
manufacturas. El constante volumen de los impuestos estuvo relacionado, como es
lógico, con el mayor volumen de mercancías en movimiento (materias primas,
instrumentos de trabajo, productos acabados) aunque esto no es lo único que se
persigue por las autoridades, sino conseguir “fama y honra”, por eso uno de los
objetivos era impedir que los productos de las zonas rurales pudieran hacer
competencia a los de la ciudad (aquellos eran tenidos de peor calidad).
Especialmente
frecuentes fueron las disposiciones proteccionistas en territorio valenciano,
en pugna con la presencia en los mercados del Mediterráneo oriental, por la
concentración de la producción en manos de pelaires y tintoreros y por la
entrada constante de pañería castellana. Las décadas centrales del siglo XV
fueron especialmente críticas para la pañería valenciana cuando, según alguna
fuente, el oficio de “perayria” era el más importante de la ciudad. Hasta el
mismo Consell de Mallorca prohibió, en 1499, la introducción de paños
valencianos, pero ya en 1467 el monarca catalano-aragonés había prohibido la
entrada total de paños castellanos que no fueran de “pinte e aparell” (¿lujo?).
Lo cual sucede en
Murcia con relación a la pañería rural de Yecla, Chinchilla, Jumilla, Albacete y Molina; en Orihuela impidiendo la entrada de los paños valencianos, y en menor
medida en otras ciudades como Córdoba o Toledo. Cada ciudad impuso sus propias
reglas de protección del mercado interno, lo que supone la existencia de
centros urbanos con autoridad amplia y reconocida para establecer regímenes
aduaneros y favorecer fiscalmente a los productos locales, pero se mantuvo la
tendencia a admitir la producción rural con la condición de que los paños
fueran iguales en calidad, peso y medidas a los de la ciudad, o que entraran
crudos para ser tintados y acabados en la ciudad dominante. Nunca se prohibió
la entrada de paños extranjeros (flamencos, franceses o florentinos, y a veces
ingleses) de calidad superior o inexistentes en la producción local.
Otra cosa es la
existencia de personajes como el Zaqueo evangélico, que haciéndose con la
contrata pública para cobrar los impuestos, aumentaba las cantidades a que
estaban obligados los contribuyentes haciéndose así inmensamente rico.
[i] “Fisco y
política económica de la manufactura urbana”.
[ii] Gravaba
ciertas cosas que se vendían y para que se mantuviesen los tipos de pesos y
medidas.
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