martes, 16 de febrero de 2021

La policía de los carlistas


Dice José Ramón de Urquijo[i] que la idea de que el carlismo estuvo apoyado por el pueblo, mientras que los liberales lo reprimieron, es un error. Esta interpretación surgió durante la guerra y, de hecho, la policía española no es una creación del liberalismo, sino del absolutismo.

Cuando la Inquisición entró en crisis, hasta el punto de que ni el mismo Fernando VII quiso reponerla, sí en cambio “secularizó el aparato inquisitorial" al crear en 1824 la Superintendencia General de la Policía del Reino[ii]. Ahora bien, en un principio el dominio era ejercido a través de las autoridades municipales y eclesiásticas, que mantenían un control casi absoluto. Se conservan numerosas circulares sobre servicio de quintas en las que se ordena a los Ayuntamientos y a los eclesiásticos que las organicen, lean las circulares en los púlpitos y denuncien a los desertores[iii].

Pero la llegada de don Carlos a mediados de 1834, inició un proceso de centralización, al tiempo que el deterioro evidente del apoyo popular al carlismo trajo la necesidad de un único sistema de represión en manos del Gobierno. Se hablaba entonces de planes de las logias masónicas tendentes a preparar atentados contra don Carlos, y si bien la policía de Fernando VII había sido creada para perseguir a los liberales, las vicisitudes políticas la convirtieron en instrumento fundamental de persecución de los realistas hacia 1830.

Una Real Orden de 1836 señaló que la Policía debía ser pagada por quienes la hacían necesaria, “los excluidos de la elección activa o pasiva de empleos municipales, y los confinados, multados o… penados por su adhesión al partido de la revolución usurpadora…”[iv]. Y, en el mismo año, el Ministro de Gracia y Justicia de don Carlos, Miguel Modet, expuso al pretendiente las bases para la instauración de una policía distinta de la fernandina, cuya principal función sería proteger al “rey”, que ya había sido objeto de varios intentos de atentado, una policía política que no debía ocuparse de “la prevención y represión de los demás delitos y crímenes”, que seguirían estando en manos de las autoridades locales, donde se puso de manifiesto el deseo de no restar un ápice los poderes forales.

También la Diputación de Guipúzcoa elevó al “rey” una propuesta en el mismo sentido, aunque con una concepción más amplia de la vigilancia; debía evitarse “la influencia de los desafectos a V. M”. Al empezar la guerra en 1833 muchos liberales habían huido hacia las zonas controladas por el ejército de la reina, y los carlistas procedieron al secuestro de sus bienes. De todas formas, esa policía carlista debía hacerse con mucha cautela en cuanto al gasto, pues los pueblos vascos empezaban a notar la presión por la situación de guerra, impuestos y reclutamientos de los que estaban exentos por los fueros. El espíritu de entusiasmo popular, en 1837, ya no era tanto a tenor de un informe como el del Comisario de las Encartaciones:

El espíritu político de los 4.000 vecinos que encierra este Distrito es, en general, de lo mejor que puede desearse… Ellos han dado sus hijos, los han vestido, los curaron y se empobrecieron con exacciones y suministros. Empero, la guerra va larga y el entusiasmo se amortigua con no tener ya qué dar ni qué comer esta población rural y en la mayor parte pobre”.

En el año 1836 un Real Decreto definió las características del primer cuerpo policial carlista, pero se hablada de instituciones “poco españolas, justamente odiadas” y se extendía a todo el territorio con autonomía bastante, pudiendo actuar la policía en todos los temas. El siguiente paso lo dio Arias Teijeiro[v], que en el mismo año solicitó al rey la creación de la policía de fronteras con el objeto de vigilar las villas, “ya que ni aún en ellas hay entusiasmo realista”, y evitar la influencia extranjera, por lo que la policía se va a convertir en un cordón sanitario (dice Urquijo), ya que las autoridades locales no se mostraban tan entusiastas como en un principio y cada día había más contestación interior.

Para evitar esta situación se creyó necesario “poner en cada pueblo de los más marcados un Comisario de Vigilancia”, tal y como ya se había hecho en Eibar, cuyo nombramiento estaba llamado a coordinarlos a todos. Pero la labor represiva, en opinión de Arias Teijeiro, no bastaba, y se debía actuar también de forma preventiva, por ejemplo, “preparar y dirigir buenas elecciones de Autoridades municipales, materia que por su trascendencia ha llamado justamente la soberana atención…”. De esta forma el Comisario de policía pasaba a ser una función política que se situaba por encima de las autoridades locales.

Urquijo apunta que los lugares donde se pensaba nombrar comisarios eran diez en Guipúzcoa, uno en la costa (Zumaya) “por donde se creen frecuentes las comunicaciones con San Sebastián, Bilbao y Francia"; otros diez en Vizcaya (Miravalles u otro cercano a Bilbao fue uno); cuatro en Álava y cinco en Navarra (Santisteban, sobre la línea enemiga de los valles de Aezcoa, Salazar y Roncal). “La dotación [para financiar esto] no debe satisfacerse en modo alguno sino por los desafectos a S. M., tomando por base para esta calificación la exclusión que se haya hecho o hiciere para la elección activa o pasiva de empleos municipales, haber sido multado, confinado u (sic) en otro modo penado por adhesión al partido revolucionario…”.

Pero también se decía, en relación a los fueros, que era “una medida excepcional y transitoria que subsistirá sólo cuando las circunstancias que la producen; es una necesidad indispensable como tantas otras consiguientes a la heroica decisión de los Vascongados y sin la cual peligran sus mismos Fueros peligrando la existencia de las Provincias con la del Rey N. S….”. Así se nombró un Subdelegado general de Estella y comisarios en La Borunda y Santisteban, Zumaya, Vergara, Eibar, Tolosa, Villarreal[vi], Oñate, Plencia, Orduña, Miravalles, Orozco, Ochandiano, Salvatierra y Villarreal[vii]. Casi todos los nombrados tenían la carrera de leyes y solo en dos casos no se precisan los estudios. Se habla de la fidelidad que habían demostrado al carlismo, pero hay un asunto –dice Urquijo- que provocará problemas a la hora de actuar: su origen geográfico.

Solo cinco son vascos y de pueblos cercanos al que han sido destinados, viéndose con recelo a uno que era gallego, a otro de Madrid, etc. Aparte de la xenofobia, y más en un momento de afluencia en la que llegaban y vivían a costa de los autóctonos, es indudable que estos forasteros necesitasen fiarse de las autoridades locales o de informadores, a fin de conocer la realidad de dichos pueblos. La fase final iba a causar más problemas: la autoridad de Lequeitio escribió al Comisario Regio que “para hacer el informe sobre desafectos sería necesario residir en cada uno de los pueblos y vigilar la actuación de las personas”, pidiendo personal para este fin. La autoridad de Guernica dice al Comisario Regio que “ha pedido al alcalde de Bermeo las listas de los desafectos”. El Comisario de Fronteras pide “un oficial que entienda la lengua del país, dado que se presentan bastante número de personas en esta Comisaría a solicitar pases”[viii].

El síndico de Vizcaya se mostró contrario al establecimiento de la policía pero, a pesar de ello, la Diputación la mantuvo, siempre –decía- transitoriamente y sin intención de vulnerar los fueros de Vizcaya. Urquijo apunta que ello nos sitúa en una de las problemáticas fundamentales del conflicto carlista. Ciertos sectores insistieron en la unidad esencial de la sublevación: la sagrada causa del Altar y el Trono. Otros insistían en el argumento foral, pues para ellos el fuero es una forma de poder y se trataba de defenderlo, pero en ningún momento se solicitó la reunión de las Juntas Generales, a pesar de que la situación bélica lo permitía. De haberse reunido ¿habría autorizado aquellas exacciones, aquellos funcionarios foráneos, aquellas novedades policiales?


[i] “Represión y disidencia durante la primera guerra carlista…”.

[ii] Urquijo cita la obra de Martín Turrado, “Origen y creación de la policía española”.

[iii] Urquijo cita el Archivo de la Diputación de Vizcaya.

[iv] Esta Real Orden corresponde al pretendiente, no al Gobierno.

[v] Nacido en Pontevedra, en 1799, en 1821 huyó a Portugal. Sirvió a Fernando VII y luego a don Carlos. En 1839 huyó a Francia y volvió a España más tarde, donde murió en 1867.

[vi] Es Villarreal de Urrechúa, en el interior de Guipúzcoa.

[vii] Villarreal de Álava, al norte de su provincia.

[viii] Se refiere al euskera como “el idioma vulgar”. 

Fotografía: pazo de Pías, Ramallosa (Pontevedra), residencia de José Arias Teijeiro (sites.google.com/site/familiateixeiro/arias-teixeiro)

lunes, 15 de febrero de 2021

Campamentos romanos

 

Inclinaciones y terrazas preceden al cerro de Castarreño, al sur de Sasamón, en el oeste de la provincia de Burgos. En dirección oeste y noroeste, diversos autores[i] han elaborado un mapa con los diversos campamentos militares romanos que se habrían establecido para someter a los pueblos indígenas de la Península Ibérica en las décadas finales del siglo I antes de Cristo. Los trabajos se han desarrollado entre los años 2018 y 2020, consistentes en labores de prospección y teledetección en las provincias de Burgos y Palencia.

Entre Sasamón y Herrera de Pisuerga hay poco más de 36 km., encontrándose la mayor parte de los campamentos romanos de la época indicada en torno a la segunda población citada, pero también en torno al río Burejo[ii], que nace en Colmenares de Ojeda[iii] y luego atraviesa otras villas con el topónimo Ojeda, desembocando en el Pisuerga, en Herrera. También hubo otros campamentos cerca de Osorno, Sotresgudo y La Vid de Ojeda.

En estos campamentos (cuarenta según los autores citados abajo) se apostaron seis legiones romanas. El Cerro Castarreño (Olmillos de Sasamón)[iv] quedó integrado en el dominio romano a finales del s. I a. C.[v], lo que supuso cambios en el paisaje: los poblados indígenas fueron abandonados y los pobladores se asentaron allí donde las autoridades romanas decidieron, por ejemplo Segisamo, la actual Sasamón. A partir de éste momento se empezaron a construir calzadas, acueductos y otras obras públicas, además de explotarse los campos de forma más intensa.

Los turmogos[vi] eran el pueblo dominante en esta zona antes y durante el dominio romano, habiéndose estudiado otros enclaves militares y el antiguo trazado de las calles de la Segisamo romana. También se ha estudiado un foso para el que ya contamos con una publicación (que yo sepa), debida a Jesús García Sánchez[vii]. Parece que fue construido en torno al año 600 a. de C., cuando se produjo la primera ocupación del cerro, habiéndose encontrado en él abundantes materiales cerámicos, huesos y objetos hechos en hierro, así como posibles fragmentos de equipamiento bélico indígena y romano.

¿Qué interés tenía Roma en dominar estas tierras y a sus habitantes? Parece que, aparte de redondear el dominio de la Península Ibérica, acceder a las minas de las que se tenía noticia en el norte, sobre todo en las actuales provincias de Palencia, Asturias, León y las interiores de Galicia. El área entre Sasamón y Herrera, a pesar de su corta distancia, es la de transición desde la Meseta norte a las estribaciones de la cordillera Cantábrica, extremo difícil de dominar por las legiones romanas, hasta el punto de que los valles más orientales (los vasco-navarros) quizá nunca fueron objeto de dominio por parte de Roma, llegando sus pobladores a época visigoda sin romanizar.

Incluso en el año 19 a. de C., en el que se da por terminada la guerra, o sucesión de ellas, contra los pueblos cántabros y ástures, cabría pensar que el dominio no fue absoluto, pero sí suficiente para la explotación de las riquezas mineras del noroeste. Para ello fueron necesarios esos cuarenta campamentos romanos, entre el río Pisuerga y la meseta burgalesa.


[i] Esperanza Martín Hernández, Antxoka Martínez Velasco, Diego Díaz Alonso, Fernando Muñoz Villarejo y Laura Bárcenas Rodríguez.

[ii] Por el oeste del Pisuerga, en dirección sureste, en el curso alto de éste río.

[iii] Al norte de la provincia de Palencia.

[iv] Ver aquí mismo “Romanos en el valle del Odra”.

[v] Burgos conecta.

[vi] A ellos se refieren, pero de forma no muy extensa, Estrabón, Plinio del Viejo y otros autores clásicos posteriores.

[vii] “El foso del cerro Castarreño, Olmillos de Sasamón…”.

Fotografía: puente sobre el río Burejo (Wikipedia). 

domingo, 14 de febrero de 2021

Tener el favor de los dioses

 

                                                                   Relieve del ara pacis

Tito Livio escribió, en relación a una de las guerras que la ciudad de Roma tuvo con los samnitas, que estos comprendieron nada les saliera bien porque habían incurrido en una guerra impía “emprendida en contra de un tratado, –dice- teniendo a los dioses más que a los hombres merecidamente en contra…”, por lo que tenían que pagar un alto precio en expiación por aquella guerra.

En efecto, para los romanos de los más antiguos tiempos de la monarquía, y para el tiempo de la república, tener a los dioses de su parte era esencial si se quería el éxito en el campo de batalla. Para ello había que cumplir con una serie de requisitos.

También Livio dejó escrito: “Qué necesidad había, en efecto, de garantes o de rehenes en un tratado, si estos concluyen con la súplica a Júpiter de que golpee al pueblo responsable de que no se respeten las condiciones pactadas de la misma forma que el cerdo es golpeado por los feciales[i]?”. Y continúa: “el juramento por las piedras se efectúa así: … toma en su mano una piedra, y tras jurar por la fe pública, dice lo siguiente: Si cumplo éste juramento, que todo me vaya bien…”, pero de lo contrario la victoria sería para los enemigos y, tras decir esto, “arroja la piedra de su mano [el sacerdote fecial]”.

En cierta ocasión, dice Livio, “se dio orden a los feciales de trasladarse a África para formalizar el tratado, y entonces, a petición suya, se aprobó un senadoconsulto en los siguientes términos: Cada uno llevaría consigo una piedra de sílice y un ramo sagrado, y cuando el jefe romano les ordenase formalizar el tratado, le pedirían a él las hierbas sagradas”.

Señala María Bailón García[ii] que el “verbenarius” era uno de los sacerdotes feciales especializado en la formación de tratados. Los delegados o jefes militares designados por el pueblo romano para firmar los tratados recibían un manojo de hierba, con tierra y raíces (verbena), llegados desde el Capitolio. El sacerdote “verbenarius” transportaba los racimos sobre su cabeza, como símbolo de la patria ausente. La verbena designaba todas aquellas hierbas sagradas utilizadas en ceremonias religiosas, siendo especies resistentes como el olivo, el laurel, el romero o el mirto.

En Roma –dice Bailón García- no había distinción significativa entre el poder civil y el militar (y el último siglo de la República es buen ejemplo). El concepto de “pietas” era uno de los valores tradicionales de la sociedad romana, basado en intentar alcanzar la perfección respecto a la justicia, la lealtad, etc., y este concepto se extrapolaba a la familia y a los antepasados. Esta “pietas” romana tenía, por tanto, un amplio significado, conllevando, en lo religioso, la observancia de ritos y ceremonias.

La historia de Roma, como la de cualquier imperio, está llena de largos períodos de guerra con el exterior, y la época republicana se caracterizó por la lucha entre patricios y plebeyos, además de por extender los dominios de la ciudad en el exterior, primero en Italia y luego en torno al Mediterráneo, lo que continuó en época imperial. Pero los romanos tuvieron siempre la intención de que –al menos aparentemente- los agredidos fuesen ellos. Se ponía, pues, cualquier pretexto, para que esto fuese así, denominándose el motivo del conflicto que Roma esgrimía contra la potencia rival “rerum repetitio”, reclamación o exigencia no negociable, y estas reclamaciones se efectuaban mediante leyes feciales.

Para la declaración de guerra, Roma necesitaba el beneplácito de los dioses. El “pater patratus”, uno de los feciales, convocaba a Júpiter como testigo de que el pueblo romano cumpliría los acuerdos pues, de no ser así, caería la furia del dios sobre Roma igual que el cerdo escogido para el sacrificio inmediato realizado por el sacerdote. El cerdo representaba el perjuro y la piedra ritual era del templo de Júpiter Feretrius (el que presencia la firma de los contratos).

Con el tiempo se abandonaron estas prácticas: algunos filósofos no creerían en los dioses; los jefes militares debían saber que o planteaban acertadamente sus estrategias o no habría dioses que se apiadasen de ellos, más allá de la justificación o no de la guerra, pero el trabajo de Marta Bailón permite conocer la mentalidad religiosa y ritual de una civilización antigua como la romana.


[i] Formaban un colegio de veinte sacerdotes responsables de regular las relaciones diplomáticas de Roma con otros pueblos.

[ii] La conquista de Iberia y el derecho fecial…”. De éste trabajo se hace el presente resumen.

sábado, 13 de febrero de 2021

Judíos en Marruecos

 

En el siglo XIX, y cabe pensar que con anterioridad, los judíos estaban sometidos en Marruecos a un régimen oprobioso. Cualquier jenízaro podía detener y golpear al primer judío que encontrase con la seguridad de que su abuso quedaría impune. El simple testimonio de dos musulmanes, ante la queja de un judío, dejaba a éste en la más absoluta indefensión. A los judíos, como en otros países, no les estaba permitido vivir en los mismos lugares de los musulmanes, quedando encerrados por la noche en sus barrios, cuyas puertas se cerraban hasta el día siguiente.

Los judíos realizaban los trabajos más humillantes y debían ceder el paso cuando se encontraban con un musulmán, pues de lo contrario se arriesgaban a sentir el yatagán (cuchillo curvado); tenían que vestir diferenciadamente y quitarse las babuchas al pasar por delante de una mezquita o frente a la casa de un cadí. No les estaba permitido montar a caballo, pero sí en asno y, eventualmente, en mulo, pero debían apearse si un musulmán se cruzaba en su camino. También estaban obligados a esperar en las fuentes para que cogiesen agua los musulmanes primero, aún estando antes allí los judíos.

Ciertas actitudes eran castigadas con la pena de muerte, como observar a las musulmanas jóvenes, agredir a un musulmán, intrigar contra el gobierno o dirigir la mirada al interior de una mezquita cuando los musulmanes estaban rezando[i].

Todos los judíos eran considerados esclavos del dey (jefe) o del emperador, no podían viajar sin permiso y debían depositar fuertes sumas como garantía de que regresarían. Cualquier turco podía entrar en casa de un musulmán y maltratar a sus habitantes, además de comer a su costa. En Marruecos ningún musulmán podía ser ajusticiado por haber dado muerte a un judío, pero matar a un cristiano estaba castigado con la pena capital. Los judíos raras veces se atrevían a denunciar los tratos que recibían, pues solía ser inútil.

El emirato de Muley Abderramán en Marruecos fue largo, entre 1823 y 1859, año de su muerte y, como sus predecesores, se empeñó en sofocar las múltiples revueltas de las tribus beréberes. También se caracterizó por el continuo enfrentamiento que tuvo con las potencias europeas que tenían cónsules y delegados comerciales en algunas de las ciudades marroquíes, permitiendo los ataques berberiscos contra los europeos.

Francia derrotó al ejército de Muley en un conflicto suscitado porque éste apoyaba la causa nacionalista argelina (1844) y también se enfrentó a España en 1859 a causa de la piratería, volviendo a ser derrotado[ii] en el contexto de la política de “prestigio” que había emprendido O’Donnell[iii].

Pero antes, en 1844, había sido asesinado el vicecónsul de España en El Yadida, en la costa atlántica marroquí, siendo esto solo una muestra de los múltiples atropellos de Muley. Víctor Darmon, judío al servicio de España, había nacido en Marsella de padre tunecino y madre francesa.

Establecido en Mazagán (El Yadida) en la década de los treinta, se dedicó al comercio pero fue objeto de numerosas socaliñas (rapiñas) y extorsiones, por lo que se trasladó a Casablanca. Esto molestó a las autoridades locales, que lo denunciaron ante el sultán Muley. En ese momento Darmon era agente consular de España y Gran Bretaña con categoría de vicecónsul, despertando numerosos antagonismos entre judíos y musulmanes, ya que su educación europea le alejaba del fanatismo con el que los judíos de Marruecos practicaban su religión. Además estaba la prosperidad económica que había conseguido Darmon, lo que despertaba la rivalidad de los demás.

El bajá de Mazagán apeló al sultán para que fuese desterrado de Casablanca y dos soldados apresaron a Darmon, ordenando el sultán su encarcelamiento en Azemmour[iv] hasta que pagase 32 quintales de pólvora que adeudaba. Darmón reconoció la deuda, pero alegó que también otros tenían deudas con él y que la pólvora no tardaría en llegar, además de apelar a su inmunidad consular. El sultán no tuvo en cuenta esto y lo mantuvo incomunicado, pero Darmon pudo conseguir que el cónsul general de España se enterase de su situación.

Estos hechos tuvieron lugar entre los últimos meses de 1843 y principios de 1844, cuando el cónsul español consiguió que se permitiese a Darmon ir a Mazagán previo pago del importe de la pólvora, pero no acabaron aquí las arbitrariedades contra el vicecónsul, que fue maltratado cruelmente, aunque quedó libre y reponiéndose de sus heridas. El bajá informó al sultán de los hechos tergiversándolos, de forma que aparecía Darmon como culpable de las agresiones, lo que provocó que se le arrestase nuevamente. Los agentes consulares de varios países protestaron unánimemente, advirtiendo al sultán de las graves consecuencias de su actitud, e incluso el agente de Cerdeña, en cuyo domicilio se había refugiado Darmon, se opuso a que los hombres del bajá entrasen en su residencia para detenerle. De nada valió porque los soldados violentaron la residencia del agente de Cerdeña, apresaron a Darmon y le condujeron a la cárcel.

El sultán ordenó que el vicecónsul fuese ejecutado y el bajá reunió a los agentes consulares para informarles de ello, pero haciéndoles ver que por su parte pediría al sultán la rectificación de dicha orden. Pasados unos días, sin embargo, uno o dos soldados se presentaron en la cárcel de Mazagán para que se les entregase al preso, se le condujo a un descampado y dispararon sobre él, pretendiendo cortarle la cabeza, a lo que Darmon suplicó que le rematasen de un tiro antes de hacerlo. Así fue, entregando la cabeza al bajá. El escándalo que esto provocó entre los representantes comerciales de los países fue enorme.

Desde éste momento las repercusiones internacionales fueron en aumento. España envió un ultimátum al sultán con una serie de exigencias y el sultán tardó en responder, mientras el rebelde argelino Abdel Kader había dejado su país acosado por las tropas francesas y se refugió en Marruecos. Estableció su campamento en las proximidades de Oujda con unos 450 infantes y 250 jinetes. Su “smala”, formada por su familia y las de los jefes leales, se encontraba a algunas jornadas de marcha en el oasis de Gaoun, situado entre Chelala y Figuig, al sur del desierto (interior del país).

Abdel Kader supo sacar partido de la tirantez entre el sultán y España, difundiendo los belicosos proyectos que había publicado la prensa española, pero tergiversándolos para favorecer sus intereses: si conseguía que el sultán  se enfrentase a Francia, habría obtenido un poderoso aliado en su lucha contra dicho país. Su intención era proclamar la “yihad” para expulsar a los cristianos de los territorios islámicos, organizando un levantamiento impulsado a partir de proclamas religiosas.

La guerra enfrentó al sultán de Marruecos con Francia, destacando la batalla de Isly, en agosto de 1844, en el extremo norte de la frontera entre Argelia y Marruecos. También fue bombardeada y capturada, por la marina francesa, la isla de Mogador, cerca de la costa atlántica de Marruecos. Abdel Kader regresó a Argelia dos años más tarde para dirigir las revueltas que estallaron en varios lugares.

El sultán fue vencido y perdió influencia, pero lo curioso de éste asunto es que el conflicto inicial con los judíos de su imperio y con la diplomacia española, le llevó a una guerra con Francia por el solo hecho de haberse instalado en Marruecos un rebelde argelino…


[i] Esta descripción corresponde a Jorge Luis Loureiro Souto.

[ii] Ver mcnbiografias.com

[iii] Una interesante obra es la de Bat Ye’or, “Textos de viajeros, comerciantes y diplomáticos europeos por Marruecos en el siglo XIX”.

[iv] En la costa atlántica, cerca de Casablanca.

Fotografía: alminar de una mezquita marroquí.

viernes, 12 de febrero de 2021

Preste Juan

 

                                                          Monolito en Axum (Etiopía) **

La antigüedad de las campañas del macedonio Alejando en Asia, las embestidas de los hunos en Europa, el interés de Roma por Mesopotamia y Germania, son algunos ejemplos que pueden servir para abonar la idea de que, aunque no hubiese existido la leyenda medieval del Preste Juan, unos y otros hubiesen tenido interés por conocer nuevas tierras, extender los horizontes, navegar por nuevos mares. Colón no tuvo necesidad del Preste Juan para llevar a cabo su empeño, en dirección contraria a donde, ya en el siglo XV, se suponía aquel reino, lo que hoy conocemos por Etiopía.

De la misma forma se navegó por el Índico hasta llegar a Asia por mar, pero para buscar las especias cuyo comercio habían interrumpido los turcos.

En la Edad Media no disponer de mapas, o ser estos imprecisos, fue un inconveniente para los viajeros, máxime para los que hacían grandes recorridos. El desconocimiento de lejanas tierras (para los europeos) dio pie a supersticiones, una de las cuales el reino de alguien que gobernaría en Asia, luego se dijo que en África, a una comunidad cristiana totalmente desconectada del resto. Hasta el siglo XVII se estuvo con la idea de encontrar, o al menos comunicarse, con aquel Preste Juan que gobernaba un reino esplendoroso y rico. Los mapas así lo reflejaron, situando al sacerdote-rey en lejanas tierras que, solo a partir del siglo XIII, empezaron a situarlo en Etiopía.

El mapa de Mercator[i] sirvió de base para el de Ortelius*, fueron el origen del conocimiento de la forma, aún no definitiva, de las tierras emergidas pero nada de este se sabía, obviamente, a mediados del siglo XII, cuando aparecen las primeras referencias de parte de Hugo, un obispo de la ciudad de Jabala[ii], que se reunió con el papa para pedirle ayuda. Del encuentro dio noticia Otto von Freising[iii], también obispo, en su obra “Chronica sive Historia de duabus civitatibus” a mediados del siglo XII. Hugo habría contado al papa que el Preste Juan, en Asia central, se había convertido al nestorianismo (herejía nacida en el siglo IV debida a Nestorio[iv], entonces patriarca de Constantinopla) y vencido a varios reyes musulmanes, conquistando Ecbatana (en Irán). Luego habría querido conquista los “santos lugares”, pero una crecida del río Tigris se lo impidió.

Dos décadas más tarde habría llegado al emperador bizantino Manuel I Comneno, una carta del Preste Juan, el cual se la envió al primer emperador del Sacro Imperio, Federico I Barbarroja y a otros príncipes cristianos. De esta carta se hicieron numerosas copias no exactamente iguales, por lo tanto hubo interés en que se conociese la existencia del tal Preste Juan. Mario Ruiz Morales[v] considera que dicha carta pudo haber sido una falsificación interesada, debida a alguna autoridad nestoriana, que conocía la obra de Freising.

El contenido de la carta –dice al autor citado- era tan ególatra como fantasioso, pues se decía que el palacio del Preste Juan había un gran espejo en lo alto que permitía ver todo lo que ocurría en los países vecinos… Se hablaba también de guerras y de grandes comidas en las que participaban reyes, duques, condes y ¡cómo no! obispos y arzobispos junto al patriarca de Santo Tomás (según la tradición la tumba de éste santo se encontraba en Asia[vi]).

El papa Alejandro III, en 1177, envió a su médico como emisario a la corte del Preste Juan, pero de éste nunca más se supo y Ruiz Morales señala que la carta que portaría el médico podría no ir dirigida al Preste Juan.

Pero ¿por qué se inventó este Preste Juan? En 1141, en Katvan, cerca de Samarcanda, los mongoles vencieron (esto sí es histórico) a tropas musulmanas, concretamente el emperador de Kara-Khitai, derrotó a su homólogo persa, llegando los ecos de esto a Europa, donde se adjudicó a dicho emperador que era cristiano. Otra cosa es que convertir su nombre (Korkhan) en Juan fue realmente difícil y nunca se llegó a conocer el reino del llamado Preste Juan.

Considerando que en Asia no se encontraba el reino imaginario[vii] (se viajaba a dicho continente por la ruta de la seda) se pensó en localizarlo en África, concretamente en Etiopía, donde, en efecto, había una comunidad cristiana, también nestoriana, fundada por Frumencio y Edesio de Tiro en el siglo IV, el primero, primer obispo de Axum, al norte de la actual Etiopía. El portugués Enrique “el navegante”, empezó entonces su empeño descubridor.

El monje y cartógrafo Mauro[viii] hizo constar en su mapa de 1459 la existencia de una gran ciudad en Etiopía, que sería la sede del Preste Juan, y en 1490 el explorador portugués Pêro da Covilhâ entregó al Negus (nombre de los emperadores de Etiopia desde 1300 aproximadamente) una carta del rey de Portugal para que se la entregase al Preste. El etíope se sorprendió, pero los viajes se hicieron desde entonces intermitentes.

La necesidad de creer en la existencia de cristianos allende las tierras y mares, la mentalidad supersticiosa medieval, el afán de notoriedad de algunos personajes, todo ello contribuyó a esta falsedad que no es la única en la historia.


[i] Gerard Mercator fue un flamenco que vivió en el siglo XVI, estableció una proyección cartográfica que lleva su nombre.

*Abraham Ortelius, otro flamenco del siglo XVI, compuso el primer atlas moderno: “Theatrum Orbis Terrarum”.

[ii] Jableh, en la costa siria.

[iii] Hija de Leopoldo III, margrave de Austria.

[iv] Defendió que Cristo tenía dos naturalezas (divina y humana) en una misma persona.

[v] “El Preste Juan, un personaje legendario en la cartografía histórica”.

[vi] Así lo recoge el portulano de Abraham Cresques (1375) o atlas catalán (aunque el autor era judío mallorquín) el mejor mapamundi del medievo.

[vii] Jordanus Catalani, dominico obispo en la India, señaló en 1324 que allí no había reino alguno de ese tipo. En la época, no obstante, se entendía por India, desde el sur de Sahara hasta China.

[viii] Monasterio de San Michele de Murano.

** ancient-origins.es

jueves, 11 de febrero de 2021

Demencia y ciencia en la Amazonía

 

                                                                         Ecoticias.com

Llenar los espacios ignorados fue un objetivo de los inmigrados a América y algunos intentos de ello fueron espectaculares –dice Mariano Cuesta- como los de Ursúa y Francisco Vázquez por parte española, los de Pedro Texeira y Raposo Tavares por la portuguesa.

Una de las travesías por el Amazonas estuvo caracterizada por la demencia. La expedición de Ursúa alcanzó la mayor fama por lo lamentable de su desarrollo, teniendo el viaje más de epopeya que de exploración. En ella se originaron una suma de vivencias sobre e infrahumanas que han sido tenidas en cuenta por varios autores[i]. La exploración de Ursúa había sido sancionada por el virrey del Perú (Andrés Hurtado de Mendoza) que liquidó Lope de Auguirre. Allí se dieron las pasiones más bajas, hasta el punto de que Felipe II prohibió citar el nombre de Aguirre y la Audiencia de Santo Domingo dictó una sentencia condenatoria sobre aquel; las autoridades de Tocuyo (Venezuela) declararon indignos de todo a sus hijos, pero se conservan algunos topónimos como “pongo de Aguirre” en Perú y “puerto del Traidor” en Venezuela.

Lope de Aguirre, provisionalmente, salió triunfante, “más por animoso que por cristiano”, aunque sus acompañantes parecieron una banda de dementes. Podría tratarse de liberar la energía existente para buscar El Dorado o el País de la Canela. La expedición de Ursúa fue financiada difícilmente por algún clérigo, Isabel, la amante de aquel, y con la venta de caballos. Se reunieron 300 españoles, 25 negros, 600 indios y otros pobladores más; el resultado, penalidades sin cuento, sufrimiento, miedo hasta el terror a lo largo de toda la travesía del Amazonas, un río escenario según Cuesta Domingo.

Ursúa actuó como un insensato al dejarse acompañar por su amante y por Aguirre. La expedición, comenzada en 1560 desde las fuentes del Amazonas, descendió hasta el río Huallaga, donde se construyeron dos barcazas, pasando así ante el Ucayali y el Napo hasta que, cansados, vararon en el río Purús y descansaron durante un mes.

Luego vino la apatía y la defección de Ursúa, moviendo Aguirre los hilos para no regresar al Perú, asesinar a aquel y avanzar. Se construyeron otras barcazas y al nuevo capitán, Fernando Guzmán[ii], lo mató Aguirre por su propia mano más tarde, a Isabel y a otros también, instaurando el terror en el lugar que ha recibido el nombre de Matanza. Ciega la sangre –dice Cuesta Domingo- la expedición avanzó con rapidez hasta la isla Margarita (mediados de 1561) con la intención de tomar Panamá y atacar Perú. Las tropelías fueron descritas por un testigo, Álvaro Acuña, que declaró en la Audiencia de Santo Domingo que Aguirre mató o hizo matar a treinta y seis personas y en la isla Margarita seis más, y en tierras de Venezuela prosiguió con las muertes que incluyeron a su propia hija.

Aguirre entró en tierra venezolana y tomó las ciudades de Valencia y Barquisimeto y, poco después, se hizo matar por dos de sus hombres (había sido indultado con anterioridad en Perú de una condena a muerte).

Muchas muertes pero quedaba por averiguar sobre la Amazonía casi todo, labor que correspondió a otros: en grupos de dos a seis misioneros, se fueron adentrando y sufriendo, como cuando se produjo la rebelión de los quijos en 1578, lo que provocó la venganza de los españoles. Los misioneros tenían la intención del proselitismo, pero nos han dejado relaciones, cartas, crónicas y mapas, con importante información sobre ríos, clima, asentamientos, modos de producción, transporte, vocabulario, ritos y creencias. Se promovieron las comunicaciones mediante trochas o caminos estrechos.

El jesuita Font mostró interés por el alto Amazonas y por los habitantes de las islas “ricas” del río Marañón. El espacio de los temibles jíbaros fue visitado por varios, el último Diego Vaca[iii] en 1619, que fundó San Francisco de Borja en la ribera del Marañón. Esta ciudad fue germen de la gobernación de Mainas y otros alcanzaron el Pongo de Manseriche, en el mismo río, al norte del actual Perú. Los horizontes geográficos fueron ampliados por Agustín de Ahumada, hermano de Teresa de Ahumada, y fueron importantes las fundaciones jesuitas y franciscanas. Estas, en 1586, consistían en doce conventos que, en 1635, se extendieron a 117 puntos misionales sobre territorio de los indios cofanes, omaguas, encabellados, avijiras y maynas.

Dos frailes destacados fueron Domingo de Brivea y Laureano de la Cruz[iv]; el primero llevó a cabo la travesía de América del Sur por su máxima dimensión en el sentido de los paralelos, lo que sirvió de estímulo a los portugueses para llevar a cabo expediciones en dirección contraria (este-oeste): incorporaron puntos estratégicos de las confluencias fluviales de los ríos Negro, Japurá, Napo, Içá, Branco, Xungú, Tapajoz y Solimoes. Destacaron Diogo Nunes, jesuita, en 1538 al país de Machicaro (¿), el ensayo de Simao Estácio da Silveira[v] para abrir una vía fluvial hasta el Perú, la expedición de Luis Aranha de Vasconcelos[vi] (1623) por el Amazonas y la de Mendes de Morais (1730) en el Napo. Con anterioridad, las de Teixeira y el bandeirante Raposo Tavares.

Teixeira, con algo más de setenta soldados más cuatro españoles que habían descendido por el Amazonas y 900 indígenas, con abundantes medios, realizó la travesía desde el río Pará hasta Carnapijó, Marajó y Marapatá hacia el Tocatins, hasta llegar a un asentamiento donde hoy está la ciudad de Óbidos (al norte de Brasil, en el Amazonas medio). Esta expedición cruzó ante la desembocadura del Madeira, luego ante el Negro y, ascendiendo por su curso, superó la desembocadura del río Cuchiguará[vii] (Purús) hasta Cutuá y río Tefé, al noroeste de Brasil. Luego, en territorio omagua, sobrepasó el río Juruá (o de las Barreras), el Juratí (o río del Cuzco) y el Javari. Desde aquí Teixeira envió un grupo de avanzada que alcanzó Quito, dando por concluido el primer viaje en el que se remontaba el Amazonas y en el que la participación del clérigo Brieva había sido decisiva[viii]. Las aportaciones antropológicas, geográficas y cartográficas fueron importantes.

Todo esto se consolidó cuando, en el siglo XVIII, el padre Samuel Fritz hizo un mapa muy conocido después de dieciséis años de trabajos. Los científicos se abrieron paso, como es el caso de La Condamine[ix] y durante el siglo XIX se generalizaron las expediciones a países lejanos, siendo ya muchos los que contribuyeron al conocimiento del Amazonas, el río Beni, el Napo, tierras de Venezuela, el Ucayali, los ríos Ené y Huallaga, el Madera y el Purús. Participaron geógrafos, naturalistas y otros científicos, entre los que destaca Humboldt[x].


[i] Tirso de Molina, Mozans, Ortigueira, Bayo, Palma, Sénder, Otero Silva, Torrente Ballester. “Primeros exploradores sobre una geografía…”.

[ii] Nacido en 1540, murió en el Amazonas con solo veintiún años (no es segura la fecha de su nacimiento).

[iii] Militar natural de Siete Iglesias, cerca de Medina del Campo. Falleció en Ecuador en 1627.

[iv] Participó en el conocimiento del río Marañón.

[v] Natural de Azores, participó en la conquista del Marañón.

[vi] Gobernó en el norte de Brasil y en el Marañón.

[vii] Nace en Perú y desemboca en el Amazonas al este de Manaos.

[viii] Esto permitió, andando el tiempo, que Portugal se hiciese con buena parte de la Amazonía.

[ix] Naturalista, matemático y geógrafo, midió el meridiano en el Ecuador valiéndose de su recorrido por el Amazonas.

[x] En el siglo XX destacó el ferrolano Iglesias Brage, que realizó una expedición científica a Perú con la ayuda de otros, conociendo la selva de los indios jíbaros. De éste viaje se obtuvieron informaciones geográficas, botánicas y etnográficas. Contó con el apoyo del gobierno republicano español en 1932.

Fuente: "Primeros exploradores sobre una geografía...", Mariano Cuesta Domingo.