Cuando China se constituyó en imperio, a finales del
siglo III antes de nuestra era (dinastía Ch’in) y luego se consolidó como tal
con la dinastía Han durante los siguientes cuatro siglos (hasta 220 de nuestra
era), la sociedad china era –como cabe suponer- eminentemente agraria, pero muy
desarrollada, no marítima, y utilizaba técnicas tradicionales en un espacio que
carece de articulación geográfica definida. Las familias campesinas vivían
autárquicamente y enviaban sus productos o se desplazaban por medio de una red
de canales. Los intercambios eran propiciados desde el gobierno en manos de los
mandarines, una casta de funcionarios preparados para administrar el imperio
que solían tener conocimientos de arquitectura, ingeniería, administración y
gobierno, además de ser los principales propietarios.
El Estado era burocrático y los mercaderes y artesanos
eran minoría. Los mandarines tenían todos los poderes y privilegios, incluso el
de reproducirse en el mando, pues tenían el monopolio de la educación. Era
una elite improductiva, pero necesaria para coordinar el
trabajo productivo. Los mandarines confeccionaban el calendario, organizaban el
transporte y los intercambios, ordenaban la construcción de caminos, canales,
diques, represas y estaban a cargo de todas las obras públicas, especialmente
las destinadas a prevenir las sequías e inundaciones; guardaban las reservas
contra el hambre e impulsaban los proyectos de irrigación, pero estaban en
contra de toda especialización.
Los mandarines habían de pasar por una serie de
exámenes que demostrasen su capacidad para ejercer la administración; la
filosofía imperante y única era el confucianismo; a pesar de que el taoísmo se
oponía, el Estado era poderosamente intervencionista, lo controlaba todo,
enemigo de los inventos[i], si
se producían se aprovechaba de ellos. Era un estado jerárquico y autoritario,
paternal (en el peor sentido de la palabra) y tiránico, se valía de una policía
secreta que alentaba sospechas mutuas, incluso entre los mandarines, y la
justicia era arbitraria, descansando el orden en el terror. Las razones de
Estado estaban por encima de todo e incluso los mandarines, que tenían mucho
poder, individualmente no eran nada[ii]. El
Estado era contrario a toda empresa privada, aunque lógicamente debió haberlas,
sobre todo en el comercio y el transporte.
Los intelectuales del imperio formularon la idea de
que el cielo, la tierra y el hombre formaban una triada eterna, por lo que el
deber principal era comprender las leyes del cielo, tanto en lo religioso como
en lo físico. Se debía atender siempre a los asuntos relacionados con la
tierra, en especial los que atañían a la irrigación. Los sabios Han insistieron
en que el bienestar económico era la base de la moralidad, pero probablemente
esto no fue más que una teoría, pues habría multitudes de chinos pobres. Lo que
la gente deseaba –decían- era tener riqueza, de forma que si no se podía
adquirir por medios honestos se recurriría a otros, por ello el gobierno era el
responsable de la conducción moral del pueblo.
El confucianismo fue un sistema filosófico que
predicaba la paz y la prosperidad, la moral y la educación, los ritos en la
religión, la música y la literatura, conocimiento éste último que solo era
accesible para unos pocos. Los sabios tuvieron varios éxitos rodeando al
emperador sin responsabilizarlo de las decisiones que tomaban ellos; el emperador
debía perdurar por medio de su dinastía, y esta era la forma de limitar el
poder absoluto (teórico) del emperador. Pero no siempre éste fue una figura
pasiva, pues era el representante viviente de todo el orden, al que se debía
piedad filial, que era extensiva en las familias, como se comprueba en la obra
“Clásico de la piedad filial”, donde al autor atribuía a Confucio la frase de
que “la piedad filial es la base de la virtud…” y esta piedad tenía precedencia
sobre todas las demás responsabilidades.
Los efectos políticos de esta doctrina fueron enormes
en el período Han y posteriormente. En cuanto a las malas acciones de los
gobernantes, ocasionaban dislocaciones en la naturaleza, y de ahí los eclipses,
las plagas de langostas, los animales raros, que eran atribuidos al mal
gobierno. Esta forma de pensar se extendió a Corea y Japón.
Con el paso del tiempo estas ideas sufrieron cambios,
pero de nuevo se pusieron en vigor durante la dinastía Sung, interrumpida por
la dinastía Yüan (mongola) y se reanudó con la dinastía Ming (segunda mitad del
siglo XIV-primera del XVII). Así se llegó al neoconfucianismo, liberado de los
elementos budistas y taoístas. Cuando unos gobernantes eran sustituidos por
otros, los primeros se retiraban en silencio a lugares solitarios, preparándose
para la vuelta cuando ello fuese propicio, pero todo lo dicho no evitó
sufrimientos innumerables a la población.
La clase mercantil nunca se atrevió a desafiar al
Estado, aunque el intervencionismo de éste privase a aquella de libertad para
hacer. Predominó la inversión en riegos y en la tierra, antes que fundar
empresas industriales, por ello los mercaderes se acercaron al Estado y
llegaron a formar parte de él; si algunos podían pagar la educación de sus
hijos, estos podrían llegar a ser preparados gobernantes, pero también se dio
la compra de puestos…
Contrasta el centralismo político con la
descentralización económica, pues las explotaciones agrarias, las pequeñas
empresas artesanas y los comerciantes estaban atomizados en una miríada de
casos; el clan predominaba sobre el individuo, de forma que la sociedad china
se desarrolló en dirección opuesta a occidente, donde las ideas racionalistas e
ilustradas –antes durante el Renacimiento- hicieron de los derechos
individuales un objetivo primordial. Pero gracias a la centralización del poder
se pudieron llevar a cabo obras grandiosas, como la Gran Muralla o el Gran
Canal[iii].
En un imperio tan extenso pero conexo, con una
población tan numerosa, el Estado solo pudo sobrevivir mediante ideas como la
de que “el pueblo es como la hierba, el gobernante como el viento”, según sopla
el viento así se inclina la hierba...”.
[i] El
papel permaneció ignorado por el mundo exterior durante mucho tiempo, al igual
que la imprenta, utilizada por los budistas para la propaganda religiosa, y la
letra de cambio fue empleada por los empresarios privados a pesar de la
propensión a que el Estado lo controlase todo.
[ii] Omar
Martínez Legorreta, “El servicio civil en la China imperial”. En éste trabajo
se basa el presente resumen.
[iii] Obra
del siglo VII en un primer momento.
Ilustración: entreorienteoccidente.wordpress.com
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