Mapa del istmo de Panamá
De entre lo mucho que se ha investigado y escrito sobre
América, pocos resúmenes podrán encontrarse que tengan tanto vigor e
importancia como el de Mariano Cuesta Domingo[i].
Los descubridores, exploradores, fundadores, colonizadores fueron –dice-
foráneos y anduvieron por un espacio no conocido para ellos, dejando una
profunda huella y un rastro enorme. Vieron América como un espacio hostil y
excepcional, desconcertados por el obstáculo que se les presentaba.
En primer lugar la lejanía y su inmensidad, los grandiosos
llanos, las colosales sierras, la heterogeneidad étnica, los climas con sus
grados de humedad, la escasa comunicación interregional, los alimentos
extraños… Todo ello produjo una gran morbilidad entre los pobladores e
inmigrados y una gran mortalidad entre los indígenas, no siendo éste el único
precio que pagaron[ii]. El
Nuevo Mundo mostró a los inmigrados grandes manglares, terribles desiertos
áridos, helados o verdes.
Si la conquista –más la colonización- produjo grandes cambios
ecológicos, a partir de 1519 se produjo una aceleración debido a la potencia
cultural de los inmigrados, manifestada sobre todo en su capacidad náutica y en la fragilidad de los indígenas. Desde finales del siglo XV se asistió a un
trepidante proceso de descubrimientos, pero estos fueron epidérmicos,
poniéndose de manifiesto el atrevimiento de los inmigrados, que poco después
llevarían a cabo el más profundo fenómeno de la colonización, llevando también consigo
secuelas lamentables que, de acuerdo con la naturaleza humana, no pudieron ser
evitadas.
Pronto empezó el proceso de capitulaciones y el desarrollo
cartográfico en Europa, propiciado por la Casa de Contratación. El “Padrón
Real” fue perfeccionado continuadamente pero, en un primer y prolongado
momento, solo mostró la fachada atlántica de América, pues la que asoma al
Pacífico se ignoraba.
Los que viajaban a América eran pocos, con pertrechos calculados y repuestos indispensables; efectuaban visitas de urgencia recorriendo las costas, haciendo aguadas, carnajes y cogiendo leña; realizaban observaciones que luego se pasaban como información geográfica a Sevilla. Tres expediciones pretendieron una clara y fulminante supremacía, llegado el año 1519: el de la elección del rey Carlos como emperador, el de la publicación de la primera Geografía del Nuevo Mundo (la “Suma” de Fernández de Enciso), el del inicio del viaje descubridor de Magallanes y Elcano, el del comienzo de la expedición de Cortés y, clave para el Pacífico, el año de la fundación de Panamá.
Luego vino explotar el éxito, reconocer el interior del
continente, que fue lento, fatigoso, peligroso y caro, aunque con resultados
culturales ricos. En definitiva –dice Cuesta Domingo- conocida la existencia
del continente, tocaba conocer el contenido del mismo. Primero se vivaqueó,
pero luego se urbanizó, se sometió y se difundieron los valores de los
inmigrados; se alteró la organización previa y a todo ello llamamos
colonización.
Aquellos hombres aprovecharon sus armas (lengua, religión, leyes) y herramientas diversas (las armas clásicas), dando lugar a la
organización de virreinatos, gobernaciones, audiencias, obispados,
universidades… y, contra todo pronóstico, se impusieron. Eran, en las primeras
décadas, unos 5.500 hispanos y otros europeos que consiguieron frutos muy
escasos. Si esto es así ¿qué objeto tenía continuar? La certidumbre se queda,
siguiendo la apreciación de Díaz del Castillo: “… y también por haber riquezas,
que todos los hombres comúnmente buscamos”. Pero a la postre, lo comido por lo
servido, porque los que se enriquecieron también derrocharon, siempre jugando
en los extremos, llevando a cabo una generosidad manirrota típica del nuevo
rico.
Después de quemar las naves, Cortés se vio en un lago con su
propio Gobernador, único que podía echarle una mano, convertido en enemigo.
En México, al principio eran 508 más los pilotos y marineros, otros 109, según
Bernal, a los que hay que añadir 397 que llegaron con Narváez y 147 más en años
posteriores. En Perú, 112, aunque luego desembarcaron 180; luego llegaron
Almagro y Pedro Alvarado. La “burbuja de la construcción del Imperio” hizo
subir la cifra hasta 100.000 y quizá otros tantos clandestinos, dice nuestro
autor citando a Boyd Bowman, para el siglo XVI. Y tamaño esfuerzo solo sirvió
para conseguir insignificantes beneficios personales.
De los inmigrados emergió una clase superior, entre los que
hubo incluso sublevados contra su rey (por ejemplo, Lope de Aguirre), y también
otros ejercieron trabajos considerados infamantes, manuales o comerciales.
El Nuevo Mundo tuvo mucho de éxito y no poco de decepción y una generación posterior sí se lucró, adquirió fama, extendió la religión católica, pero no pocos acabaron desesperados porque la Corona dijo que, además de los españoles, los indios también eran sus súbditos.
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