Flagelantes (ilustración tomada de la Enciclopedia Católica)
No sabemos si, en el caso de otras religiones distintas de la
cristiana, ha existido un milenarismo parecido al que se dio en esta, o si
dicho fenómeno ha sido consecuencia del comportamiento de la Iglesia y de la
sociedad medieval en la Europa occidental. Tal cuestión, que ha planteado
Eduardo M. Ortega Martín[i],
podría añadir conclusiones sobre la naturaleza del comportamiento humano.
No cultivar los campos porque se supone llegado el fin de los
tiempos, combatir a los poderosos, liberar el espíritu mediante una nueva
mística tendente al anarquismo, la pobreza voluntaria, las ideas antijerárquicas,
no pagar el diezmo, rechazar el matrimonio y no comer carne, escatología y
rechazo de los sacramentos, anticlericalismo popular, rechazo de la propiedad,
participación de los laicos -incluidas las mujeres- en la vida religiosa,
austeridad y antisexualidad son algunas de las características de los
considerados herejes del año mil (y posteriores) por la Iglesia.
Surge un miedo al fin del mundo en aquella sociedad cerrada y
analfabeta, ignorante de letras pero, al parecer, no de imaginación y de
tradición, supersticiosa y pobre, de campesinos cargados con sus ruedas de
molino, sus pocos enseres, sus hijos y parientes, buscando tierras más fértiles
que las de procedencia o más seguras. Pensar y creer que el fin del mundo
estaba cerca trajo consigo una serie de movimientos –seguramente no conectados
entre sí- circunscritos a determinadas áreas geográficas, de un interés
extraordinario.
Parece que, so capa de estas preocupaciones escatológicas y
religiosas, subyació un problema social derivado del enorme sacrificio sufrido
por las masas humildes, que arrastraron a cierta población
urbana y a la nobleza baja de algunas regiones. Cristo volvía y los grupos
reformistas de la espiritualidad fueron, según el autor citado, el precedente
remoto de los grandes reformadores posteriores, culminando en el siglo XVI.
Se trataba de combatir el poder de su tiempo, corrompido por
la riqueza y el abuso, y así tenemos el ejemplo de Raoul Glaber[ii],
monje en Borgoña y autor de cinco libros donde tenemos la mayor parte de la
información sobre el sentimiento milenarista. En Orleans también se produjeron
algunos textos por parte de unos clérigos de la catedral, monjas y nobles que rechazaron los sacramentos y comer carne. En la ciudad de Vertu[iii]
vivió Leutardo, a quien se ha conocido como “el loco hereje”, y no resulta
extraño, pues explicó que las abejas entran en el cuerpo de los seres humanos
por los genitales inspirándoles así sabiduría, rompió los crucifijos de una
iglesia y predicó no pagar el diezmo.
¿Quiénes siguieron a estos? Los marginados, los disidentes y
los desplazados de la Edad Media, en expresión de Emilio Mitre[iv],
pero la mayor parte de los movimientos heréticos son urbanos, constituyendo el
precedente de las municipalidades posteriores, sobre todo en Francia e Italia.
Los bogomilos[v] incluso
se anticipan en el siglo X con su ascetismo y gnosticismo, teniendo su origen
en Bulgaria y extendiendo su doctrina por Dalmacia, norte de Italia, oeste de
Alemania, norte de Francia y los Pirineos orientales, siendo el precedente de
los cátaros y valdenses posteriores.
Norman Cohn, a quien cita Ortega Martín, ha hablado de
escatología sibilina en relación con los quince libros donde se ponen en boca de la
Sibila, adivina de la antigüedad, una serie de profecías. Estos libros recogen
textos desde el siglo II a. C. hasta el V, posiblemente compilados por judíos
helenísticos y cristianos inspirados en la Sibila pagana para atacar el
paganismo[vi]:
“los que vivamos… –dice Paulo de Tarso a los tesalonicenses- no precederemos a
los que hayan muerto. Porque a la señal dada,… el mismo Señor descenderá del
cielo. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después
nosotros, los que aun vivamos… seremos elevados con ellos al cielo, sobre las
nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el Señor para siempre.
Consuélense mutuamente con estos pensamientos”.
En el siglo XII Joaquín de Fiori se dedicó a hacer profecías
y predicó la renovación espiritual de la Iglesia pero, no obstante, después de
muerto fue reconocido beato por aquella. En 1212 apareció –según Ortega
Martín- el anarquismo místico, siguieron los flagelantes y los pobres de
Cristo, viéndose entonces que el milenarismo no fue sino una “excusa” para
continuar, siglos más tarde, con éste tipo de preocupaciones espirituales,
habiéndose estudiado que las herejías del año 1000 son el origen del catarismo[vii] de los siglos XII y XIII. En cuanto a los patarinos[viii]
milaneses (muchos llevados a la hoguera) preconizaban una vida ascética y
rechazaban la propiedad; se negaron a recibir la comunión de un clero que
consideraban simoníaco porque se enriquecía con los diezmos. Estos patarinos lucharon contra el poder del papa Gregorio VII, pretendiendo la
reforma de la Iglesia; estaban formados por el bajo clero, pero
también hubo caballeros de la pequeña nobleza. Frente a ellos se puso el
arzobispo Guido, teniendo el movimiento un acentuado carácter social querido por
el bajo pueblo. Los patarinos consiguieron que el clero dejase a sus concubinas
y se extendieron a ciudades como Brescia, Cremona, Piacenza y Módena.
En los concilios de Letrán (1179) y Verona (1184) fueron condenados,
en éste último caso siendo papa Lucio III. Los patarinos quisieron una vuelta a
la moralidad perdida y un mayor protagonismo de los laicos.
Gundulfo en Italia, que luego fue a Lieja y a Arras, es otro
de estos herejes, junto con el grupo de Monforte (Piamonte), que practicaba la
austeridad y prohibía la práctica de la sexualidad, hasta el punto que
consideraba imposible se salvasen los casados. Condenaban también los
sacramentos y el aparato material de la Iglesia: edificios, incienso, campanas… Gerardo, uno de los dirigentes, al ser preguntado por la procreación,
respondió que el ser humano podría engendrarse como las abejas… Negaban la
Trinidad y predicaban prescindir de los sacerdotes[ix].
Otro grupo se conoce por una carta de Teoduino, obispo de
Lieja entre 1048 y 1050, enviada a Enrique I de Francia, donde le habla de la
existencia de un grupo que negaba la realidad del cuerpo de Cristo, diciendo
que se trató de una sombra, rechazaban el matrimonio y cuestionaban la doctrina
del bautismo infantil.
Durante el siglo XI, en las regiones más afectadas por la
urbanización, siguieron el cambio social como Tanchelm en los Países Bajos, un
seglar de Amberes que según algunas fuentes era “de gran audacia y malas
inclinaciones… [habiendo] resuelto aprovecharse de la ignorancia del pueblo”
guiado por el pánico del fin del mundo, de la misma forma que en 1033, una gran
masa de peregrinos se puso en marcha hacia Jerusalén.
Las experiencias de estos grupos y seres se produjeron cuando
al mismo tiempo empezaron los conflictos entre los monasterios y los obispos,
cuando la mayor parte de la población vivía en un régimen de dominio y
semi-esclavitud, perdida en la ignorancia. Lo que aquellas gentes sentían era
temor, pero también esperanza, y se lanzaron contra la Iglesia, al
enaltecimiento de la pobreza y a la defensa de la participación de los laicos
en la vida religiosa.
G. Duby se plantea que cuando estas herejías proliferaron, la Iglesia se lanzó a múltiples concilios y reformas, pero entre los protagonistas de aquellas, al menos en algunos casos, hay una tendencia al eremitismo como respuesta al mundo municipal, urbano, que asoma a finales del siglo XI.
[i] “Heterodoxias medievales. La herejía del año mil en la Edad Media”.
[ii] 980-1047.
[iii] Norte de Francia, al este de París.
[iv] “Fronterizos de Clio…”
[v] Bogomil fue un sacerdote búlgaro que negó la naturaleza divina de Jesús y fue partidario de una vuelta al primitivo cristianismo.
[vi] No confundir –dice Ortega Martín- con los oráculos de la Sibila de Cumas, que habría vendido sus libros a Tarquino el Soberbio y se conservaron en el Capitolio hasta el año 83 a. C. Destruidos por un incendio, fueron reemplazados por otros provenientes de Jonia y Eritras (esta, próxima a Atenas).
[vii] Anne Breton.
[viii] Empezaron oponiéndose al nombramiento de un arzobispo en Milán (1045) que fue partidario de la supremacía del emperador en relación al papa, lo que luego conoceremos como gibelinismo. Pero también se opusieron al papa en su querella de las investiduras por considerarlas simoníacas.
[ix] Para estos grupos la simonía no consistía solo en la compra de empleos eclesiásticos, sino percibir dinero por administrar los sacramentos, por medio de las reliquias, por la jurisdicción eclesiástica, etc.
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