Relieve del ara pacis
Tito Livio escribió, en relación a una de las guerras que la
ciudad de Roma tuvo con los samnitas, que estos comprendieron nada les saliera
bien porque habían incurrido en una guerra impía “emprendida en contra de un
tratado, –dice- teniendo a los dioses más que a los hombres merecidamente en
contra…”, por lo que tenían que pagar un alto precio en expiación por aquella guerra.
En efecto, para los romanos de los más antiguos tiempos de la
monarquía, y para el tiempo de la república, tener a los dioses de su parte era
esencial si se quería el éxito en el campo de batalla. Para ello había que
cumplir con una serie de requisitos.
También Livio dejó escrito: “Qué necesidad había, en efecto,
de garantes o de rehenes en un tratado, si estos concluyen con la súplica a
Júpiter de que golpee al pueblo responsable de que no se respeten las
condiciones pactadas de la misma forma que el cerdo es golpeado por los
feciales[i]?”.
Y continúa: “el juramento por las piedras se efectúa así: … toma en su mano una
piedra, y tras jurar por la fe pública, dice lo siguiente: Si cumplo éste
juramento, que todo me vaya bien…”, pero de lo contrario la victoria sería
para los enemigos y, tras decir esto, “arroja la piedra de su mano [el sacerdote fecial]”.
En cierta ocasión, dice Livio, “se dio orden a los feciales
de trasladarse a África para formalizar el tratado, y entonces, a petición
suya, se aprobó un senadoconsulto en los siguientes términos: Cada uno llevaría
consigo una piedra de sílice y un ramo sagrado, y cuando el jefe romano les
ordenase formalizar el tratado, le pedirían a él las hierbas sagradas”.
Señala María Bailón García[ii]
que el “verbenarius” era uno de los sacerdotes feciales especializado en la
formación de tratados. Los delegados o jefes militares designados por el pueblo
romano para firmar los tratados recibían un manojo de hierba, con tierra y
raíces (verbena), llegados desde el Capitolio. El sacerdote “verbenarius”
transportaba los racimos sobre su cabeza, como símbolo de la patria ausente. La
verbena designaba todas aquellas hierbas sagradas utilizadas en ceremonias
religiosas, siendo especies resistentes como el olivo, el laurel, el romero o
el mirto.
En Roma –dice Bailón García- no había distinción
significativa entre el poder civil y el militar (y el último siglo de la
República es buen ejemplo). El concepto de “pietas” era uno de los valores
tradicionales de la sociedad romana, basado en intentar alcanzar la perfección
respecto a la justicia, la lealtad, etc., y este concepto se extrapolaba a la
familia y a los antepasados. Esta “pietas” romana tenía, por tanto, un amplio
significado, conllevando, en lo religioso, la observancia de ritos y
ceremonias.
La historia de Roma, como la de cualquier imperio, está llena
de largos períodos de guerra con el exterior, y la época republicana se
caracterizó por la lucha entre patricios y plebeyos, además de por extender los
dominios de la ciudad en el exterior, primero en Italia y luego en torno al
Mediterráneo, lo que continuó en época imperial. Pero los romanos tuvieron
siempre la intención de que –al menos aparentemente- los agredidos fuesen
ellos. Se ponía, pues, cualquier pretexto, para que esto fuese así,
denominándose el motivo del conflicto que Roma esgrimía contra la potencia
rival “rerum repetitio”, reclamación o exigencia no negociable, y estas
reclamaciones se efectuaban mediante leyes feciales.
Para la declaración de guerra, Roma necesitaba el beneplácito
de los dioses. El “pater patratus”, uno de los feciales, convocaba a Júpiter
como testigo de que el pueblo romano cumpliría los acuerdos pues, de no ser
así, caería la furia del dios sobre Roma igual que el cerdo escogido para el
sacrificio inmediato realizado por el sacerdote. El cerdo representaba el
perjuro y la piedra ritual era del templo de Júpiter Feretrius (el que presencia la
firma de los contratos).
Con el tiempo se abandonaron estas prácticas: algunos filósofos no creerían en los dioses; los jefes militares debían saber que o planteaban acertadamente sus estrategias o no habría dioses que se apiadasen de ellos, más allá de la justificación o no de la guerra, pero el trabajo de Marta Bailón permite conocer la mentalidad religiosa y ritual de una civilización antigua como la romana.
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