En el siglo XIX, y cabe pensar que con anterioridad, los
judíos estaban sometidos en Marruecos a un régimen oprobioso. Cualquier
jenízaro podía detener y golpear al primer judío que encontrase con la
seguridad de que su abuso quedaría impune. El simple testimonio de dos
musulmanes, ante la queja de un judío, dejaba a éste en la más absoluta
indefensión. A los judíos, como en otros países, no les estaba permitido vivir
en los mismos lugares de los musulmanes, quedando encerrados por la noche en
sus barrios, cuyas puertas se cerraban hasta el día siguiente.
Los judíos realizaban los trabajos más humillantes y debían
ceder el paso cuando se encontraban con un musulmán, pues de lo contrario se
arriesgaban a sentir el yatagán (cuchillo curvado); tenían que vestir
diferenciadamente y quitarse las babuchas al pasar por delante de una mezquita
o frente a la casa de un cadí. No les estaba permitido montar a caballo, pero
sí en asno y, eventualmente, en mulo, pero debían apearse si un musulmán se
cruzaba en su camino. También estaban obligados a esperar en las fuentes para
que cogiesen agua los musulmanes primero, aún estando antes allí los judíos.
Ciertas actitudes eran castigadas con la pena de muerte, como
observar a las musulmanas jóvenes, agredir a un musulmán, intrigar contra el
gobierno o dirigir la mirada al interior de una mezquita cuando los musulmanes
estaban rezando[i].
Todos los judíos eran considerados esclavos del dey (jefe) o
del emperador, no podían viajar sin permiso y debían depositar fuertes sumas
como garantía de que regresarían. Cualquier turco podía entrar en casa de un
musulmán y maltratar a sus habitantes, además de comer a su costa. En Marruecos
ningún musulmán podía ser ajusticiado por haber dado muerte a un judío, pero
matar a un cristiano estaba castigado con la pena capital. Los judíos raras
veces se atrevían a denunciar los tratos que recibían, pues solía ser inútil.
El emirato de Muley Abderramán en Marruecos fue largo, entre
1823 y 1859, año de su muerte y, como sus predecesores, se empeñó en sofocar
las múltiples revueltas de las tribus beréberes. También se caracterizó por el
continuo enfrentamiento que tuvo con las potencias europeas que tenían cónsules
y delegados comerciales en algunas de las ciudades marroquíes, permitiendo los
ataques berberiscos contra los europeos.
Francia derrotó al ejército de Muley en un conflicto
suscitado porque éste apoyaba la causa nacionalista argelina (1844) y también
se enfrentó a España en 1859 a causa de la piratería, volviendo a ser derrotado[ii]
en el contexto de la política de “prestigio” que había emprendido O’Donnell[iii].
Pero antes, en 1844, había sido asesinado el vicecónsul de
España en El Yadida, en la costa atlántica marroquí, siendo esto solo una
muestra de los múltiples atropellos de Muley. Víctor Darmon, judío al servicio de España, había nacido en Marsella de
padre tunecino y madre francesa.
Establecido en Mazagán (El Yadida) en la década de los
treinta, se dedicó al comercio pero fue objeto de numerosas socaliñas (rapiñas)
y extorsiones, por lo que se trasladó a Casablanca. Esto molestó a las
autoridades locales, que lo denunciaron ante el sultán Muley. En ese momento
Darmon era agente consular de España y Gran Bretaña con categoría de
vicecónsul, despertando numerosos antagonismos entre judíos y musulmanes, ya
que su educación europea le alejaba del fanatismo con el que los judíos de
Marruecos practicaban su religión. Además estaba la prosperidad económica que
había conseguido Darmon, lo que despertaba la rivalidad de los demás.
El bajá de Mazagán apeló al sultán para que fuese desterrado
de Casablanca y dos soldados apresaron a Darmon, ordenando el sultán su encarcelamiento en Azemmour[iv]
hasta que pagase 32 quintales de pólvora que adeudaba. Darmón reconoció la
deuda, pero alegó que también otros tenían deudas con él y que la pólvora no
tardaría en llegar, además de apelar a su inmunidad consular. El sultán no tuvo
en cuenta esto y lo mantuvo incomunicado, pero Darmon pudo conseguir que el
cónsul general de España se enterase de su situación.
Estos hechos tuvieron lugar entre los últimos meses de 1843 y
principios de 1844, cuando el cónsul español consiguió que se permitiese a
Darmon ir a Mazagán previo pago del importe de la pólvora, pero no acabaron
aquí las arbitrariedades contra el vicecónsul, que fue maltratado cruelmente,
aunque quedó libre y reponiéndose de sus heridas. El bajá informó al sultán de
los hechos tergiversándolos, de forma que aparecía Darmon como culpable de las
agresiones, lo que provocó que se le arrestase nuevamente. Los agentes
consulares de varios países protestaron unánimemente, advirtiendo al sultán de
las graves consecuencias de su actitud, e incluso el agente de Cerdeña, en cuyo
domicilio se había refugiado Darmon, se opuso a que los hombres del bajá
entrasen en su residencia para detenerle. De nada valió porque los soldados violentaron
la residencia del agente de Cerdeña, apresaron a Darmon y le condujeron a la cárcel.
El sultán ordenó que el vicecónsul fuese ejecutado y el bajá
reunió a los agentes consulares para informarles de ello, pero haciéndoles ver
que por su parte pediría al sultán la rectificación de dicha orden. Pasados
unos días, sin embargo, uno o dos soldados se presentaron en la cárcel de
Mazagán para que se les entregase al preso, se le condujo a un descampado y
dispararon sobre él, pretendiendo cortarle la cabeza, a lo que Darmon suplicó
que le rematasen de un tiro antes de hacerlo. Así fue, entregando la
cabeza al bajá. El escándalo que esto provocó entre los representantes
comerciales de los países fue enorme.
Desde éste momento las repercusiones internacionales fueron
en aumento. España envió un ultimátum al sultán con una serie de exigencias y
el sultán tardó en responder, mientras el rebelde argelino Abdel Kader había
dejado su país acosado por las tropas francesas y se refugió en Marruecos.
Estableció su campamento en las proximidades de Oujda con unos 450 infantes y
250 jinetes. Su “smala”, formada por su familia y las de los jefes leales, se
encontraba a algunas jornadas de marcha en el oasis de Gaoun, situado entre
Chelala y Figuig, al sur del desierto (interior del país).
Abdel Kader supo sacar partido de la tirantez entre el sultán
y España, difundiendo los belicosos proyectos que había publicado la prensa
española, pero tergiversándolos para favorecer sus intereses: si conseguía que el
sultán se enfrentase a Francia, habría
obtenido un poderoso aliado en su lucha contra dicho país. Su intención era
proclamar la “yihad” para expulsar a los cristianos de los territorios
islámicos, organizando un levantamiento impulsado a partir de proclamas
religiosas.
La guerra enfrentó al sultán de Marruecos con Francia, destacando la
batalla de Isly, en agosto de 1844, en el extremo norte de la frontera entre
Argelia y Marruecos. También fue bombardeada y capturada, por la marina
francesa, la isla de Mogador, cerca de la costa atlántica de Marruecos. Abdel
Kader regresó a Argelia dos años más tarde para dirigir las revueltas que
estallaron en varios lugares.
El sultán fue vencido y perdió influencia, pero lo curioso de éste asunto es que el conflicto inicial con los judíos de su imperio y con la diplomacia española, le llevó a una guerra con Francia por el solo hecho de haberse instalado en Marruecos un rebelde argelino…
[i] Esta descripción corresponde a Jorge Luis Loureiro Souto.
[ii] Ver mcnbiografias.com
[iii] Una interesante obra es la de Bat Ye’or, “Textos de viajeros, comerciantes y diplomáticos europeos por Marruecos en el siglo XIX”.
[iv] En la costa atlántica, cerca de Casablanca.
Fotografía: alminar de una mezquita marroquí.
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