sábado, 13 de febrero de 2021

Judíos en Marruecos

 

En el siglo XIX, y cabe pensar que con anterioridad, los judíos estaban sometidos en Marruecos a un régimen oprobioso. Cualquier jenízaro podía detener y golpear al primer judío que encontrase con la seguridad de que su abuso quedaría impune. El simple testimonio de dos musulmanes, ante la queja de un judío, dejaba a éste en la más absoluta indefensión. A los judíos, como en otros países, no les estaba permitido vivir en los mismos lugares de los musulmanes, quedando encerrados por la noche en sus barrios, cuyas puertas se cerraban hasta el día siguiente.

Los judíos realizaban los trabajos más humillantes y debían ceder el paso cuando se encontraban con un musulmán, pues de lo contrario se arriesgaban a sentir el yatagán (cuchillo curvado); tenían que vestir diferenciadamente y quitarse las babuchas al pasar por delante de una mezquita o frente a la casa de un cadí. No les estaba permitido montar a caballo, pero sí en asno y, eventualmente, en mulo, pero debían apearse si un musulmán se cruzaba en su camino. También estaban obligados a esperar en las fuentes para que cogiesen agua los musulmanes primero, aún estando antes allí los judíos.

Ciertas actitudes eran castigadas con la pena de muerte, como observar a las musulmanas jóvenes, agredir a un musulmán, intrigar contra el gobierno o dirigir la mirada al interior de una mezquita cuando los musulmanes estaban rezando[i].

Todos los judíos eran considerados esclavos del dey (jefe) o del emperador, no podían viajar sin permiso y debían depositar fuertes sumas como garantía de que regresarían. Cualquier turco podía entrar en casa de un musulmán y maltratar a sus habitantes, además de comer a su costa. En Marruecos ningún musulmán podía ser ajusticiado por haber dado muerte a un judío, pero matar a un cristiano estaba castigado con la pena capital. Los judíos raras veces se atrevían a denunciar los tratos que recibían, pues solía ser inútil.

El emirato de Muley Abderramán en Marruecos fue largo, entre 1823 y 1859, año de su muerte y, como sus predecesores, se empeñó en sofocar las múltiples revueltas de las tribus beréberes. También se caracterizó por el continuo enfrentamiento que tuvo con las potencias europeas que tenían cónsules y delegados comerciales en algunas de las ciudades marroquíes, permitiendo los ataques berberiscos contra los europeos.

Francia derrotó al ejército de Muley en un conflicto suscitado porque éste apoyaba la causa nacionalista argelina (1844) y también se enfrentó a España en 1859 a causa de la piratería, volviendo a ser derrotado[ii] en el contexto de la política de “prestigio” que había emprendido O’Donnell[iii].

Pero antes, en 1844, había sido asesinado el vicecónsul de España en El Yadida, en la costa atlántica marroquí, siendo esto solo una muestra de los múltiples atropellos de Muley. Víctor Darmon, judío al servicio de España, había nacido en Marsella de padre tunecino y madre francesa.

Establecido en Mazagán (El Yadida) en la década de los treinta, se dedicó al comercio pero fue objeto de numerosas socaliñas (rapiñas) y extorsiones, por lo que se trasladó a Casablanca. Esto molestó a las autoridades locales, que lo denunciaron ante el sultán Muley. En ese momento Darmon era agente consular de España y Gran Bretaña con categoría de vicecónsul, despertando numerosos antagonismos entre judíos y musulmanes, ya que su educación europea le alejaba del fanatismo con el que los judíos de Marruecos practicaban su religión. Además estaba la prosperidad económica que había conseguido Darmon, lo que despertaba la rivalidad de los demás.

El bajá de Mazagán apeló al sultán para que fuese desterrado de Casablanca y dos soldados apresaron a Darmon, ordenando el sultán su encarcelamiento en Azemmour[iv] hasta que pagase 32 quintales de pólvora que adeudaba. Darmón reconoció la deuda, pero alegó que también otros tenían deudas con él y que la pólvora no tardaría en llegar, además de apelar a su inmunidad consular. El sultán no tuvo en cuenta esto y lo mantuvo incomunicado, pero Darmon pudo conseguir que el cónsul general de España se enterase de su situación.

Estos hechos tuvieron lugar entre los últimos meses de 1843 y principios de 1844, cuando el cónsul español consiguió que se permitiese a Darmon ir a Mazagán previo pago del importe de la pólvora, pero no acabaron aquí las arbitrariedades contra el vicecónsul, que fue maltratado cruelmente, aunque quedó libre y reponiéndose de sus heridas. El bajá informó al sultán de los hechos tergiversándolos, de forma que aparecía Darmon como culpable de las agresiones, lo que provocó que se le arrestase nuevamente. Los agentes consulares de varios países protestaron unánimemente, advirtiendo al sultán de las graves consecuencias de su actitud, e incluso el agente de Cerdeña, en cuyo domicilio se había refugiado Darmon, se opuso a que los hombres del bajá entrasen en su residencia para detenerle. De nada valió porque los soldados violentaron la residencia del agente de Cerdeña, apresaron a Darmon y le condujeron a la cárcel.

El sultán ordenó que el vicecónsul fuese ejecutado y el bajá reunió a los agentes consulares para informarles de ello, pero haciéndoles ver que por su parte pediría al sultán la rectificación de dicha orden. Pasados unos días, sin embargo, uno o dos soldados se presentaron en la cárcel de Mazagán para que se les entregase al preso, se le condujo a un descampado y dispararon sobre él, pretendiendo cortarle la cabeza, a lo que Darmon suplicó que le rematasen de un tiro antes de hacerlo. Así fue, entregando la cabeza al bajá. El escándalo que esto provocó entre los representantes comerciales de los países fue enorme.

Desde éste momento las repercusiones internacionales fueron en aumento. España envió un ultimátum al sultán con una serie de exigencias y el sultán tardó en responder, mientras el rebelde argelino Abdel Kader había dejado su país acosado por las tropas francesas y se refugió en Marruecos. Estableció su campamento en las proximidades de Oujda con unos 450 infantes y 250 jinetes. Su “smala”, formada por su familia y las de los jefes leales, se encontraba a algunas jornadas de marcha en el oasis de Gaoun, situado entre Chelala y Figuig, al sur del desierto (interior del país).

Abdel Kader supo sacar partido de la tirantez entre el sultán y España, difundiendo los belicosos proyectos que había publicado la prensa española, pero tergiversándolos para favorecer sus intereses: si conseguía que el sultán  se enfrentase a Francia, habría obtenido un poderoso aliado en su lucha contra dicho país. Su intención era proclamar la “yihad” para expulsar a los cristianos de los territorios islámicos, organizando un levantamiento impulsado a partir de proclamas religiosas.

La guerra enfrentó al sultán de Marruecos con Francia, destacando la batalla de Isly, en agosto de 1844, en el extremo norte de la frontera entre Argelia y Marruecos. También fue bombardeada y capturada, por la marina francesa, la isla de Mogador, cerca de la costa atlántica de Marruecos. Abdel Kader regresó a Argelia dos años más tarde para dirigir las revueltas que estallaron en varios lugares.

El sultán fue vencido y perdió influencia, pero lo curioso de éste asunto es que el conflicto inicial con los judíos de su imperio y con la diplomacia española, le llevó a una guerra con Francia por el solo hecho de haberse instalado en Marruecos un rebelde argelino…


[i] Esta descripción corresponde a Jorge Luis Loureiro Souto.

[ii] Ver mcnbiografias.com

[iii] Una interesante obra es la de Bat Ye’or, “Textos de viajeros, comerciantes y diplomáticos europeos por Marruecos en el siglo XIX”.

[iv] En la costa atlántica, cerca de Casablanca.

Fotografía: alminar de una mezquita marroquí.

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