La amnistía que el primer gobierno de la regente María Cristina concedió, fue una constatación de la debilidad del mismo y un reconocimiento de su incapacidad para hacer frente al carlismo sin el apoyo de los liberales[i]. Donoso Cortés[ii] escribió que esta amnistía “vino a abrir las puertas de España a las revoluciones”, y por su parte Pacheco[iii] dijo que “no entraban los liberales como perdonados, no se olvidaba el liberalismo; entraban como auxiliares”.
Un real decreto de 1832 creó el Ministerio
de Fomento, “el más eficaz instrumento contra el carlismo y al mismo tiempo el
golpe de gracia dado al Antiguo Régimen”[iv]. Éste
ministerio reunió todas las competencias sobre gobierno interior, por lo que
vino a sustituir al Consejo de Castilla, estando al frente de aquel Narciso
Heredia y Begines de los Ríos, no precisamente un liberal, pero con experiencia
de gobierno. Entonces se produjo la dimisión de Cafranga[v], aunque no le
fue aceptada, y se dieron manifestaciones realistas (carlistas) que forzaron a
la regente a decir que el único gobierno posible era el de una “monarquía sola
y pura”, texto que se ha atribuido a Cafranga.
Los sucesos de La Granja, donde tuvieron
lugar los amaños de los carlistas para que el rey anulase la Pragmática Sanción
de 1789, llevaron a la regente a confirmar a Cea Bermúdez al frente del
Gobierno, el cual hizo aprobar un Decreto suspendiendo las elecciones
municipales[vi], teniendo
lugar a principios de diciembre de 1832 el primer Consejo de Ministros para
anular la Pragmática Sanción, lo que obviamente disgustó a los liberales.
Cuando el rey Fernando se recuperó de su
enfermedad, por la que su esposa había ejercido por primera vez la regencia,
mostró su desacuerdo con las medidas tomadas por esta, pero no dejó de expresar
su agradecimiento a la reina, inclinándose entonces el Gobierno por mantener
una política que no contentaba ni a carlistas ni a liberales. Salía entonces Carlos de Borbón (mediados de marzo de 1833) hacia Portugal. Por su parte los
liberales “cristinos” reaccionaron a los sucesos de La Granja siendo
potenciados por varios miembros de la más alta nobleza, consiguiendo reprimir a
los realistas de Madrid en octubre de 1833.
En febrero de ese año Cea informó a su
gobierno de la voluntad del rey de que se convocasen Cortes para jurar a la
heredera Isabel, pero dichas Cortes debían ser las tradicionales por
estamentos, sin otra misión más que la descrita. Debe tenerse en cuenta que no
se convocaban dichas Cortes desde 1789 (cuarenta y cuatro años) y se escribió a
los Capitanes Generales para que garantizasen que los elegidos para asistir a ellas fuesen acordes con la voluntad del rey. Respondió, entre otros, el
marqués de las Amarillas[vii], destacado en
Sevilla, diciendo que dicho asunto era indiferente porque fuesen quienes fuesen
los elegidos no se opondrían al rey.
La importancia que Cea daba al control que
los capitanes generales pudieran ejercer sobre las elecciones ha quedado de
manifiesto en varias fuentes, y cuando el conde de Puñoenrostro[viii] hizo
público un documento en el que se afirmaba que “la voluntad de los pueblos eleva
los Reyes al trono”, además de que las Cortes debían discutir otros asuntos
aparte el juramento de la heredera al trono, se le hizo rectificar por el rey y
se le ordenó salir de la Corte “con destino de cuartel a Pamplona”. En todo
caso esas Cortes fueron las últimas del Antiguo Régimen.
Mientras tanto corrió un texto carlista en
el que se atacaban unas Cortes “para jurar unos derechos controvertibles, sin
controvertirlos”, calificando al ministro de Gracia y Justicia[ix] de
“enjorguinado” y añadiendo que se trataba de “la más grotesca farsa que se
pueda ver”. García de León y Pizarro en sus “Memorias”, citadas por Bullón de
Mendoza, escribió que “los amantes de principios templados y sospechados de
liberalismo en lo político, están por la obediencia al Rey, y los que se llaman
realistas por excelencia, y absolutistas por apodo, están por el otro partido”.
De todas formas hubo circunstancias dignas
de consignar: el arzobispo de Toledo[x] se negó a
jurar como diputado, siendo sustituido por el de Sevilla[xi]. Entre quienes
prestaron el juramento había fervientes carlistas, y entre los que se negaron
estuvieron el conde de Orgaz[xii], los obispos
de Mondoñedo, Ourense y Orihuela, además del de León[xiii], con la
particularidad de que éste protestó públicamente, habiendo tenido que abandonar
su diócesis ya con anterioridad. Se dio incluso el caso curioso de don
Francisco de Velasco que, elegido diputado por la ciudad de Burgos, juró y tres
meses después participó en la sublevación carlista dirigida por Merino[xiv].
Pero la jura de la heredera no había
despertado entusiasmo en la calle; el embajador portugués, miguelista, dijo que
“en vez de fiesta parece un funeral, ni un viva”, en alusión a las fiestas que
se organizaron en villas y ciudades para celebrar dicha jura. Un moderado como
Burgos, que no tardaría en ser ministro, señaló que la jura de doña Isabel se
vio en todas partes con desdén, y García de León y Pizarro (Secretario de
Estado con Fernando VII) dijo que “la indiferencia, casi hostil, es general…”.
[i] Alfonso
Bullón de Mendoza y Gómez de Valugera en su tesis doctoral.
[ii] Marqués
de Valdegemas (1809-1853) fue filósofo, político y diplomático con el régimen
liberal, evolucionando hacia posiciones cada vez más conservadoras.
[iii] Joaquín
Francisco Pacheco era natural de Écija (1808-1865), jurista y escritor, militó
en el partido moderado.
[iv] Véase
la nota i.
[v] Jurista
salmantino, tuvo cargos públicos tanto durante las etapas absolutistas como en
el “trienio”, pero apoyó a la regente María Cristina frente a las pretensiones
de Carlos de Borbón.
[vi] Después
de 1823 eran los Ayuntamientos salientes quienes proponían a las Audiencias el
nombre de los que debían sucederles.
[vii] Pedro
Agustín Girón, militar partidario de un liberalismo moderado.
[viii] Juan
José Matheu y Arias Dávila.
[ix] Francisco
Fernández del Pino, con amplia trayectoria de gobierno y en los tribunales de
justicia.
[x] Pedro
Inguanzo Rivero.
[xi] Francisco
J. Cienfuegos Jovellanos.
[xii] Joaquín
Crespí de Valldaura.
[xiii] Francisco
López Borricón, Dámaso Iglesias Lago, Félix Herrero Valverde y Joaquín Abarca
Blanque respectivamente.
[xiv] Sacerdote
y líder guerrillero.
Ilustración: historiaymedicina.es/la-muerte-de-fernando-vii/
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