Dibujo tomada de Wikipedia
En su obra “Los
enemigos del comercio”[i],
Antonio Escohotado hace un estudio de las diversas civilizaciones remontándose
al mundo antiguo y llegando al paradójico capitalismo actual, que él dice haber
vencido pero no convencido, pues no son pocos los resquemores que despierta.
Me ha parecido especialmente
sugerente la interpretación que hace de la Alta Edad Media europea, empleando
el término por él ideado de “pobrismo”, quizá huyendo de la palabra “comunismo”
por las connotaciones diversas que entraña. El pobrismo –dice- fue
característico de los esenios judíos, una suerte de comunismo primitivo que
nada tiene que ver con el que hemos conocido posteriormente y, por supuesto,
con las realizaciones históricas durante el siglo XX.
Aquellos esenios,
llegado el cristianismo, habrían interpretado el séptimo mandamiento en el
sentido de que “robar es comerciar”. Dos de esos esenios, Juan el Bautista y
Jesús de Nazaret, ya habrían considerado que la propiedad privada era un robo,
sin tener que esperar a Pierre-Joseph Proudhom[ii].
No lo habrían expresado así, pero por los documentos que se pueden considerar
históricos cabe deducirlo. Debe tenerse en cuenta la acumulación de riqueza en
manos de los que detentaban el poder, controlaban el comercio y financiaban a
los estados.
Para los “pobristas”
esenios, los cristianos de los primeros siglos y aún de la Alta Edad Media,
había una oposición entre Dios y el dinero, y de hecho los cristianos de dicha
época mostraron el amor al más allá y el desprecio por la vida, de ahí los
muchos mártires y los que, pretendiendo volver al primitivo cristianismo,
sufrieron todo tipo de circunstancias.
Según Escohotado, la crisis
del Imperio romano, ya desde el siglo II pero más aún en los siguientes, se
habría hecho más soportable con la espiritualidad del cristianismo, fuese o no
consciente de ello el emperador Constantino cuando decide legalizar a sus
seguidores y hacer al propio Imperio cristiano. A partir de ese momento muchos
templos paganos fueron expoliados por las autoridades y las riquezas que
atesoraban constituyeron un respiro para las arcas del Estado.
Luego, la gente que
sobraba en las ciudades y en el campo –la sociedad romana como se había
conocido en occidente se ha ido dislocando- forman lo que conocemos como
bagaudas. Estos no tienen nada que perder, están desheredados, son pobres y se
dedican a sobrevivir de la forma más bárbara que sus instintos les dictan.
Por su parte, los “padres
de la Iglesia”, Agustín de Hipona uno de ellos, escriben que en toda
compra-venta siempre hay un perdedor, tendiendo por ello a una vida de
autosuficiencia que es lo que va a caracterizar a la Alta Edad Media. El
comercio, por tanto, se hace raro y el comunismo se extiende en forma de vida
en común: campesinos, monjes, grupos de personas que conviven más o menos
fraternamente sin una idea de propiedad (entendido esto en un sentido general).
Pero esto también tiene su precio: el empobrecimiento es tal en los siglos
oscuros que se han constatado sesenta hambrunas por año en el oeste de Europa.
Mientras tanto subsiste
el Imperio Bizantino y se extiende el Islam; los esclavos van desapareciendo y aumentan los cautivos, hasta el punto de
que estos son objeto de comercio masivo por parte de aquellos imperios. Tanta
pobreza había en occidente que no es posible mantener al esclavo, que se va
convirtiendo en cautivo –si cae en manos de bizantinos o musulmanes- o en
siervo. Este presta homenaje entregándose a uno de condición superior que,
aceptándolo, sella el pacto con un beso (ósculo).
Los santos pasan a ser
considerados como dioses, lo que da a los musulmanes un argumento contra el
politeísmo del mundo cristiano, si no fuese suficiente con el misterio de la
Trinidad, mientras que las razias de cautivos hacen mil estragos.
Algunos, no obstante,
se niegan a ser siervos, forman caravanas acorazadas y crean relaciones
terrestres de unos lugares a otros, son los “negotiatores”, que serán mal vistos
por las autoridades imperiales francas. Esos “negotiatores” necesitan,
recorriendo los caminos, establecer altos donde repostar, descansar, permanecer
unos días, y esos puntos son el origen de los burgos posteriores. Hasta tal
punto tuvieron importancia estos burgos –por muy pequeños que fuesen- que se
impuso la norma de que el que residiese en ellos un año y un día al menos,
dejaría de ser siervo.
Son estos “negotiatores”
los que restauraron la circulación monetaria e hicieron nacer las sociedades
autogobernadas (las comunas o concejos según los lugares) que luego serán
sancionadas por reyes y señores. Cuando se llega al siglo XVI, con un
cristianismo en crisis galopante desde hace centurias (disidentes, cátaros,
herejes, reformadores…), protestantes y católicos en una cosa están de acuerdo:
el cristianismo debe dejar de ser “pobrista”…
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