Afonso Costa |
La I República portuguesa fue un régimen extremadamente inestable a pesar de su corta duración, dieciseis años, dándose situaciones de "una sigular democracia parlamentaria, varios gobiernos autoritarios, ministerios de izquierda radical, algunas dictaduras militares y hasta un original y pionero ensayo prefascista", según Francisco de Luis Martín.
Sobre todo entre 1919 y 1926 se repitieron los intentos golpistas y el uso de la fuerza por parte de la Guardia Nacional Republicana y del Ejército. Las huelgas y protestas populares, protagonizadas sobre todo por anarquistas, fueron también numerosas, incluso intentos de monárquicos cuya cabeza actuó desde Galicia, a resguardo de las represalias gubernamentales. Asesinatos de personas anónimas y de altos representantes de los poderes constitucionales y otras formas de desestabilización del régimen, que acabaría con un golpe militar triunfante en 1926 que, pocos años más tarde, daría lugar al Estado Novo de Oliveira Salazar desde 1932.
La monarquía, entre finales del siglo XIX y principios del XX no había servido para que Portugal se modernizase, que es lo mismo que decir mejorase su economía y las condiciones de vida de sus habitantes. Era una institución caduca que había entrado por el aro del liberalismo pero nunca de la democracia, lo cual no tiene nada de extraño porque este sistema es muy tardío en todos los países. Los últimos reyes de Portugal, Luis I, Carlos I y Manuel II (el último con un reinado de solo dos años) no habían conseguido impulsar la democracia en Portugal porque seguramente no creían en ella, dejando que gobernasen las clases dirigentes más conservadoras y ricas del país.
Así los jornaleros del Alemtejo, los viticultores del Douro y de Minho, los pescadores de Nazaré y Porto, los pastores de las Beiras, los pequeños propietarios agrarios del norte y la enormidad de población dedicada a oficios poco cualificados y mal pagados, tanto en las pocas ciudades como en el campo, no estaban representados en el sistema monárquico. Fueron así surgiendo las ideas democráticas, socialistas, anarquistas y comununistas más tarde, pero también las ideas republicanas que no necesariamente eran progresistas, de forma que, como en otras muchas repúblicas, hubo partidos conservadores y progresistas dentro de una misma denominación republicana.
La revolución republicana estuvo madura para llevarse por delante a la monarquía en 1910, pero no para formar un régimen moderno y que incorporase a la mayoría de la población (democrático solo en ocasiones). La Iglesia, que había gozado de muchos privilegios durante toda la historia portuguesa, siguió haciéndolo hasta la I República, en que el laicismo inspirado por masones y algunos republicanos echó al traste la influencia de aquella, sobre todo en las ciudades.
El Partido Republicano se fue dividiendo sucesivamente dando ocasión a una variedad ideológica que descansaba, sobre todo, en la personalidad de sus dirigentes. Los republicanos no se distinguieron de los dirigentes del régimen monárquico en su nacionalismo y en la defensa de las colonias africanas y asiáticas, una vez que Brasil se había independizado a principios del siglo XIX. Es más, hay una constante en la política portuguesa, gobierne quien gobierne, hasta mediados de los años setenta del pasado siglo: Portugal no se concebía sin sus colonias, porque la metrópoli era la cabeza de una cosmovisión de la que formaban parte los territorios africanos y asiáticos. Portugal sin sus colonias no era una potencia a tener en cuenta.
El Partido Democrático fue el más avanzado y progesista antes de que aparecieran, con alguna fuerza, socialistas y comunistas. Su dirigente más sobresaliente fue Afonso Costa, a quienes algunos han comparado con Manuel Azaña en España, pero Costa fue un político más ambicioso y complicado en varios casos de corrupción o, por lo menos, irrregularidades de diverso tipo. El Partido Evolucionista era la encarnación del conservadurismo, cuyos máximos dirigentes fueron Teófilo Braga y Antonio José de Almeida. El Partido Unionista puede considerarse como el centro ideológico del republicanismo, siendo sus máximos dirigentes Brito Camacho y Augusto de Vasconcelos, pero el primero entró en la contradicción de apoyar más tarde a los dictadores Pimenta de Castro y Sidonio Pais.
Los monárquicos habían quedado noqueados, pero tuvieron sus animadores y el principal luchador fue Henrique de Paiva, que desde Galicia intentó varias veces restaurar la monarquía (ver, aquí mismo, "Galicia, base de operaciones monárquicas"). Un golpe militar dado en Porto a comienzos de 1919 llevó a establecer, de facto, la Monarquía del Norte, disuelta enseguida.
En el otro extremo estaban los anarquistas, que formaron en 1914 la Unión Obrera Nacional, logicamente con trabajadores de otras tendencias ideológicas también y en 1919 nació de aquella la Confederación Nacional del Trabajo. Los partidos Socialista y Comunista tuvieron escasa importancia en relación a los partidos antes señalados, así como al grupo terrorista Legiâo Vermelha, que nació en 1919 a partir -como el Partido Comunista- del triunfo de la revolución bolchevique en 1917.
La masonería, desde el siglo XIX, venía trabajando en Portugal por influencia de los primeros masones ingleses, y la I República fue ocasión -propiciada incluso por la masonería- para influir en la política del país. La "Hormiga Blanca" fue una organización en la que seguramente militó Afonso Costa, por lo que puede que sus miembros lo fuesen a su vez del Partido Democrático.
La Guardia Nacional Republicana, organismo armado al modo que en España la Guardia Civil, fue una creación de la I República y su participación en la vida política -y esta es una contradicción evidente- fue determinante en varias situaciones, casi siempre a favor del Partido Democrático. Este, al que no se puede negar su progresismo, no actuó democráticamente, como hoy lo entendemos, en muchas ocasiones, sino valiéndose de la fuerza.
Algunos notables intelectuales estuvieron integrados en la agrupación Seara Nova (Raúl Brandâo y Jaime Cortesâo) fundada en el año 1921, mientras que los conservadores vinculados a la Action Française de Charles Maurras, se caracterizaban por su conservadurismo: aquí está el joven Oliveira Salazar, Antonio Sardinha (quizá el más importante) Jose Pequito Rebelo, Domingo Araujo y Luis Almeida.
Los golpes de estado, la mayoría fracasados, no fueron pocos: por ejemplo, en mayo de 1921 el capitán Pires Monteiro, de la Guardia Nacional Republicana, consigue derribar al gobierno presidido por Bernardino Machado, pero la situación fue pronto reconducida; en septiembre del mismo año hay otra tentativa dirigida por el teniente coronel Manuel María Coelho, que fue hecho preso aunque liberado pronto. En el mes de octubre se produjo el golpe conocido como Noite Sangrenta, promovido por radicales y disidentes del Partido Democrático, en la que fueron asesinados Machado dos Santos, António Grajo, Carlos da Maia, Freitas da Silva, Botelho de Vasconcelos y otros, mientras que el que había asesinado a Sidónio Pais es liberado y homenajeado.
Cuando en febrero de 1922 se forma el gobierno democrático de António María da Silva, Lisboa está cercada por el ejército, prueba de la inestabilidad reinante, hasta el punto de que en el mismo mes se produce una tentativa de golpe, "octubrista", teniéndose que trasladar el Gobieno a Caxias, al otro lado de la desembocadura del Tajo. No tuvo la naturaleza de golpe de estado por sus objetivos, pero en mayo de 1924 los oficiales de aviación se atrincheraron en el Campo da Esquadrilha y en julio se enfrentan violentamente la policía, el ejército y la Guardia Nacional Republicana en el parque Eduardo VII de Lisboa. En agosto se produce otra tentativa de golpe por parte de radicales y comunistas en Lisboa, que intentaron tomar el fuerte de Ameixoeira. Antes de que acabase el mes los mismos protagonistas ensayarán otra intentona y en septiembre de nuevo con el asalto al Ministerio de la Guerra.
Al comenzar el mes de marzo de 1925 serán oficiales monárquicos los que intenten un golpe pretendiendo ocupar el Cuartel General de Lisboa. Y otro más en abril dirigido por el general Sinel de Cordes con el apoyo de casi toda la guarnición de Lisboa, pero sin éxito. Fue declarado el estado de sitio en todo el país y suspendidas las garantías constitucionales. De nuevo en junio se produce una tentativa de golpe militar dirigido por el comandante Mendes Cabeçadas que pretendía la disolución del Parlamento, pero el militar fue hecho preso. En 1926 de nuevo Mendes Cabeçadas, una vez liberado, inicia los preparativos para un golpe militar que iniciará, sin embargo, Gomes da Costa en Braga (mayo). Esto hace que presente su dimisión el presidente del Gobierno, António María da Silva, pasando a formar gobierno Gomes Cabeçadas, siendo Presidente de la República Bernardino Machado, que presentará su dimisión a finales de mayo. Cabeçadas, sin Parlamento y sin Jefe del Estado, establece una dictadura que es la que perdurará hasta abril de 1974.
Los conflictos sociales fueron incesantes, protagonizados sobre todo por anarquistas, en muchos casos por el encarecimiento del precio del pan; en otras ocasiones fueron los ferroviarios, conscientes de su poder al controlar las comunicaciones y los abastecimientos, los que protagonizan huelgas y actos violentos con intencionalidad social y política. Hubo varios episodios en los que se persiguió a los católicos relevantes ante la situación de privilegio de la que todavía gozaban, pero generalmente de forma impolítica y no pocas veces ilegalmente. Los socialistas accedieron a algunos gobiernos, minoritariamente, durante esta primera República portuguesa, pero las instituciones difícilmente se pudieron considerar representativas cuando en algunas elecciones solo participó el 7% de los electores, como por ejemplo en mayo de 1919.
Lo dicho anteriormente no agota todo lo que se puede decir sobre la inestabilidad de la I República portuguesa, dirigida por las clases cultas de las ciudades, pero también por representantes de los partidos que defendían los intereses agrarios de los terratenientes. No pocos dirigentes demostraron una gran valentía a la hora de tomar medidas reformistas e incluso revolucionarias, pero las condiciones objetivas no estaban dadas: un pueblo mayoritariamente analfabeto, rural y pobre; unas ciudades escasas aunque bien trabajadas por las organizaciones obreras. La vida cultural, como casi siempre en Portugal, fue rica, pero de ella disfrutaron y nos la han legado unos pocos que podríamos situar entre la pequeña burguesía urbana de las primeras décadas del siglo pasado.
Ante la situación descrita ¿como no comprender -justificar no- el golpe triunfante de 1926 y el rearme conservador de la burguesía portuguesa, con la Iglesia como abanderada ideológica, sobre todo en el campo, que llevaron al Estado Novo, dictadura salazarista que gozó de la coyuntura internacional ("guerra fría" contra el comunismo) como la España del general Franco? La dictadura salazarista no intentó restaurar la monarquía nunca, sabiendo que aquella había perdido ya el sentido del tiempo, aunque minorías monárquicas en Portugal siempre han existido. No hubo en Portugal un general con tanto poder como Franco en España que viese toda solución republicana como sinónimo de comunismo. En Portugal el ejército, con el andar del tiempo, perdió su contacto con la monarquía y estuvo destinado a mantener las colonias, donde vio lo inviable de esa situación y lo injusto que era para los nativos. En España, el ejército franquista estuvo burocratizado y retrasado técnicamente respecto de Europa. Ningún rey portugués jugó el papel de jefe del ejército como sí lo hizo en España Alfonso XIII. Por todo ello la palabra "república" no significa lo mismo en Portugal que en España, más allá de una forma de Estado, como no significa lo mismo en Francia, donde ya a finales del siglo XVIII los republicanos, los partidarios de la revolución liberal, eran considerados patriotas, mientras que los monárquicos eran considerados por aquellos como traidores a los intereses nacionales, atentos solo a los intereses de una familia y de aquellos que la coreaban.
Así los jornaleros del Alemtejo, los viticultores del Douro y de Minho, los pescadores de Nazaré y Porto, los pastores de las Beiras, los pequeños propietarios agrarios del norte y la enormidad de población dedicada a oficios poco cualificados y mal pagados, tanto en las pocas ciudades como en el campo, no estaban representados en el sistema monárquico. Fueron así surgiendo las ideas democráticas, socialistas, anarquistas y comununistas más tarde, pero también las ideas republicanas que no necesariamente eran progresistas, de forma que, como en otras muchas repúblicas, hubo partidos conservadores y progresistas dentro de una misma denominación republicana.
La revolución republicana estuvo madura para llevarse por delante a la monarquía en 1910, pero no para formar un régimen moderno y que incorporase a la mayoría de la población (democrático solo en ocasiones). La Iglesia, que había gozado de muchos privilegios durante toda la historia portuguesa, siguió haciéndolo hasta la I República, en que el laicismo inspirado por masones y algunos republicanos echó al traste la influencia de aquella, sobre todo en las ciudades.
El Partido Republicano se fue dividiendo sucesivamente dando ocasión a una variedad ideológica que descansaba, sobre todo, en la personalidad de sus dirigentes. Los republicanos no se distinguieron de los dirigentes del régimen monárquico en su nacionalismo y en la defensa de las colonias africanas y asiáticas, una vez que Brasil se había independizado a principios del siglo XIX. Es más, hay una constante en la política portuguesa, gobierne quien gobierne, hasta mediados de los años setenta del pasado siglo: Portugal no se concebía sin sus colonias, porque la metrópoli era la cabeza de una cosmovisión de la que formaban parte los territorios africanos y asiáticos. Portugal sin sus colonias no era una potencia a tener en cuenta.
Paisaje de Tras-os-Montes |
Los monárquicos habían quedado noqueados, pero tuvieron sus animadores y el principal luchador fue Henrique de Paiva, que desde Galicia intentó varias veces restaurar la monarquía (ver, aquí mismo, "Galicia, base de operaciones monárquicas"). Un golpe militar dado en Porto a comienzos de 1919 llevó a establecer, de facto, la Monarquía del Norte, disuelta enseguida.
En el otro extremo estaban los anarquistas, que formaron en 1914 la Unión Obrera Nacional, logicamente con trabajadores de otras tendencias ideológicas también y en 1919 nació de aquella la Confederación Nacional del Trabajo. Los partidos Socialista y Comunista tuvieron escasa importancia en relación a los partidos antes señalados, así como al grupo terrorista Legiâo Vermelha, que nació en 1919 a partir -como el Partido Comunista- del triunfo de la revolución bolchevique en 1917.
La masonería, desde el siglo XIX, venía trabajando en Portugal por influencia de los primeros masones ingleses, y la I República fue ocasión -propiciada incluso por la masonería- para influir en la política del país. La "Hormiga Blanca" fue una organización en la que seguramente militó Afonso Costa, por lo que puede que sus miembros lo fuesen a su vez del Partido Democrático.
La Guardia Nacional Republicana, organismo armado al modo que en España la Guardia Civil, fue una creación de la I República y su participación en la vida política -y esta es una contradicción evidente- fue determinante en varias situaciones, casi siempre a favor del Partido Democrático. Este, al que no se puede negar su progresismo, no actuó democráticamente, como hoy lo entendemos, en muchas ocasiones, sino valiéndose de la fuerza.
Algunos notables intelectuales estuvieron integrados en la agrupación Seara Nova (Raúl Brandâo y Jaime Cortesâo) fundada en el año 1921, mientras que los conservadores vinculados a la Action Française de Charles Maurras, se caracterizaban por su conservadurismo: aquí está el joven Oliveira Salazar, Antonio Sardinha (quizá el más importante) Jose Pequito Rebelo, Domingo Araujo y Luis Almeida.
Teófilo Braga |
Cuando en febrero de 1922 se forma el gobierno democrático de António María da Silva, Lisboa está cercada por el ejército, prueba de la inestabilidad reinante, hasta el punto de que en el mismo mes se produce una tentativa de golpe, "octubrista", teniéndose que trasladar el Gobieno a Caxias, al otro lado de la desembocadura del Tajo. No tuvo la naturaleza de golpe de estado por sus objetivos, pero en mayo de 1924 los oficiales de aviación se atrincheraron en el Campo da Esquadrilha y en julio se enfrentan violentamente la policía, el ejército y la Guardia Nacional Republicana en el parque Eduardo VII de Lisboa. En agosto se produce otra tentativa de golpe por parte de radicales y comunistas en Lisboa, que intentaron tomar el fuerte de Ameixoeira. Antes de que acabase el mes los mismos protagonistas ensayarán otra intentona y en septiembre de nuevo con el asalto al Ministerio de la Guerra.
Al comenzar el mes de marzo de 1925 serán oficiales monárquicos los que intenten un golpe pretendiendo ocupar el Cuartel General de Lisboa. Y otro más en abril dirigido por el general Sinel de Cordes con el apoyo de casi toda la guarnición de Lisboa, pero sin éxito. Fue declarado el estado de sitio en todo el país y suspendidas las garantías constitucionales. De nuevo en junio se produce una tentativa de golpe militar dirigido por el comandante Mendes Cabeçadas que pretendía la disolución del Parlamento, pero el militar fue hecho preso. En 1926 de nuevo Mendes Cabeçadas, una vez liberado, inicia los preparativos para un golpe militar que iniciará, sin embargo, Gomes da Costa en Braga (mayo). Esto hace que presente su dimisión el presidente del Gobierno, António María da Silva, pasando a formar gobierno Gomes Cabeçadas, siendo Presidente de la República Bernardino Machado, que presentará su dimisión a finales de mayo. Cabeçadas, sin Parlamento y sin Jefe del Estado, establece una dictadura que es la que perdurará hasta abril de 1974.
Los conflictos sociales fueron incesantes, protagonizados sobre todo por anarquistas, en muchos casos por el encarecimiento del precio del pan; en otras ocasiones fueron los ferroviarios, conscientes de su poder al controlar las comunicaciones y los abastecimientos, los que protagonizan huelgas y actos violentos con intencionalidad social y política. Hubo varios episodios en los que se persiguió a los católicos relevantes ante la situación de privilegio de la que todavía gozaban, pero generalmente de forma impolítica y no pocas veces ilegalmente. Los socialistas accedieron a algunos gobiernos, minoritariamente, durante esta primera República portuguesa, pero las instituciones difícilmente se pudieron considerar representativas cuando en algunas elecciones solo participó el 7% de los electores, como por ejemplo en mayo de 1919.
Lo dicho anteriormente no agota todo lo que se puede decir sobre la inestabilidad de la I República portuguesa, dirigida por las clases cultas de las ciudades, pero también por representantes de los partidos que defendían los intereses agrarios de los terratenientes. No pocos dirigentes demostraron una gran valentía a la hora de tomar medidas reformistas e incluso revolucionarias, pero las condiciones objetivas no estaban dadas: un pueblo mayoritariamente analfabeto, rural y pobre; unas ciudades escasas aunque bien trabajadas por las organizaciones obreras. La vida cultural, como casi siempre en Portugal, fue rica, pero de ella disfrutaron y nos la han legado unos pocos que podríamos situar entre la pequeña burguesía urbana de las primeras décadas del siglo pasado.
Terreiro do Paço, Lisboa |