Anio Severo fue amigo de Plinio el joven y a él dirige una de sus cartas este último, en la que se puede colegir el aprecio que se tenía en la Roma de los siglos I y II de nuestra era por el arte griego, más concretamente el de Corinto. Ciudad portuaria de importancia desde siempre, fue una de las referencias más importantes en el imaginario romano. Plinio se expresa de la siguiente manera en su carta a Anio Severo:
Gracias a una herencia que me ha tocado he comprado hace poco una
estatua corintia, ciertamente pequeña, pero graciosa y expresiva por lo
que sé yo, que, si en cualquier materia tengo un conocimiento limitado,
en ésta, en verdad, mucho más: sin embargo, incluso yo sé apreciar esta
estatua. Pues está desnuda y no oculta sus tachas, si hay alguna, ni
muestra poco sus méritos. Representa a un anciano erguido; huesos, músculos, nervios, venas y también las
arrugas se presentan como los de una persona viva; los cabellos ralos y
lacios; la frente, ancha; el rostro, arrugado; el cuello, delgado; los
brazos están caídos; sus pechos son flácidos y el vientre está encogido. También por la espalda se intuye la misma edad en la medida en que
se puede por la espalda. El propio bronce, en tanto acredita un color
auténtico, es antiguo y vetusto; en definitiva, todas sus partes son de
tal realismo que pueden centrar en ella la mirada de los maestros y
agradar la de los aficionados. Esto me decidió a comprarla a pesar
de mi bisoñez. Pero la he comprado no para tenerla en casa (pues no
tengo todavía en mi casa ningún adorno corintio), sino para colocarla en
nuestra patria en algún sitio insigne y, preferentemente, en el templo
de Júpiter; pues me parece un presente digno del templo, digno de
este dios. Por tanto tú, como acostumbras en todas las cosas que te
encomiendo, encárgate de esta labor y ordena ya ahora construirle un
pedestal, del mármol que quieras, que contenga mi nombre y mis cargos si
crees que también éstos deben ser añadidos. Yo, tan pronto como
encuentre a alguien a quien no le sea embarazoso, te enviaré esta
estatua o yo mismo la llevaré conmigo, cosa que tú prefieres. Pues me
dispongo, si lo permite, sin embargo, el desempeño de mi deber, a
hacerte una visita. Te alegras de que te diga que voy a ir a verte,
pero fruncirás el ceño cuando añada que "para pocos días": pues no me
dejan estar ausente durante mucho tiempo los mismos motivos que no me
permiten todavía alejarme de aquí. Adiós.
No debía ser barata una estatua griega, máxime si era antigua, pues Plinio, que era rico, tuvo que valerse de una herencia para poder adquirirla, o quizá se inclinó a ello gracias a la herencia. En el siglo I se había puesto de moda la representación realista de la ancianidad, aunque la mayor parte de las veces los escultores se inclinasen por mujeres viejas. En la época Grecia era ya una provincia romana y el período que los historiadores llaman helenístico tocaba a su fin, pero el material preferido para la escultura seguía siendo el bronce, como en las épocas arcaica y clásica.
El hecho de que Plinio pensase darle el destino a la estatua de que se exhibiese en algún lugar público, habla también del valor que se daba a este tipo de obras griegas, además de su vanidad, pues sugiere que se ponga su nombre en el pedestal y supone que el amigo lamentará que la visita que le anuncia sea "para pocos días".
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