El conde Károlyi |
Al norte de Hungría y cerca de Budapest se encuentra el pueblo de Fót, donde nació en 1875 Mihály Károlyi, que heredó el título de conde de sus antepasados. En Fót se encuentra todavía el palacio residencial de la familia, con una fachada neoclásica. Károlyi perteneció, pues, a la aristocracia, pero su evolución política le haría olvidarse de esa condición y llegar hasta el socialismo, predicando además con el ejemplo, pues en un determinado momento cedió sus posesiones rurales a los campesinos para que trabajasen la tierra y atenuasen de esta manera la crisis económica por la que atravesaba el país. Ya se encontraba entonces en la cumbre de su andadura política.
No solo su evolución política es sorprendente, sino también su vida personal, pues de ser un vividor en el peor sentido de la palabra llegó a moderar su comportamiento hasta el caso de dar ejemplo con sus posiciones políticas, sus renuncias y sus memorias, que reflejan una amargura y decepción extraordinarias.
En un primer momento estuvo ligado políticamente al conde Esteban Tisza, ejemplo de todo lo contrario, pues se mantuvo en la defensa de sus privilegios, del antiguo régimen austrohúngaro y de la política conservadora. Pero con el tiempo Károlyi llegaría a ser el oponente político de Tisza, evolucionaría hacia posiciones progresistas e incluso abrazó el socialismo. Los esfuerzos que hizo por la paz en su país y por conservar los territorios donde había húngaros tras la primera guerra mundial, no le fueron recompensados ni con el éxito ni con el reconocimiento, ni dentro ni fuera del país, por lo que se tuvo que exiliar dos veces.
Aunque antes no, durante la primera guerra mundial ya defendió el sufragio universal y el voto de la mujer, lo que para los países del este de Europa eran medidas muy progresistas, siempre más retrasados en asumir los principios del liberalismo político. Consciente Károlyi al mismo tiempo de que en la Hungría de la guerra convivían nacionalidades distintas, propuso una política de acercamiento a todas ellas, aunque no daría resultado en un momento en el que los rumanos de Transilvania deseaban unirse a Rumanía, los eslovacos a la futura Checoslovaquia y los croatas y serbios a la futura Yugoslavia; por su parte los rutenos se sentían miembros de la comunidad ucraniana. No en vano los sentimientos nacionalistas se habían extremado durante las últimas décadas del imperio de los Habsburgo.
Cuando una revuelta de soldados en Budapest obligue al emperador a destituir a su jefe de gobierno recientemente nombrado, János Hadik, aquel se verá forzado a entregar el poder a Károlyi, que en un principio se inclinó por mantener a Hungría unida a Austria solo en la figura del emperador, pero determinados sectores de la población húngara, sobre todo en Budapest, hacían a la dinastía responsable de la guerra y de la derrota, por lo que exigieron el establecimiento de una república. Con la abdicación del rey Carlos, que a su vez era emperador de Austria-Hungría desde 1916, Károlyi aceptó la fórmula republicana de estado sin problemas, consciente de que lo importante era restaurar al país tras la guerra. No le sería fácil porque la revolución rusa había triunfado en 1917, el movimiento socialista se extendía por Europa y en Hungría, consejos formados por soldados y trabajadores empezaron a compartir el poder real con el Gobierno.
Karolyi se vio en la encrucijada de dirigir un gobierno, durante unos meses como primer ministro y luego como Presidente de la Repúbica (finales de 1918-marzo de 1919) en medio de la destrucción del país, la crisis económica y los separatismos nacionalistas. Sus esfuerzos para hacer de Hungría la patria común de varias nacionalides no dieron resultado, habiendo colaborado con él Oszkár Jászi. Francia, país vencedor en la guerra, no tuvo un comportamiento comprensivo para la nueva Hungría, obligando a Károlyi a replegar el ejército de ciertos territorios que reclamaba húngaros, así como a una desmovilización que dejó al país indefenso en el plano militar.
Los socialistas húngaros, que entonces eran un conglomerado de futuros comunistas y socialdemócratas de ideología matizadamente heterogénea, abandonaron a Károlyi y dieron ocasión a la intentona de establecer en Hungría una república soviética incluso desautorizada por Lenin. Francia obligó a Károlyi a ceder nuevos territorios a los estados vecinos, más allá de los que se habían acordado en el palacio de Trianón en Versalles. El comunista Béla Kun no fue capaz de mantenerse en el poder más que unos meses, como Károlyi poco antes, pero la coherencia de este supera con mucho al aventurerismo de aquel.
Hungría se sumió entonces en la larga dictadura de Horthy mientras Károlyi vivía su primer exilio en Francia hasta abrazar las ideas del socialismo. Liberada Hungría de los nazis tras la segunda guerra mundial, de nuevo estaría Károlyi en Francia como embajador, pero fiel a su conciencia dimitió por estar en desacuerdo con la ejecución de una pena de muerte; volvió a exiliarse y murió en le pequeña localidad francesa de Vence, a sureste del país.
Cuando una revuelta de soldados en Budapest obligue al emperador a destituir a su jefe de gobierno recientemente nombrado, János Hadik, aquel se verá forzado a entregar el poder a Károlyi, que en un principio se inclinó por mantener a Hungría unida a Austria solo en la figura del emperador, pero determinados sectores de la población húngara, sobre todo en Budapest, hacían a la dinastía responsable de la guerra y de la derrota, por lo que exigieron el establecimiento de una república. Con la abdicación del rey Carlos, que a su vez era emperador de Austria-Hungría desde 1916, Károlyi aceptó la fórmula republicana de estado sin problemas, consciente de que lo importante era restaurar al país tras la guerra. No le sería fácil porque la revolución rusa había triunfado en 1917, el movimiento socialista se extendía por Europa y en Hungría, consejos formados por soldados y trabajadores empezaron a compartir el poder real con el Gobierno.
Karolyi se vio en la encrucijada de dirigir un gobierno, durante unos meses como primer ministro y luego como Presidente de la Repúbica (finales de 1918-marzo de 1919) en medio de la destrucción del país, la crisis económica y los separatismos nacionalistas. Sus esfuerzos para hacer de Hungría la patria común de varias nacionalides no dieron resultado, habiendo colaborado con él Oszkár Jászi. Francia, país vencedor en la guerra, no tuvo un comportamiento comprensivo para la nueva Hungría, obligando a Károlyi a replegar el ejército de ciertos territorios que reclamaba húngaros, así como a una desmovilización que dejó al país indefenso en el plano militar.
Los socialistas húngaros, que entonces eran un conglomerado de futuros comunistas y socialdemócratas de ideología matizadamente heterogénea, abandonaron a Károlyi y dieron ocasión a la intentona de establecer en Hungría una república soviética incluso desautorizada por Lenin. Francia obligó a Károlyi a ceder nuevos territorios a los estados vecinos, más allá de los que se habían acordado en el palacio de Trianón en Versalles. El comunista Béla Kun no fue capaz de mantenerse en el poder más que unos meses, como Károlyi poco antes, pero la coherencia de este supera con mucho al aventurerismo de aquel.
Hungría se sumió entonces en la larga dictadura de Horthy mientras Károlyi vivía su primer exilio en Francia hasta abrazar las ideas del socialismo. Liberada Hungría de los nazis tras la segunda guerra mundial, de nuevo estaría Károlyi en Francia como embajador, pero fiel a su conciencia dimitió por estar en desacuerdo con la ejecución de una pena de muerte; volvió a exiliarse y murió en le pequeña localidad francesa de Vence, a sureste del país.
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