Puente de Palenzuela sobre el río Arlanza |
Los antiguos romanos más
supersticiosos, que no debían ser pocos, atribuían ciertos hechos a fenómenos
naturales que nada tienen que ver entre sí, por ejemplo, la retirada de Lépido
y Bruto de Pallantia en relación con la extrañeza que les causó un eclipse,
pero lo cierto es que, habiendo puesto sitio a dicho castro arévaco, no
pudieron rendirlo y, en retirada, fueron vencidos por los vacceos (136 a. de C.). Este castro se
identifica con la localidad de Palenzuela, al sur de la actual provincia de
Palencia.
Con anterioridad, quizá en el año 138 a. de C., Mancino y
Lépido, elegidos cónsules, sacrificaron unos bueyes blancos en el templo de
Júpiter Capitolino. Según José I. San Vicente, que sigue a M. Beard, este
sacrificio está atestiguado desde el siglo I a. de C., aunque es posible que la
ceremonia estuviese establecida en la época de los citados cónsules. Antiguamente
ya los lacedemonios mataban un buey blanco cuando celebraban una victoria,
mientras que los romanos traían dichos bueyes blancos de la Umbría.
Por Estrabón sabemos que los
numantinos, una vez conseguían vencer a sus enemigos, romanos en particular,
amputaban la mano derecha de los prisioneros, con el fin de inutilizarles como guerreros, por lo que en
brutalidad no andaban unos a la zaga de los otros. Por su parte, los romanos paralizaban
la construcción de determinadas obras públicas si los libros sibilinos
contenían alguna advertencia sobre el particular o así era interpretado por
unos y otros. Estos libros fueron guardados en el templo romano de Júpiter y
recordaban a la sibila que, en forma de anciana, habría ofrecido a un rey
romano de los primeros tiempos nueve libros proféticos.
El pacto al que llegó Mancino con
los numantinos no gustó al Senado romano, pues no se concebía que una potencia
se humillase ante unos bárbaros, por lo que poco después tomó la dirección de
las operaciones Lépido, mientras Mancino fue obligado a ir a Roma para rendir
cuentas. Aquel no pudo, sin embargo, embestir contra Numancia, pues en el
Senado romano se seguía debatiendo sobre la deditio
de Mancino, al tiempo que los embajadores numantinos esperaban extramuros
de Roma en el templo de Bellona (diosa de la gurerra, de bellum), lugar habitual de acampada y espera de los enemigos de
Roma. Era también el lugar en que los generales romanos aguardaban la decisión
del Senado sobre su petición de celebrar el triunfo, aunque también se
utilizaba el templo de Apolo para las reuniones del Senado fuera del pomerium (lo que se consideraba Roma
propiamente dicha)[1].
Cuando a Lépido le sustituyó
Escipión Emiliano (el que vencería a la postre a los numantinos) expulsó a más
de dos mil adivinos y prostitutas que acompañaban al ejército romano frente a
Numancia, prueba de una mentalidad ciertamente misteriosa y del negocio que
implicaba la guerra, más allá del botín que esperaba al vencedor. Escipión
contó con colaboradores como el sirio Antíoco VII Sidetes (de Sidón), Micipsa,
rey de Numidia, Átalo III de Pérgamo y otros.
El Senado romano, entretanto, se
debatía sobre que hacer con Mancino, decidiendo por último entregarlo a los
numantinos, que no le aceptaron[2],
surgiendo así la duda de si el antiguo cónsul había perdido o no la ciudadanía
romana. Debe tenerse en cuenta que los vacceos, el pueblo indígena peninsular
que ocupaba en la época la región entre los celtíberos numantinos y los
arévacos de Pallantia (en realidad esta se encontraba en la frontera entre
vacceos y arévacos) eran muy belicosos, contaban con grandes oppida muy bien defendidas y con gran
capacidad económica (cereales) y militar. En otro orden de cosas no era extraño
que el Senado esperase a estar seguro de que la siguiente lucha contra los
numantinos se saldaría con la victoria, porque romper la pax deorum implicaba que los dioses eran hostiles a Roma y no convenía
indisponerse con ellos.
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