sábado, 29 de julio de 2017

Estrabón y Tácito hablan sobre las mujeres germanas


El bosque de Teotoburgo

El griego Estrabón[1] y el romano Tácito[2], que nacieron cada uno en un extremo del Imperio romano, nos han dejado sus impresiones sobre las mujeres bárbaras, particularmente las germanas, aunque también las de otras partes y las de algunas regiones de Hispania. Sus escritos están separados en el tiempo por unos cincuenta años, pues mientras Estrabón vivió a caballo entre los siglos I a. C. y I d. C., el segundo nació a mediados de este último y murió ya entrado el II.

Los diferentes temperamentos de estos dos autores hacen que nos transmitan informaciones algo diferentes, pero en todo caso marcadas por su condición de varones y de miembros de la civilización romana, que consideraban superior a las demás. Tácito ofrece una visión un tanto moralizante parecida –según Henar Gallego- a la idea del “buen salvaje” que no ha incurrido aún en los vicios de una civilización compleja. También se nota que ambos están al servicio del poder romano, por lo que justifican la labor “civilizadora” de Roma sobre aquellas gentes, como ocurrió con la conquista y colonización de América por los españoles y portugueses.

Hay otros autores que han estudiado también este asunto, como es el caso de F. J. Gómez Espelosín[3], citado por Henar Gallego en la obra que sirve de base a este artículo. Por su parte, Estrabón también nos ha dejado información de los pueblos prerromanos de Hispania en el libro III de su “Geografía”. En primer lugar coinciden aquellos autores en el aspecto físico de la mujer germana, robustas, de ojos azules, cabellos rubios, que visten, como los hombres, pieles y tejidos de lana, y ellas mantos de lino adornados con franjas de púrpura, joyas y otros objetos de adorno personal las que pertenecían a grupos superiores.

La función de la mujer germana era preparar los alimentos, el mantenimiento del hogar, trabajando incluso la tierra (mientras que el cuidado de los ganados, base fundamental de su economía, era propio de los varones), el cuidado de los hijos y garantizar la perpetuación del grupo. Como Tácito ve aspectos positivos en estas mujeres, Plutarco, que vive el mismo tiempo que aquel, exalta la virtud que ve en las mujeres galas (al fin y al cabo, otras bárbaras para los romanos). La mujer germana también se ocupaba de la artesanía, la fabricación de ciertas bebidas y la preparación de productos derivados de la ganadería  (quesos, pieles o cueros). El hilado y el tejido fueron fundamentales en sus labores, sobre todo con lana, así como el teñido del lino.

Estrabón nos informa del nomadismo de los pueblos germanos, viviendo en cabañas temporales, llevándose sus ganados de unos lugares a otros y todos sus enseres en carros. Pero Tácido dice que son sedentarios, contrariamente a sus vecinos sármatas, que se situaron en aquellos siglos al norte del mar Negro. Estrabón, de acuerdo con su visión sobre el nomadismo de los germanos, dice que no cultivaban la tierra, pero la diferencia cronológica entre ambos puede explicar que los germanos se hubiesen ido sedentarizando al contacto con el mundo romano.

La guerra estaba reservada a los varones, pero en no pocas ocasiones la mujer germana acompañaba a los hombres al campo de batalla, no para luchar, sino con una función mágico-religiosa, para propiciar la victoria. Al parecer los germanos consideraban a sus mujeres dotadas con capacidades mágico-religiosas, ejerciendo ellas un sacerdocio con facultades adivinatorias; estas sacerdotisas podían ser las más ancianas o bien las núbiles, que vestían ropas blancas distintivas con cinturones de bronce y desnudos los pies, lo que era común a los pueblos prerromanos del centro y norte de Hispania. Las mujeres eran las guardianas de la memoria histórica por medio de versos y canciones de guerra que se transmitían de generación en generación. Las prácticas adivinatorias eran muy sangrientas y perseguían profetizar el triunfo en el campo de batalla.

Las mujeres, en un sentido material, tenían un gran peso económico, lo que es común a las del norte de la Península Ibérica, ejerciendo también una rudimentaria minería. Estrabón llega a hablar incluso de matriarcado, que Henar Gallego considera más bien como una estructura matrilineal y matrilocal en convivencia con la autoridad masculina. Los maridos dotaban a sus esposas y estas también aportaban bienes al matrimonio, lo que es común a la franja norte de Hispania, y se consideraba mucho la figura del hermano de la madre, el avunculus. En todo caso, a lo largo del siglo I de nuestra era, aquel sacerdocio femenino se fue sustituyendo por el masculino.

En los casos en que las mujeres acompañaban a sus maridos a la guerra, llevaban consigo a los hijos, aunque no guerrean, mientras que las mujeres de la mitad norte de Hispania sí. La mujer también era víctima de la guerra, pues si pertenecía a los grupos superiores era objeto preferente de apresamiento por Roma para negociar luego acuerdos o rendimientos; tenían pues, un valor como rehenes.

La familia germana se formaba a partir de matrimonios endógenos para garantizar la perpetuación de la preeminencia en el conjunto, pues aunque la monogamia era la norma, los jefes parece que tenían varias mujeres como necesidad de acordar la colaboración entre los grupos dirigentes de varias facciones.




[1] Libro VII de su “Geografía”.
[2] “La Germania”.
[3] “La imagen del bárbaro en Apiano”. Este es coetáneo de Tácito aunque más joven.

No hay comentarios:

Publicar un comentario