El bosque de Teotoburgo |
El griego Estrabón[1]
y el romano Tácito[2], que nacieron cada uno en
un extremo del Imperio romano, nos han dejado sus impresiones sobre las mujeres
bárbaras, particularmente las germanas, aunque también las de otras partes y
las de algunas regiones de Hispania. Sus escritos están separados en el tiempo
por unos cincuenta años, pues mientras Estrabón vivió a caballo entre los
siglos I a. C. y I d. C., el segundo nació a mediados de este último y murió ya
entrado el II.
Los diferentes temperamentos de estos dos
autores hacen que nos transmitan informaciones algo diferentes, pero en todo
caso marcadas por su condición de varones y de miembros de la civilización
romana, que consideraban superior a las demás. Tácito ofrece una visión un
tanto moralizante parecida –según Henar Gallego- a la idea del “buen salvaje”
que no ha incurrido aún en los vicios de una civilización compleja. También se
nota que ambos están al servicio del poder romano, por lo que justifican la
labor “civilizadora” de Roma sobre aquellas gentes, como ocurrió con la
conquista y colonización de América por los españoles y portugueses.
Hay otros autores que han estudiado también
este asunto, como es el caso de F. J. Gómez Espelosín[3],
citado por Henar Gallego en la obra que sirve de base a este artículo. Por su
parte, Estrabón también nos ha dejado información de los pueblos prerromanos de
Hispania en el libro III de su “Geografía”. En primer lugar coinciden aquellos
autores en el aspecto físico de la mujer germana, robustas, de ojos azules, cabellos
rubios, que visten, como los hombres, pieles y tejidos de lana, y ellas mantos
de lino adornados con franjas de púrpura, joyas y otros objetos de adorno
personal las que pertenecían a grupos superiores.
La función de la mujer germana era preparar los
alimentos, el mantenimiento del hogar, trabajando incluso la tierra (mientras
que el cuidado de los ganados, base fundamental de su economía, era propio de
los varones), el cuidado de los hijos y garantizar la perpetuación del grupo.
Como Tácito ve aspectos positivos en estas mujeres, Plutarco, que vive el mismo
tiempo que aquel, exalta la virtud que ve en las mujeres galas (al fin y al
cabo, otras bárbaras para los romanos). La mujer germana también se ocupaba de
la artesanía, la fabricación de ciertas bebidas y la preparación de productos
derivados de la ganadería (quesos,
pieles o cueros). El hilado y el tejido fueron fundamentales en sus labores,
sobre todo con lana, así como el teñido del lino.
Estrabón nos informa del nomadismo de los
pueblos germanos, viviendo en cabañas temporales, llevándose sus ganados de
unos lugares a otros y todos sus enseres en carros. Pero Tácido dice que son
sedentarios, contrariamente a sus vecinos sármatas, que se situaron en aquellos
siglos al norte del mar Negro. Estrabón, de acuerdo con su visión sobre el
nomadismo de los germanos, dice que no cultivaban la tierra, pero la diferencia
cronológica entre ambos puede explicar que los germanos se hubiesen ido
sedentarizando al contacto con el mundo romano.
La guerra estaba reservada a los varones, pero
en no pocas ocasiones la mujer germana acompañaba a los hombres al campo de
batalla, no para luchar, sino con una función mágico-religiosa, para propiciar
la victoria. Al parecer los germanos consideraban a sus mujeres dotadas con
capacidades mágico-religiosas, ejerciendo ellas un sacerdocio con facultades
adivinatorias; estas sacerdotisas podían ser las más ancianas o bien las
núbiles, que vestían ropas blancas distintivas con cinturones de bronce y
desnudos los pies, lo que era común a los pueblos prerromanos del centro y
norte de Hispania. Las mujeres eran las guardianas de la memoria histórica por
medio de versos y canciones de guerra que se transmitían de generación en
generación. Las prácticas adivinatorias eran muy sangrientas y perseguían
profetizar el triunfo en el campo de batalla.
Las mujeres, en un sentido material, tenían un
gran peso económico, lo que es común a las del norte de la Península Ibérica,
ejerciendo también una rudimentaria minería. Estrabón llega a hablar incluso de
matriarcado, que Henar Gallego considera más bien como una estructura
matrilineal y matrilocal en convivencia con la autoridad masculina. Los maridos
dotaban a sus esposas y estas también aportaban bienes al matrimonio, lo que es
común a la franja norte de Hispania, y se consideraba mucho la figura del
hermano de la madre, el avunculus. En
todo caso, a lo largo del siglo I de nuestra era, aquel sacerdocio femenino se
fue sustituyendo por el masculino.
En los casos en que las mujeres acompañaban a
sus maridos a la guerra, llevaban consigo a los hijos, aunque no guerrean,
mientras que las mujeres de la mitad norte de Hispania sí. La mujer también era
víctima de la guerra, pues si pertenecía a los grupos superiores era objeto
preferente de apresamiento por Roma para negociar luego acuerdos o
rendimientos; tenían pues, un valor como rehenes.
La familia germana se formaba a partir de
matrimonios endógenos para garantizar la perpetuación de la preeminencia en el
conjunto, pues aunque la monogamia era la norma, los jefes parece que tenían
varias mujeres como necesidad de acordar la colaboración entre los grupos
dirigentes de varias facciones.
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