La gloria y mérito de la civilización romana
contrastan, como en el caso de todos los imperios, con la miseria y el abuso
contra los pueblos indígenas objeto de conquista y/o colonización. Como en los
últimos siglos en Estados Unidos o en Sudáfrica, también Roma practicó una
política de reservas indígenas como medio para pacificarles, dejándoles algunas
tierras (no las más fértiles) pues los grupos nómadas y seminómadas más
apartados de la costa mediterránea se oponían al expansionismo romano.
Antonio Chausa[1]
ha hecho una recopilación de las muchas investigaciones que se han producido
sobre este asunto. Los indígenas del actual Túnez y nordeste de Argelia se
dedicaban al pastoreo e iban cambiando de hábitat según las estaciones del año.
De lo que se trataba era de dominar los puntos de agua, y aquí es donde chocan
los intereses de unos y otros. La lucha más fuerte se produjo en la zona
oriental de la Mauritania
romana y al suroeste de Numidia, ampliándose paulatinamente al conjunto del
norte de África.
El pueblo más hostil a Roma eran los gétulos,
que arrastraban a otros intentando formar confederaciones para oponerse a los
legionarios. Junto a ellos destacan también los musulames y los garamantes. Los
romanos llamaron al conjunto de todos ellos “mauri”, que debe de ser un
nominativo plural, como en el caso de los keltoi
o de los barbaroi. Lo que Roma
consiguió fueron victorias parciales que no daban solución definitiva al
problema, ya que los indígenas eran reacios a integrarse en las formas de vida
romanas y para Roma, la zona era un granero fundamental cerealístico.
Así Roma estableció reservas con pueblos
relativamente pacificados, teniendo su origen aquellas con Tiberio en la
primera mitad del siglo I d. C. Tras la derrota sufrida por los musulames en el
año 24, el emperador negoció con las tribus la posibilidad de cederles algunas
tierras de pastoreo. Se trata de la primera reserva que será vigilada desde
Ammaedara, un campamento de la Legión III
Augusta, que permaneció en el norte de África durante más de dos siglos. En el
año 75, Vespasiano trasladó el campamento militar a Theveste, mientras que
Ammaedara pasó a ser colonia para veteranos del ejército. Con Tito (años 79-81)
Theveste siguió como campamento militar pero con un contingente de la Legión en Lambesa, con lo
que los historiadores han llegado a la conclusión de que Roma deseaba
extenderse en dirección sur y se crean nuevas reservas para los suburbures y
los nicives, forzándoles a la sedentarización.
Con Trajano (98-117) y Adriano (117-138) se da
el apogeo colonizador de la forma que aquí explicamos, sobre todo en Numidia,
creándose una colonia de veteranos: Thbursicu Numidarum, con la que linda la
reserva para los nattabutes. Estos nativos podían conservar su organización en
clanes, pero Roma creó un nuevo funcionario, el defensor citado en un epígrafe. Su función consistía en presentar a
las autoridades romanas las quejas y peticiones de su pueblo, pero por encima
de de los “defensores” estaban los praefecti
gentium, documentados en fecha un poco anterior a Trajano. Algunos de estos
prefectos habían nacido ya en África, como es el caso de Flavius Macer. Los
prefectos hacían reclutas dentro de las tribus para integrar a los indígenas en
las tropas auxiliares romanas.
Los emperadores Antoninos siguieron con esta
política: reserva de Nybgenii que, creada con Tibernio, Trajano manda delimitar
mejor. De la reserva de Tacapae se ha encontrado un hito donde se señalan los
límites entre los tacapitanos y los nybgenios, pero han aparecido otros hitos
de delimitación, e incluso algunas reservas limitaban con un fundo imperial.
Con Adriano siguió esta labor asentando forzosamente a indígenas en Thala y
Sufetula, siguiéndole Antonino Pío y Marco Aurelio, aunque ello no evitó nuevas
revueltas de los que Roma llamó genéricamente “mauri”.
(El mapa de arriba, anterior al asunto aquí tratado, permite ver la zona donde la política de reservas ha sido estudiada: en torno a Túnez y nordeste de Argelia actuales).
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