Osijek y el río Drava en la planicie |
Miguel P. Sancho
Gómez ha investigado, en su tesis doctoral, las circunstancias de la guerra y
la política en el Imperio Romano de occidente entre los años 337 y 361[1], para lo que expone las condiciones de total indisciplina y
división que vivía el Imperio en la época, ya desde el siglo III. Dicha batalla
tuvo que ver con la ascensión del emperador Juliano II, que había sido nombrado
César en la parte occidental, lo que le posibilitó, en 361, usurpar la
condición de emperador.
La batalla de
Mursa fue de unas proporciones extraordinarias, lo que llevó a algunos
contemporáneos a decir que no se había conocido otra igual, fuese esto cierto o
no. El autor que he citado señala que “casi doscientos años después, todavía se
recordaba la magnitud y consecuencias de ese encuentro”. Amiano Marcelino,
militar de carrera y fuente principal de la época, no ha suministrado abundante
información, pero no sobre esta batalla, pues la documentación se ha perdido. La
chispa que inició el enfrentamiento fue la rebelión de Magnencio, que se
autoproclamó emperador en occidente en 350.
Mursa se
encontraba en la margen derecha del río Drava poco antes de su desembocadura en
el Danubio, en el extremo nordeste de la actual Croacia (es la actual Osijek[2]). La batalla tuvo lugar el 28 de septiembre de 351 y fue el
primer gran enfrentamiento entre Magnencio y el emperador legítimo (según lo
consideraron sus contemporáneos y la historiografía posterior) Constancio II,
que marchó con su ejército hacia el oeste, donde Magnencio era “dueño” de
Britania, Galia, Hispania, Italia y África; además se había apoderado de los
pasos alpinos italianos. Antes había dado muerte al emperador Constante,
hermano de Constancio II, lo que no es sino una muestra del estado de continua
descomposición del imperio en sus máximas instituciones.
Zósimo[3] habla de la rebelión de 350, cuando se proclamó emperador
Nepociano, de la familia de Constantino, y Vetranio, un soldado que habría sido
instigado por la hermana del emperador Constancio para frenar el avance de las
tropas galas que, al mando de Magnencio, avanzaban hacia el este[4]. Se trató de una rebelión local circunscrita al centro de
Italia; las tropas llegadas desde el oeste bajo el conde Marcelino pronto
restablecieron la situación, masacrando a los conjurados, pero muestra el
estado de descomposición de las instituciones y del ejército romanos.
El emperador
Constancio II envió a luchar contra los invasores a los alamanes mientras
Nepociano, que no llegaría a reinar en Roma ni un mes, se empleó en una
durísima represión: “por todas partes las casas, las plazas, las calles se
llenaron de sangre y de cadáveres como si fueran tumbas”[5]. En estas rebeliones podía darse el caso de que los soldados
estuvieran sobornados, mientras que muchos del oeste del imperio eran aún
paganos. En Iliria se habían formado legiones de “elite”, como Herculani y Ioviani, contrastando con otras tropas auxiliares, tanto en el este
como en el oeste, sin la veteranía preparación de aquellas.
Algunos
historiadores consideran que el levantamiento de Vetranio no fue sino una
maniobra de Constancio II, pues en 350, tras un simulacro de negociación en
Naiso (la actual Nis, al sur de Serbia) Vetranio se retiró con permiso del
emperador y siguió una vida cómoda fuera de las luchas de la época.
Por su parte,
Magnencio había reclutado grandes cantidades de auxiliares francos y sajones,
así como de otros pueblos germanos. Esta lucha entre francos y alamanes muestra
la complejidad de la época, pues ya no se trataba de pueblos extranjeros contra
el poder de Roma, sino que la situación era mucho más confusa. En un primer
momento Magnencio obtuvo algunas victorias, como la batalla de Emona (en
el centro de la actual Bulgaria). Magnencio también se hizo con algunos
enclaves vitales como Siscia, que tenía una importante ceca monetaria (Sisak,
en el centro de la actual Croacia), pero no tuvo éxito en la bien defendida
Sirmio[6], ni
tampoco ante Mursa.
La batalla de Mursa ha sido
considerada como el primer gran triunfo de la caballería pesada (los cataphractii o catafractos, donde tanto
el jinete como el caballo llevaban armadura). Parece que las huestes de
Constancio eran muy superiores a las de Magnencio, y la vetaja inicial de este
en algunas batallas pudo haber resultado fatal en la medida en que el emperador
conseguiría que la batalla se diese en campo abierto, aprovechando las amplias
planicies en torno a Mursa, esperando Constancio en Cíbales, la actual
Vinkovici, en Croacia, muy cerca de Mursa. Magnencio, por su parte, no disponía
de máquinas de asedio y como Iliria era fiel a Constancio, a aquel le resultaba
imposible llegar hasta Tracia o Asia. El emperador controlaba el paso de Succo,
enclave vital en las comunicaciones este-oeste.
Por si ello fuese poco un general de
origen franco de nombre Silvano, poco antes de la batalla, se pasó con
importantes contingentes al bando de Constancio, con lo que este poseyó una
fuerza (según los historiadores) de 80.000 hombres, mientras que Magnencio
36.000 (puede aceptarse que las fuentes solían incurrir en exageraciones). Esto
muestra otra característica de una época llena de turbulencias, traiciones y
deserciones. El mismo Magnencio, al parecer, era un laetus, un prisionero de guerra en un principio, de baja extracción
que había sido campesino y soldado en suelo romano, llegando, por la osadía y
el desorden del Imperio, a controlar durante tres años todo el occidente.
Volviendo a la batalla de Mursa,
parece que Constancio no acudió al campo de batalla, permaneciendo en una
iglesia acompañado de un obispo arriano, costumbre que se hizo extensiva a
otros emperadores cristianos: Teodosio permaneció rezando en una capilla
durante la batalla del Frígido (río en la actual Eslovenia) en 394, mientras
que Constantino I había hecho uso de una tienda desmontable donde rezaba… En el
ejército de Magnencio hubo hispanos y algunos dan por segura la presencia de la Legión VII Gemina.
Teodoreto[7] nos
ha dejado la noticia de que Constancio quiso que las tropas de su ejército
fuesen bautizadas cuando se hallaban en el momento previo a la gran batalla,
aunque al dato –dice el autor al que sigo- parece ser una invención posterior,
puesto que en ese momento ni Constancio estaba bautizado. Magnencio envió
arrogantes propuestas de paz al emperador, y aunque resultaría vencido y
muerto, resistió con su ejército hasta el año 353 dando a su hueste consignas
al estilo bárbaro. El número de bajas de esta batalla fue enorme, condicionando
la defensa del Imperio con posterioridad.
En un momento desesperado para el
ejército de Magnencio, este se dio a la fuga, haciendo uso de un ardid para
poder abandonar el campo de batalla: colgó las insignias imperiales en la silla
de su caballo y se vistió de soldado raso, lanzando a aquel al galope para que
se le creyese muerto. No pasó mucho tiempo desde este hecho –de ser cierto-
pues se suicidó con su propia espada.
[1] Universidad de Murcia,
2008.
[2] Su
situación se ha considerado estratégica, pues ya había sido escenario de otra
batalla durante la anarquía militar; concretamente, el emperador Galieno
derrotó aquí a Ingenuo (“usurpador”) en 259. Es una zona de vastas planicies.
[3] Historiador griego que vivió entre finales del
s. V y principios del VI.
[4] El autor al que sigo cita
la obra de B. Enjuto Sánchez, “Las mujeres en la domus constantiniana…”, 2003.
[5] Aurelio Víctor, historiador y político romano
del siglo IV.
[6] Sremska-Mitrovica, Serbia.
[7] Obispo sirio.
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