La monarquía es una institución que se ha venido considerando por muchos como “natural”, pero lo cierto es que no pocas veces se ha impuesto mediante la fuerza o situaciones ridículas e irracionales. Ya en la Edad Media encontramos casos en los que las diferencias dinásticas llevaron a guerras que sufrieron las poblaciones, más o menos ajenas al problema planteado, pero lo cierto es que era cosa de la mentalidad general: por ejemplo, Carlos de Viana guerreó con su padre, Juan II, a mediados del siglo XV; en Castilla el enfrentamiento entre dos hermanos, Pedro I y Enrique de Trastamara, llevó a una guerra durante tres años entre 1366 y 1369.
Si avanzamos en el tiempo, la entronización de Felipe de Anjou en la Corona de España llevó a una guerra europea y española que se prolongó durante doce años a principios del siglo XVIII. En el siguiente siglo Fernando VII se impuso en 1815 por medio de un golpe de estado, y a su muerte se produjo una de las guerras civiles más crueles de la historia de España, cuando su hermano Carlos quiso ocupar el trono contra la hija del rey, Isabel.
Esta Isabel fue nombrada reina de España a la edad de trece años (1843). El entonces capital general de Madrid jugó un papel determinante en ello, poniendo de acuerdo a “embajadores, grandes y otros figurantes” (en palabras de Francisco Sosa Wagner): así se proclamó mayor de edad a la reina, como podía haber sido un año antes o cuatro más tarde… si no fuese porque en el año citado había que sustituir al caído en desgracia, general Espartero. Para dar solemnidad al nombramiento se organizó un desfile que improvisadamente presidieron, junto a Isabel II, Serrano, Olózaga, Prim y Narváez. Menos el segundo citado, los demás militares, y de entre ellos, dos que participarían en el destronamiento de la reina en 1868.
Olózaga como Presidente del Gobierno se propuso disolver las Cortes sin ni siquiera reunir al Consejo de Ministros. Según las diversas versiones que corren por los libros, en palacio, convenció más o menos livianamente a la reina para que firmase el decreto de disolución, lo que la niña hizo probablemente sin saber lo que hacía. Lo pedía el experto Olózaga y era suficiente. Enterados los adversarios del político progresista, convocaron una reunión en palacio y, como antes Olózaga, hicieron firmar a la reina –la que tampoco sabría lo que hacía- una declaración donde se decía que el Presidente la había forzado a firmar el decreto de disolución de las Cortes. Tal “violencia” invalidaba, pues, la primera firma.
Aquí tenemos de nuevo a Olózaga dirigiéndose a palacio para ver de resolver el asunto, pero el duque de Osuna le impidió acceder a los aposentos de la reina y, actuando en nombre de los moderados, le comunica que ya no es Presidente del Gobierno. En el Congreso de los Diputados, el que luego sería gran falseador de elecciones, Posada Herrera, se despachó a gusto contra Olózaga, su correligionario de partido, si no fuese porque en la época era muy normal pasar de uno a otro sin miramientos. La intervención de Posada se puede leer en el Diario de Sesiones de las Cortes, donde al lado de elogios a Olózaga (era más veterano que él) le acusa de tener el acceso demasiado fácil al palacio de la reina… además de haberse olvidado de poner fecha al documento de disolución que aquella había firmado.
Más tarde, Amadeo I será rey mediante una asonada militar, y lo mismo Alfonso XII. Alfonso XIII permitirá otra en 1923… Nada menos natural, sino muy forzado, que la historia de la monarquía en España, pero también en otros muchos países… y no hay que remontarse a la Edad Media.
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