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Parece ser que es de
Platón la idea de un filósofo rey, y en Europa hubo reyes filósofos, como son
los casos de Federico II Hohenstaufen y su hijo Manfred; este, rey de Sicilia y
aquel, emperador, pero contrasta la atención que se ha prestado a Federico en
comparación a Manfred.
Salimbeme de Parma[i],
que vivió en el siglo XIII, se fijó en el tratado de cetrería de Federico II,
donde este quiso “dar a conocer lo que es, tal como es”. Un día el emperador
mandó encerrar a un hombre en un tonel cuyas duelas fueron herméticamente
zulacadas con alquitrán; lo que quería aquel es comprobar si en el momento en
que el hombre diera el último suspiro salía algo del tonel, de modo que podría
llegar a la conclusión de que no tenía alma o, si la tenía, había muerto con
él. También hizo abrir el vientre de dos hombres a los que se había saciado de
comida; a uno lo mandó a cazar y al otro a dormir, pues quería comprobar si el
descanso favorece más la digestión que la actividad. En otra ocasión raptó a
doce niños de pecho y las entregó a unas guardianas, que no debían decir ante
ellos ni una sola palabra. La intención del emperador sería conocer, cuando llegasen
a hablar dichos niños, qué idioma utilizarían, si el hebreo, el griego, el
árabe, el latín o quizá la lengua de sus padres respectivos.
Nicolás Curbio,
capellán de Inocencio IV, que no simpatizaba con Federico II, le acusó de
sodomía, lo que hizo creer a la gente que el emperador tenía para sí un harén.
No sabemos si el emperador fue autor de las anteriores atrocidades, pero lo que
sí se puede valorar en él es haber puesto sobre la mesa la pregunta filosófica.
A Federico no le llegó con hacer traducir a autores clásicos o de su tiempo,
sino que quiso poner en duda lo que decían.
En la Edad Media se dio
más importancia a la lectura que a la discusión, de forma que se aceptaban como
autoridades intelectuales a autores a los que no se ponía en cuestión en
ninguno de sus términos. En una carta que Federico dirigió a su traductor
Michel Scot, le pidió que ampliase a más campos la capacidad de poner en
cuestión asuntos que se daban por cerrados (astronomía, fisionomía, zoología…),
es decir, a toda la naturaleza. En una parte de la carta dice:
…
que nos expliques cual es el fundamento de la tierra o de otra manera como es
que se halla firmemente establecida encima del abismo, y como es que el abismo
descansa bajo ella. Y nosotros te preguntamos si hay algo distinto que soporte
a la tierra fuera del aire y del agua, o más aún si descansa sobre sí misma o
sobre los cielos que, dicen, están debajo de ella. También te preguntamos
cuántos cielos hay y cuáles son los principios que rigen sus movimientos.
Si Scot satifizo al
emperador o no es algo que no sabemos, pero lo cierto es que este prefiguró la
necesidad de la filosofía. Por su parte, Manfred llegó a comunicar a la
universidad de París que se había producido “el reconocimiento de la filosofía
en el corazón intelectual de la cristiandad” (Sicilia). En su carta pidió a
dicha universidad que tradujesen los profesores del griego y del árabe ciertos
documentos. Para Manfred la filosofía es como el día, quiere difundir la luz
para que la claridad alumbre a la humanidad; para él el saber no progresa si no
se comunica, de forma que buena parte de la biblioteca que heredó de su padre,
quiere que se traduzcan esos libros para que se conozcan por más personas, pero
esto bastante antes de disponer de la imprenta.
Manfred se rodeó de
traductores: para el griego, Jean de Messine; para el árabe Étienne de Messine
y Jean de Dumpno, ocupando la astrología un lugar preferente en esta escuela,
pero la muerte del rey en Bénévent[ii]
(1266) quizá imposibilitó que se completase una obra más ambiciosa. En el París
de los años 1260 algunos empezaron a llamarse filósofos, pues formularon nuevas
formas de ser, nuevas normas de vida, a quienes Manfred se dirigió. Conocieron
a Aristóteles, a Platón, a los científicos árabes… y todo ello tropezó con la
oposición de la Iglesia católica. El papa Juan XXI, conocido antes como Pierre
d’Espagne (nació en Lisboa) comandó la más fuerte condena a los estudios
universitarios que el Occidente haya conocido: la de 1277.
Juan XXI no era un don
nadie en el campo de los estudios, pues se formó en la universidad de París en teología,
medicina, lógica y conoció la obra de Aristóteles, pero ya se sabe que los
estudios medievales (incluso los posteriores) no pasaban de ser compendios, de
forma que solo aquellos que profundizaban y se especializaban eran verdaderos
intelectuales. Empezó la embestida el obispo de París[iii],
pues se comprendió que la filosofía había dejado de ser una ciencia abstracta,
propia de los clérigos, y se adentraba en la búsqueda de decisiones respecto
del mundo, por lo tanto podía cuestionar muchas cosas de él.
Algunos consideran que
en el siglo XIII existió, realmente, una nueva concepción del amor, de la
felicidad, en el marco de un humanismo medieval, entrando en cuestiones como la
abstinencia y la castidad, la grandeza del alma y la humildad, la nobleza y la
pobreza, la beatitud… Todo era posible invertirlo o, por lo menos, cuestionarlo[iv].
Manfred (o Manfredo)
accedió al trono contra la voluntad del papa, que lo excomulgó; no entramos
aquí en las causas porque se entremezclan los clásicos motivos de lucha por el
poder con otras. Otro papa pidió ayuda exterior pretendiendo que la corona de
Sicilia estuviese en manos de Carlos I de Anjou, consiguiendo este derrotar a
Manfred en Bénévent (Benevento). Comenzaba entonces el predominio angevino, o
francés, en parte de Italia.
[i]
Siendo mozo se hizo monje contra la voluntad de su padre, que incluso apeló a
altas instancias eclesiásticas, paradójicamente, para evitarlo, pero Salimbeme
entró en la reciente orden franciscana relacionándose entonces con la
intelectualidad de media Europa.
[ii] Al
nordeste de Nápoles.
[iii]
Étienne Tempier publicó en 1277 la condena de más de doscientas tesis que
defendía Singer de Brabant, un filósofo averroísta que interpretó a Aristóteles
de una forma radical, es decir, pretendiendo que el filósofo debía implicarse
en dar su opinión sobre las cosas.
[iv] El
presente resumen está basado en la obra de Alain Libera, “Pensar en la Edad
Media”.
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