sábado, 29 de junio de 2019

El rey filósofo

(1)
Parece ser que es de Platón la idea de un filósofo rey, y en Europa hubo reyes filósofos, como son los casos de Federico II Hohenstaufen y su hijo Manfred; este, rey de Sicilia y aquel, emperador, pero contrasta la atención que se ha prestado a Federico en comparación a Manfred.

Salimbeme de Parma[i], que vivió en el siglo XIII, se fijó en el tratado de cetrería de Federico II, donde este quiso “dar a conocer lo que es, tal como es”. Un día el emperador mandó encerrar a un hombre en un tonel cuyas duelas fueron herméticamente zulacadas con alquitrán; lo que quería aquel es comprobar si en el momento en que el hombre diera el último suspiro salía algo del tonel, de modo que podría llegar a la conclusión de que no tenía alma o, si la tenía, había muerto con él. También hizo abrir el vientre de dos hombres a los que se había saciado de comida; a uno lo mandó a cazar y al otro a dormir, pues quería comprobar si el descanso favorece más la digestión que la actividad. En otra ocasión raptó a doce niños de pecho y las entregó a unas guardianas, que no debían decir ante ellos ni una sola palabra. La intención del emperador sería conocer, cuando llegasen a hablar dichos niños, qué idioma utilizarían, si el hebreo, el griego, el árabe, el latín o quizá la lengua de sus padres respectivos.

Nicolás Curbio, capellán de Inocencio IV, que no simpatizaba con Federico II, le acusó de sodomía, lo que hizo creer a la gente que el emperador tenía para sí un harén. No sabemos si el emperador fue autor de las anteriores atrocidades, pero lo que sí se puede valorar en él es haber puesto sobre la mesa la pregunta filosófica. A Federico no le llegó con hacer traducir a autores clásicos o de su tiempo, sino que quiso poner en duda lo que decían.

En la Edad Media se dio más importancia a la lectura que a la discusión, de forma que se aceptaban como autoridades intelectuales a autores a los que no se ponía en cuestión en ninguno de sus términos. En una carta que Federico dirigió a su traductor Michel Scot, le pidió que ampliase a más campos la capacidad de poner en cuestión asuntos que se daban por cerrados (astronomía, fisionomía, zoología…), es decir, a toda la naturaleza. En una parte de la carta dice:

… que nos expliques cual es el fundamento de la tierra o de otra manera como es que se halla firmemente establecida encima del abismo, y como es que el abismo descansa bajo ella. Y nosotros te preguntamos si hay algo distinto que soporte a la tierra fuera del aire y del agua, o más aún si descansa sobre sí misma o sobre los cielos que, dicen, están debajo de ella. También te preguntamos cuántos cielos hay y cuáles son los principios que rigen sus movimientos.

Si Scot satifizo al emperador o no es algo que no sabemos, pero lo cierto es que este prefiguró la necesidad de la filosofía. Por su parte, Manfred llegó a comunicar a la universidad de París que se había producido “el reconocimiento de la filosofía en el corazón intelectual de la cristiandad” (Sicilia). En su carta pidió a dicha universidad que tradujesen los profesores del griego y del árabe ciertos documentos. Para Manfred la filosofía es como el día, quiere difundir la luz para que la claridad alumbre a la humanidad; para él el saber no progresa si no se comunica, de forma que buena parte de la biblioteca que heredó de su padre, quiere que se traduzcan esos libros para que se conozcan por más personas, pero esto bastante antes de disponer de la imprenta.

Manfred se rodeó de traductores: para el griego, Jean de Messine; para el árabe Étienne de Messine y Jean de Dumpno, ocupando la astrología un lugar preferente en esta escuela, pero la muerte del rey en Bénévent[ii] (1266) quizá imposibilitó que se completase una obra más ambiciosa. En el París de los años 1260 algunos empezaron a llamarse filósofos, pues formularon nuevas formas de ser, nuevas normas de vida, a quienes Manfred se dirigió. Conocieron a Aristóteles, a Platón, a los científicos árabes… y todo ello tropezó con la oposición de la Iglesia católica. El papa Juan XXI, conocido antes como Pierre d’Espagne (nació en Lisboa) comandó la más fuerte condena a los estudios universitarios que el Occidente haya conocido: la de 1277.

Juan XXI no era un don nadie en el campo de los estudios, pues se formó en la universidad de París en teología, medicina, lógica y conoció la obra de Aristóteles, pero ya se sabe que los estudios medievales (incluso los posteriores) no pasaban de ser compendios, de forma que solo aquellos que profundizaban y se especializaban eran verdaderos intelectuales. Empezó la embestida el obispo de París[iii], pues se comprendió que la filosofía había dejado de ser una ciencia abstracta, propia de los clérigos, y se adentraba en la búsqueda de decisiones respecto del mundo, por lo tanto podía cuestionar muchas cosas de él.

Algunos consideran que en el siglo XIII existió, realmente, una nueva concepción del amor, de la felicidad, en el marco de un humanismo medieval, entrando en cuestiones como la abstinencia y la castidad, la grandeza del alma y la humildad, la nobleza y la pobreza, la beatitud… Todo era posible invertirlo o, por lo menos, cuestionarlo[iv].

Manfred (o Manfredo) accedió al trono contra la voluntad del papa, que lo excomulgó; no entramos aquí en las causas porque se entremezclan los clásicos motivos de lucha por el poder con otras. Otro papa pidió ayuda exterior pretendiendo que la corona de Sicilia estuviese en manos de Carlos I de Anjou, consiguiendo este derrotar a Manfred en Bénévent (Benevento). Comenzaba entonces el predominio angevino, o francés, en parte de Italia.



[i] Siendo mozo se hizo monje contra la voluntad de su padre, que incluso apeló a altas instancias eclesiásticas, paradójicamente, para evitarlo, pero Salimbeme entró en la reciente orden franciscana relacionándose entonces con la intelectualidad de media Europa.
[ii] Al nordeste de Nápoles.
[iii] Étienne Tempier publicó en 1277 la condena de más de doscientas tesis que defendía Singer de Brabant, un filósofo averroísta que interpretó a Aristóteles de una forma radical, es decir, pretendiendo que el filósofo debía implicarse en dar su opinión sobre las cosas.
[iv] El presente resumen está basado en la obra de Alain Libera, “Pensar en la Edad Media”.
(1) https://www.lainformacion.com/arte-cultura-y-espectaculos/moda/paris-muestra-el-siglo-xiii-cuando-llego-a-ser-el-centro-de-occidente_pqV1k6IlZBM4uP0J09hKj5/

No hay comentarios:

Publicar un comentario