sábado, 1 de junio de 2019

Siervos en la Hispania visigoda


Imagen idealizada
del rey Wamba en
la plaza de Oriente,
Madrid (Wikipedia)
Escribe Domínguez Ortiz[i] que no conocemos la proporción de siervos que había en la sociedad visigótica, pero no cabe duda de que era muy elevada. La Iglesia retomó el cambio de mentalidad que desde el Bajo Imperio había mejorado la suerte de los siervos; se le reconocían ciertos derechos: podían casarse y tener un peculio con el que eventualmente podrían conseguir la libertad. Pero la Iglesia, como gran propietaria, inmersa en el orden social existente, consideraba la esclavitud como una institución necesaria, consecuencia del pecado, en lo que seguía las huellas de Pablo de Tarso; aconsejaba que se tratara bien a los siervos, pero desaprobaba que algunos sacerdotes, llevados por un celo indiscreto, procedieran a manumisiones que podían arruinar a las iglesias; se consideraba que el mantenimiento de una parroquia requería el trabajo de doce siervos, lo que indica que el excedente generado por estos era muy pequeño, de acuerdo con la escasa productividad de unas técnicas completamente estancadas.

La importancia que tenía la esclavitud en aquella sociedad nos lo revela el amplio lugar que ocupaba en la legislación, tanto civil como canónica; el Fuero Juzgo consagra las 21 leyes del libro IX, título I, al solo tema de los siervos fugitivos, que debía ser algo frecuentísimo; se conminaba con graves penas a los pueblos en los que se albergaban, a los que les daban trabajo en sus fincas, a los que facilitaban su huida… Hechos en los que se adivinan deseos de aprovecharse de una mano de obra escasa, a la vez que denuncian el riesgo de un sistema que impulsaba a tantos a intentar la evasión. Una de las leyes prohibía al amo matar a su siervo so pena de destierro y confiscación de bienes, pero podía librarse de la pena simplemente buscando unos testigos que dijeran que el siervo lo había amenazado o que el amo no había tenido intención de matarlo. Otra ley prohibía a los “amos crueles” las mutilaciones corporales de sus esclavos. Los matrimonios entre señores y esclavos se consideraban una abominación digna de las mayores penas, y también las simples relaciones sexuales entre una señora y un esclavo. De los abusos de que hacían objeto tantos señores a sus siervos nada se dice; son lacras permanentes del fenómeno esclavista.

El descontento de la gran masa de la población rural, libre o esclava, se manifestaba en revueltas de las que tenemos poca información. En el movimiento priscilianista, muy activo en el noroeste de la Península Ibérica, quizás hubiera, bajo apariencias religiosas, una inquietud de tipo social, hecho frecuente hasta los comienzos de los tiempos modernos. Prisciliano, de origen galaico, fue condenado por su misticismo heterodoxo, mezclado con ideas gnósticas y de exagerado ascetismo, en varios concilios, pero esta condena de carácter espiritual sirvió de pretexto al emperador Máximo para arrogarse el título de defensor de la fe ordenando su ejecución en Tréveris (385). Fue el primer hispano muerto bajo acusación de herejía, aunque no por el poder eclesiástico, sino por el civil. La muerte de Prisciliano no impidió que sus seguidores se mostraran muy activos, sobre todo en la Gallaecia, hasta finales del siglo VI.

Pueden también rastrearse motivaciones sociales en el extraordinario desarrollo de la vida monacal, posible refugio de seres maltratados, insatisfechos; formaban comunidades numerosas regidas por alguna de las muchas reglas que entonces se dictaron. Su importancia económica era grande: combinaban la oración con el trabajo, laboraban tierras, criaban ganados, por sí mismos y ayudándose de siervos. Procuraban también disponer de artesanías esenciales para ser en todo lo posible autosuficientes. Otros buscaban la evasión por el camino opuesto: se aislaban en vez de agruparse; eran anacoretas, ermitaños, se enclaustraban en un lugar o, por el contrario, se dedicaban a un vagabundeo (los giróvagos); una picaresca con apariencias religiosas que siempre ha existido.

Nada tiene de extraño que en una sociedad muy sacralizada la religión fuese utilizada como válvula de seguridad por los descontentos. En las alturas el problema tenía otros matices; los altos cargos eclesiásticos fueron capturados por los ambiciosos que los utilizaron para sus propios fines. Las luminosas perspectivas abiertas por los Concilios III y IV, la unión religiosa, la unión de razas, el reforzamiento del Estado, todos los propósitos se derrumban después de la deposición de Wamba[ii]. Los sucesos ocurridos en los últimos reinados son muy oscuros; faltan fuentes; las pocas alusiones que pueden espigarse en las crónicas posteriores aluden a la división de la clase dirigente en facciones irreconciliables; sin duda por eso existen dos tradiciones acerca del rey Witiza: una favorable a su memoria y otra que lo describe como un tirano, justificando así la elección de Rodrigo contra las aspiraciones de los witizanos.   



[i] “España, tres milenios de historia”.
[ii] (672-680). Su corto reinado lo pasó sofocando rebeliones de unos grupos contra otros, además de una invasión de norteafricanos en 672 por el estrecho de Gibraltar. Convocó el XI Concilio de Toledo (675), donde se dictaron medidas para corregir los vicios y abusos eclesiásticos, y puede que exista relación con el hecho de que el metropolitano de Toledo, Julián II, interviniese en la conjura para acabar con la vida del rey, que no había querido ser elegido como tal en 672.

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