Sancho III el Mayor de Navarra * |
Dice Domínguez Ortiz[i]
que la “reconquista” medieval en la península Ibérica no es lo contrario que la
conquista musulmana, aunque así parecieran entenderlo los cronistas cristianos.
Los invasores del siglo VIII eran unas bandas guerreras que derrotaron al
ejército visigodo y se apoderaron de toda la Península, ya con breves episodios
bélicos, ya con acuerdos o pactos con oligarquías locales. La masa no tenía
voluntad ni medios de resistir. En aquel primer empuje las hordas invasoras no
se detuvieron ni siquiera en los Pirineos, pues la catedral de la Seo de Urgell
tuvo que ser restaurada después de su profanación. Solamente algunos recónditos
valles, como los de Andorra, se libraron de la invasión.
En el oeste los
musulmanes también llegaron hasta el mar. Hubo un gobernador árabe en Gijón,
aunque la presencia extraña en aquellas breñas fue de poca duración. No era la
primera vez que pueblos conquistadores hollaban aquellos parajes; hay
testimonios de una presencia romana en la costa cantábrica: rarísimos en
Vasconia, algo más abundantes en Cantabria y en la Asturias centro-oriental;
faltan edificios de gran fuste pero se han recogido inscripciones funerarias,
elementos decorativos e incluso algún que otro testimonio de la existencia de
villas. Algunos de estos elementos fueron reutilizados en época visigoda,
prueba de que el aislamiento de aquellas poblaciones no era total, por lo menos
al este del Nalón. Dentro de lo poquísimo que sabemos, los indicios hacen
pensar que la romanización no caló en profundidad, que subsistieron las
antiguas unidades tribales y familiares y que la vida urbana era desconocida.
Las ciudades (Astorga, León, Vitoria) fueron creadas y defendidas por romanos y
visigodos como puntos defensivos contra unas poblaciones que se sentían
estrechas en las montañas y buscaban alimentos en las llanuras.
¿Qué sucedió para que
no mucho después de la invasión musulmana el diploma del rey Silo nos enseñe
que había en Asturias una cancillería regia que expedía documentos con una
caligrafía perfecta, para que los monumentos ramirenses demuestren que allí trabajaron
canteros que continuaban las técnicas de la mejor tradición constructora de
Roma? La explicación tradicional es la única posible: hubo una emigración de
clérigos y magnates desde la zona invadida hasta aquellas tierras que
produjeron una revolución social y mental; los detalles, los procedimientos,
los ignoramos. Quizás la inmigración no fue pacífica; quizás hubo resistencia,
revueltas. Hay una mención aislada referente a la represión de una rebelión de
siervos por el rey Aurelio. El exasperante laconismo de las crónicas no nos
permite saber más y la investigación arqueológica no da mucho de sí. Lo cierto
es que aquellas tierras rebeldes a toda sujeción nos aparecen en los tiempos
del emirato y del califato como un contrapoder muy modesto en la forma pero muy
eficaz en cuanto a potencia bélica.
Emires y califas
tuvieron que mantener ejércitos profesionales, costosos y de fidelidad con
frecuencia dudosa. En el norte cristiano la sociedad y el ejército eran una
misma cosa, como en la antigua Roma, y esto dio a aquellos estados pobres,
embrionarios, una ventaja que a la postre resultó decisiva. Había grupos en el
norte aguerridos por secular herencia del primitivismo tribal, pero también
porque al trasponer los montes y establecerse en la siempre amenazada llanura
se convertían en “gentes de frontera”, una frontera peligrosa y que debía ser
defendida. Ya desde los comienzos de la reconquista la fuerza principal fue la
caballería, y el asentamiento no solo fue un factor indisoluble de acción
militar, sino que atacaba en su raíz aquel igualitarismo primitivo que ha
defendido Sánchez Albornoz. Hubo facilidades para el asentamiento de hombres
libres, dueños de parcelas que cultivaban y defendían, pero esto se agotó
pronto por la presión de los poderosos, surgiendo una caballería villana con
privilegios semejantes a los que gozaban los de linaje.
Entre todos los núcleos
cristianos el más importante fue el astur-leonés, no solo por el esfuerzo
visigodo y después mozárabe que le llegó desde el sur, sino porque su campo de
acción fue amplísimo: Galicia, el norte de lo que luego llamamos Portugal y
desde el siglo X el condado castellano. Tuvo éxito el principio monárquico,
aunque hubiese conjuraciones, guerras civiles, repartos familiares y otros
problemas, pero en conjunto, la monarquía leonesa tuvo una solidez que contó
con el apoyo de la Iglesia. Aquí, como en otros reinos cristianos, hubo
guardias palatinas, condotieros y algunos esbozos de ejércitos privados como el
del Cid.
Al este de Castilla la
reconquista se vació en moldes muy peculiares: hubo un protagonismo vasco y
Navarra tuvo un centro urbano de cierta importancia, Pamplona, sede de un
obispado, cuya fuerza se completó con la de los monasterios como el de Leyre,
que llevó a la monarquía de Sancho el Mayor (992-1035), poder que se disgregó a
su muerte por decisión de él mismo en vida.
En Cataluña la
repoblación se efectuó por el sistema de presura,
la ocupación de una parcela con autorización, en este caso del conde. Cuando se
consuma la hegemonía del condado de Barcelona, la falta de apoyo franco sirvió
de pretexto al conde Borrell II para proclamarse independiente, alcanzando este
reconocimiento por el papa, sirviendo de agentes los monjes cluniacenses que,
como en otros territorios cristianos, fueron a la vez agentes de desarrollo
económico, guías espirituales y de enlace con Europa. Barcelona se convirtió en
la primera plaza europea de acuñación de monedas de oro gracias a los botines
de guerra y a los salarios de mercenarios catalanes cuando se repartieron los
despojos del califato, pero los progresos territoriales fueron lentos.
* http://www.galeon.com/medievo01/sanchoIII_mayor.htm
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