La contemporización e incluso colaboración de las autoridades británicas y francesas con la Alemania nazi y la Italia fascista antes de estallar la segunda guerra mundial, tuvo un precedente en la guerra civil española de 1936. El primer ministro Stanley Waldwin primero y Neville Chamberlain después por parte británica, y León Blum, Camille Chautemps y Édouard Daladier por parte francesa, demostraron, desde diferentes puntos de vista e intereses, la cortedad de miras que llevaría a una larga guerra en España y a otra más larga en Europa y en alejadas partes del mundo.
Los intereses británicos en el continente (Alemania con una economía saneada sería una buena cliente para las empresas británicas) y en el Mediterráneo (las bases británicas eran amenazadas por la Italia fascista) primaron a la hora de decidir si ayudar a la II República española, un estado democrático, o dejar que el fascismo se extendiese entre el Mediterráneo y el Atlántico. Por su parte las autoridades francesas no hicieron tanto hincapié en los intereses económicos exteriores, sino en la seguridad de Francia por su posición estratégica (fronteras con una Alemania amenazante y dolida por la dureza del Tratado de Versalles).
Además, el signo político de los gobiernos británico y francés durante la guerra civil española fue distinto, pero lo arriba expuesto y el temor acérrimo de las autoridades británicas a la expansión del comunismo (si es que este riesgo era cierto) hicieron que se pusiesen de acuerdo para no intervenir en ayuda de la república española mientras que las potencias fascistas sí lo hacían en favor de un ejército sublevado contra la democracia.
Son muchos los investigadores que han estudiado ya este tema: P. Kennedy, A. Furnia, M. Alpert, J. Colton, E. Moradiellos y Rocío Navarro entre otros. Esta última ha consultado Les Evénements Survenus, publicación con los informes de las autoridades francesas para una comisión parlamentaria en 1947. Todas estas fuentes revelan que la política exterior -y por lo tanto de ayuda a la república española por parte de Francia- estuvo mediatizada por Gran Bretaña, en manos de gobiernos conservadores, aunque también el Partido Laborista y los sindicatos ingleses hicieron lo suyo para que Gran Bretaña no se viese involucrada en una guerra por ayudar a la España democrática, lo que al final no fue posible evitar porque las ambiciones de Hitler no parecían tener límite.
¿Por que una vez que se comprobó que el acuerdo de "no intervención" en la guerra de España había sido violado por Alemania, Italia, Portugal y la Unión Soviética, las democracias occidentales siguieron empeñadas en ajustarse a él? Los intereses económicos de las empresas británicas y del Estado como tal prevalecieron sobre consideraciones humanitarias, ideológicas y de otro tipo. ¿Hasta que punto el fracaso de la Sociedad de Naciones no es consecuencia de la actitud británica ante la guerra de España y ante la Alemania de Hitler? Nunca podremos contestar categóricamente a esta pregunta, pero lo cierto es que si la guerra europea se hubiese adelantado al año 1936 -con la intervención en la guerra de España de las potencias que luego se enfrentarían en la II mundial- no se hubiese dado la imagen de debilidad de las democracias ante los fascismos. Quizá Austria, Polonia y Checoslovaquia no hubiesen sido invadidas, al estar Alemania involucrada en el frente español. No tiene sentido seguir haciendo especulaciones de este tipo salvo que se consideren simples reflexiones.
La gran depresión económica de los años treinta estaba todavía cercana y no muy lejana la I guerra mundial, que había dejado a los países europeos contendientes con una economía exhausta. Esto explica -otra cosa es que lo justifique- la cautela de Gran Bretaña y, en menor medida Francia, con respecto al rearme alemán y al expansionismo mediterráneo italiano. Contrasta la prudencia de las autoridades francesas, pendientes en todo momento de Gran Bretaña, con la osadía de Raymond Poincaré en 1923, intentando la ocupación de la cuenca del Rurh aunque en vano. Quizá influyese en esta decisión la proximidad de la gran guerra y el mayor nacionalismo del partido al que pertenecía Poincaré, de centro-derecha. En cuanto a la política de colaboración con Gran Bretaña (aparte la entente cordiale) quizá el que la estableció fue el radical-socialista Édouard Herriot en 1925 en los Tratados de Locarno, aunque estos involucraron a más países.
Rocío Navarro constata el telegrama que el jefe del Gobierno español dirigió el 19 de julio de 1936 a Leon Blum: Hemos sido sorprendidos por un peligroso levantamiento militar, requerimos urgentemente vuestra ayuda con armas y aviones. Fraternalmente tuyo, Giral. Lo de "sorprendidos" sorprende, pues había claras muestras de oposión militar a la república española desde el intento golpista de Sanjurjo en agosto de 1932; mucho más desde que el Frente Popular ganó las elecciones en febrero de 1936. El telegrama de Giral sirvió para que Blum consultase días más tarde con Yvon Delbos, ministro de Exteriores francés, y con Edouard Daladier, ministro de la Guerra: acordaron ayudar a la república española, entre otras cosas porque entre España y Francia existía un tratado comercial firmado en 1935 por el que España podía comprar armas a Francia. Con Pierre Cot, ministro del Aire, se determinó el envío de armas al Gobierno español aunque en el más absoluto secreto. Pocos días después fue descartado, sin embargo, el envío de aviones y municiones. Puede que ya hubiese intervenido en el cambio de actitud la diplomacia británica.
Leon Blum y otros miembros de su gobierno fueron partidarios de ayudar con armas a la España republicana y democrática, pero hasta que se firmó el pacto de "no intervención" (en el mismo año 1936, a propuesta de Francia) las dudas y los cambios de parecer fueron constantes en Francia. El 31 de julio, en un mitin en honor de Jaurès, los asistentes gritaron a Blum: "aviones para España". Fueron ventisiete países los que firmaron el pacto de "no intervención", entre ellos Alemania, Francia, Italia, Portugal, Reino Unido y Unión Soviética, pero lo violaron todos los citados menos Francia y Reino Unido. Así, la República española quedó abandonada a su suerte. Lo primero, al menos para Reino Unido, fue la economía.
¿Por que una vez que se comprobó que el acuerdo de "no intervención" en la guerra de España había sido violado por Alemania, Italia, Portugal y la Unión Soviética, las democracias occidentales siguieron empeñadas en ajustarse a él? Los intereses económicos de las empresas británicas y del Estado como tal prevalecieron sobre consideraciones humanitarias, ideológicas y de otro tipo. ¿Hasta que punto el fracaso de la Sociedad de Naciones no es consecuencia de la actitud británica ante la guerra de España y ante la Alemania de Hitler? Nunca podremos contestar categóricamente a esta pregunta, pero lo cierto es que si la guerra europea se hubiese adelantado al año 1936 -con la intervención en la guerra de España de las potencias que luego se enfrentarían en la II mundial- no se hubiese dado la imagen de debilidad de las democracias ante los fascismos. Quizá Austria, Polonia y Checoslovaquia no hubiesen sido invadidas, al estar Alemania involucrada en el frente español. No tiene sentido seguir haciendo especulaciones de este tipo salvo que se consideren simples reflexiones.
La gran depresión económica de los años treinta estaba todavía cercana y no muy lejana la I guerra mundial, que había dejado a los países europeos contendientes con una economía exhausta. Esto explica -otra cosa es que lo justifique- la cautela de Gran Bretaña y, en menor medida Francia, con respecto al rearme alemán y al expansionismo mediterráneo italiano. Contrasta la prudencia de las autoridades francesas, pendientes en todo momento de Gran Bretaña, con la osadía de Raymond Poincaré en 1923, intentando la ocupación de la cuenca del Rurh aunque en vano. Quizá influyese en esta decisión la proximidad de la gran guerra y el mayor nacionalismo del partido al que pertenecía Poincaré, de centro-derecha. En cuanto a la política de colaboración con Gran Bretaña (aparte la entente cordiale) quizá el que la estableció fue el radical-socialista Édouard Herriot en 1925 en los Tratados de Locarno, aunque estos involucraron a más países.
Rocío Navarro constata el telegrama que el jefe del Gobierno español dirigió el 19 de julio de 1936 a Leon Blum: Hemos sido sorprendidos por un peligroso levantamiento militar, requerimos urgentemente vuestra ayuda con armas y aviones. Fraternalmente tuyo, Giral. Lo de "sorprendidos" sorprende, pues había claras muestras de oposión militar a la república española desde el intento golpista de Sanjurjo en agosto de 1932; mucho más desde que el Frente Popular ganó las elecciones en febrero de 1936. El telegrama de Giral sirvió para que Blum consultase días más tarde con Yvon Delbos, ministro de Exteriores francés, y con Edouard Daladier, ministro de la Guerra: acordaron ayudar a la república española, entre otras cosas porque entre España y Francia existía un tratado comercial firmado en 1935 por el que España podía comprar armas a Francia. Con Pierre Cot, ministro del Aire, se determinó el envío de armas al Gobierno español aunque en el más absoluto secreto. Pocos días después fue descartado, sin embargo, el envío de aviones y municiones. Puede que ya hubiese intervenido en el cambio de actitud la diplomacia británica.
Leon Blum y otros miembros de su gobierno fueron partidarios de ayudar con armas a la España republicana y democrática, pero hasta que se firmó el pacto de "no intervención" (en el mismo año 1936, a propuesta de Francia) las dudas y los cambios de parecer fueron constantes en Francia. El 31 de julio, en un mitin en honor de Jaurès, los asistentes gritaron a Blum: "aviones para España". Fueron ventisiete países los que firmaron el pacto de "no intervención", entre ellos Alemania, Francia, Italia, Portugal, Reino Unido y Unión Soviética, pero lo violaron todos los citados menos Francia y Reino Unido. Así, la República española quedó abandonada a su suerte. Lo primero, al menos para Reino Unido, fue la economía.
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