Posible aspecto del ágora de Atenas |
Habiendo sido Iseo un logógrafo ateniense que vivió la mayor parte de su vida durante la primera mitad del siglo IV antes de Cristo, siglos más tarde nos habla de él Plinio el joven diciéndonos que le precedía gran fama porque hablaba siempre improvisando, pero como si lo hubiera escrito durante largo tiempo. Su lengua, el griego, concretamente el ático; sus exordios pulidos, delicados, agradables, a veces nobles y sublimes. Insta a numerosas discusiones; deja la elección a sus oyentes, a menudo también la parte a defender; se levanta, se arregla la toga y comienza; acuden todos sus recursos al instante y casi espontáneos, pensamientos profundos, palabras -¡pero de que tipo!- selectas y esmeradas. En sus improvisaciones se trasluce un copioso hábito de lectura, una copiosa práctica de escritura.
Plinio reconoce en Iseo un gran lector que es capaz de improvisar razonamientos con solo oir a sus intepelantes; también fue un buen escritor, pues de lo contrario no habría sido contratado para escribir los discursos de otros. En sus intervenciones públicas empieza con un preludio que hace más fácil el entendimiento de lo que vendrá después, sus explicaciones son claras y los finales de sus discrusos son resúmenes espléndidos de lo que ha querido defender o atacar. Plinio añade que la oratoria de Iseo está adornada sin demasiados miramientos, pero no dejándola a la sequedad de la palabra suelta. ¿Que hay más agradable en la ancianidad -dice Plinio- que lo que es más placentero en la juventud? Por eso considero a Iseo no solo el más elocuente, sino también el más afortunado.
Es de piedra y de hierro quien no desee conocerlo, pero como vivió en el siglo IV antes de Cristo y Plinio entre el I y el II de nuestra era, se trata de conocer su obra y por ella al personaje. Filóstrato nos ha dejado testimonio de la vida del orador griego, que llegó a Roma cuando ya tenía edad avanzada y extendió el sofismo entre los habitantes de la república que se acercaban a él. Capta Plinio las enseñanzas de Iseo cuando dice que la aptitud se obtiene a partir del estudio y del ejercicio, es decir, de la lectura, la reflexión y la exposición de lo estudiado. Y luego se extiende Plinio en indicar que el que oye palabras bien articuladas aprende mejor y con mayor agrado que el que lee, pues para leer siempre habrá tiempo, pero no tanto para escuchar a un sabio, que excita los espíritus con su oratoria.
Plinio reconoce en Iseo un gran lector que es capaz de improvisar razonamientos con solo oir a sus intepelantes; también fue un buen escritor, pues de lo contrario no habría sido contratado para escribir los discursos de otros. En sus intervenciones públicas empieza con un preludio que hace más fácil el entendimiento de lo que vendrá después, sus explicaciones son claras y los finales de sus discrusos son resúmenes espléndidos de lo que ha querido defender o atacar. Plinio añade que la oratoria de Iseo está adornada sin demasiados miramientos, pero no dejándola a la sequedad de la palabra suelta. ¿Que hay más agradable en la ancianidad -dice Plinio- que lo que es más placentero en la juventud? Por eso considero a Iseo no solo el más elocuente, sino también el más afortunado.
Es de piedra y de hierro quien no desee conocerlo, pero como vivió en el siglo IV antes de Cristo y Plinio entre el I y el II de nuestra era, se trata de conocer su obra y por ella al personaje. Filóstrato nos ha dejado testimonio de la vida del orador griego, que llegó a Roma cuando ya tenía edad avanzada y extendió el sofismo entre los habitantes de la república que se acercaban a él. Capta Plinio las enseñanzas de Iseo cuando dice que la aptitud se obtiene a partir del estudio y del ejercicio, es decir, de la lectura, la reflexión y la exposición de lo estudiado. Y luego se extiende Plinio en indicar que el que oye palabras bien articuladas aprende mejor y con mayor agrado que el que lee, pues para leer siempre habrá tiempo, pero no tanto para escuchar a un sabio, que excita los espíritus con su oratoria.
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