El papa Odescalchi |
Durante la baja edad media el papado pierde prestigio a raudales, de lo que se hacen eco grupos de cristianos que se constituyen en oposición dentro de la propia Iglesia católica. Hasta finales del siglo XIX los papas no volverán a tener el prestigio de épocas muy remotas, incluso contanto con cismas que tienen más que ver con la división del imperio romano una vez que la parte occidental del mismo se cuartea y desaparece como estado. Los siglos del renacimiento y del barroco, sin embargo, van a ser de una espectacular escandalera por parte de la Iglesia en general y del papado en particular. Nepotismo, simonía, nicolaísmo, crímenes, venalidad, corrupción son algunos de los graves vicios que padece la Iglesia y que capitanean los papas. Sin embargo ha habido papas a los que se reconoce un comportamiento de excepción, ejemplar incluso, y este es el caso de Inocencio XI en la segunda mital del siglo XVII.
El 22 de julio de 1676 suenan las campanas de la plaza del Campidoglio, proyectada por Miguel Ángel tiempo atrás. Es la señal de que el papa Clemente X había muerto y entonces empezaba una frenética actividad para buscar sucesor. Dos potencias, la monarquía francesa y la monarquía española (más que Francia y España) van a ser principales protagonistas en la pelea, sabiendo que era costumbre sobornar, comprar, regalar y demás prácticas viciosas a los cardenales que habrían de elegir al nuevo papa en el cónclave. Se encontraba en Roma la que había sido reina de Suecia, Cristina, que en 1654 había abdicado cuando decidió convertirse al catolicismo desde su origen protestante. Igualmente se encontraba en Roma un jesuita austriaco que había "servido" a la monarquía española como valido de la regente Mariana de Austria, madre de Carlos II. El jesuíta, Everardo Nithard, había sido desterrado de España en 1669 y ejercía como embajador "sui generis" en Roma, para lo cual había sido elevado a la condición de cardenal. A él debemos un relato muy jugoso sobre las personalidades de varios cardenales que podrían aspirar al papado. Por sus palabras confirmamos -las fuentes sobre los vicios de la jerarquía eclesiástica son numerosísimas- la venalidad y el carácter mundano de los cardenales y alto clero. Lozano Navarro, en uno de cuyos trabajos baso este artículo, señala que "siempre fue la pauta que subieran al Solio hombres de edad bien avanzada" con el fin de que si la política del nuevo papa defraudaba a las potencias que lo habían apoyado, pudiese fallecer pronto y volver a intentarlo con otro.
El citado Lozano Navarro señala que "podemos imaginar los silencios, los murmullos, las esperanzas frustradas, las estrellas ascendenes y descendentes, las meditadas y pacientes venganzas... Un día [el de la muerte del papa] lleno de carreras nerviosas, de carruajes vistos en lugares que pocos hubieran podido sospechar el día anterior, de secretas reuniones, de incógnitos por todos sospechados, de mensajes cifrados, de visitas furtivas y de rumores de todo tipo".
Hasta tal punto la Iglesia se encontraba comprometida con el poder temporal que había tenido que pagar las consecuencias: los reyes de Francia, España y el emperador alemán tenían el ius exclusivae, es decir, el derecho a excluir a un candidato en la elección de papa, derecho que fue utilizado por última vez en 1903 por el emperador Francisco José de Austria. Hasta este punto van lentos los asuntos de la Iglesia. Por su parte a Nithard se le había dado un arzobispado en Edesa (Siria) in partibus infidelium, es decir, para seguir en Roma con la dignididad de arzobispo pero no ejercer función alguna en aquella lejana archidiócesis. Esto con la oposición de la Compañía de Jesús, que tenía por norma -según decisión ignaciana- que sus miembros no aceptasen obispados, arzobispados, cardenalatos, etc. La cuestión se zanjó considerando que Nithard dejó de ser jesuita desde el momento en que aceptó el arzobispado, aunque todo parece que fue una mera formalidad.
Por su parte Clemente X, el papa ahora fallecido, había padecido una grave gota como consecuencia de las cuchipandas que se daba, acostumbrado como estaba desde niño a la buena vida, pues era hijo de una noble familia romana. Ahora fue el momento en el que Nithard escribe su memorial para enviar a la Corte española haciendo las consideraciones que le merecen unos y otros cardenales, los apoyos que pueden tener, sus virtudes y vicios, etc. Empieza refiriéndose a Francisco Barberini, sobrino de Urbano VIII, y de él dice que tiene un "natural sumamente imperfecto y su modo de hablar no es inteligente"; dice también que está "procurando siempre cubrir sus propias conveniencias con el manto del servicio de Dios y un zelo grande a la Sede Apostólica". Barberini era una "criatura" del papa Urbano VIII, que había practicado el nepotismo hasta la saciedad. Nithard no dice nada de sus actividades como mecenas, seguramente porque no quiere señalar ningún rasgo positivo de quien no desea ver convertido en papa. De haberlo sido habría durado poco, pues murió en 1679.
El citado Lozano Navarro señala que "podemos imaginar los silencios, los murmullos, las esperanzas frustradas, las estrellas ascendenes y descendentes, las meditadas y pacientes venganzas... Un día [el de la muerte del papa] lleno de carreras nerviosas, de carruajes vistos en lugares que pocos hubieran podido sospechar el día anterior, de secretas reuniones, de incógnitos por todos sospechados, de mensajes cifrados, de visitas furtivas y de rumores de todo tipo".
Hasta tal punto la Iglesia se encontraba comprometida con el poder temporal que había tenido que pagar las consecuencias: los reyes de Francia, España y el emperador alemán tenían el ius exclusivae, es decir, el derecho a excluir a un candidato en la elección de papa, derecho que fue utilizado por última vez en 1903 por el emperador Francisco José de Austria. Hasta este punto van lentos los asuntos de la Iglesia. Por su parte a Nithard se le había dado un arzobispado en Edesa (Siria) in partibus infidelium, es decir, para seguir en Roma con la dignididad de arzobispo pero no ejercer función alguna en aquella lejana archidiócesis. Esto con la oposición de la Compañía de Jesús, que tenía por norma -según decisión ignaciana- que sus miembros no aceptasen obispados, arzobispados, cardenalatos, etc. La cuestión se zanjó considerando que Nithard dejó de ser jesuita desde el momento en que aceptó el arzobispado, aunque todo parece que fue una mera formalidad.
Por su parte Clemente X, el papa ahora fallecido, había padecido una grave gota como consecuencia de las cuchipandas que se daba, acostumbrado como estaba desde niño a la buena vida, pues era hijo de una noble familia romana. Ahora fue el momento en el que Nithard escribe su memorial para enviar a la Corte española haciendo las consideraciones que le merecen unos y otros cardenales, los apoyos que pueden tener, sus virtudes y vicios, etc. Empieza refiriéndose a Francisco Barberini, sobrino de Urbano VIII, y de él dice que tiene un "natural sumamente imperfecto y su modo de hablar no es inteligente"; dice también que está "procurando siempre cubrir sus propias conveniencias con el manto del servicio de Dios y un zelo grande a la Sede Apostólica". Barberini era una "criatura" del papa Urbano VIII, que había practicado el nepotismo hasta la saciedad. Nithard no dice nada de sus actividades como mecenas, seguramente porque no quiere señalar ningún rasgo positivo de quien no desea ver convertido en papa. De haberlo sido habría durado poco, pues murió en 1679.
Ulderico Carpegna es otro cardenal que moriría en 1679, romano y noble como el anterior, a quien Nithard apenas tiene en cuenta. Del cardenal Giulio Gabrieli dice que "tiene pocas letras y menos estimación y mérito... tan asido al interés, que por poca suma de dinero se ha dado siempre a conocer como hombre de ánimo vil y avaro... ninguno piensa en hacerlo nunca papa, antes vive en gran descrédito". En efecto, no se saben de él especiales méritos y toda su vida la dedicó a funciones administrativas de la Iglesia en Roma.
Nithard dice que Cesare Falchinetti no es "sincero en su modo de tratar, y que está lleno de artificios y rodeos con los quales se persuade engañar los amigos". Vemos que el ex-valido de la Corte española no tiene muy buena opinión de estos cardenales, pero algunos sí merecen su aprobación, muy particularmente Odescalchi, del que Nithard aventura que seguramente será elegido papa, como así fue. Del cardenal Guisi dice que "supone que los españoles lo favorecerán con eficacia [y] piensa haver ganado la voluntad del embaxador de Francia y su hermano por la amistad que estos tienen con el príncipe Panphilio, su sobrino, y cada día da a conocer más su inclinación y genio francés. Su maniobra es tan conocida -continúa Nithard- que en la embajada española se piensa que así los españoles como los franceses mostrarán por ahora de quererlo papa en apariencia, pero después, dentro del Cónclave, le serán todos contrarios".
Sobre el cardenal Cybo dice que es "de buenas costumbres, no habiéndosele conocido jamás el más mínimo escándalo"; pero añade que no está enterado de los "negociados intereses de los príncipes". Parece que fue afecto a la monarquía española. Francesco Albizzi fue conocido por andar en busca de brujas y cosas parecidas, algo muy propio de la teatralidad del barroco. Feroz inquisidor, estuvo casado hasta que enviudó. De él dice Nithard que era "doctosísimo y tiene gran noticia de las cosas eclesiásticas, pero es tan venal que vive en gran descrédito, y siendo opinión común en la Corte haber recivido en los tiempos pasados dinero de las dos coronas de España y Francia, ninguna de ellas se fiará de él... siendo tenido por moralmente imposible su exaltación [al papado]".
Girolamo Buonvisi murió en 1677 y Nithard dice de él que es "un cardenal muy digno, no menos por la capacidad, virtud y prudencia, que por tener un modo de negociar tan suave y agradable que se lleva a efecto y benevolencia de todos los que tratan con él". Carlo Carafa, para Nithard, es hombre "de señalada virtud y exemplar vida, fino vasallo del rey Cathólico de notoria calidad y Casa... y en todas partes obró con gran satisfacción de todos". Da cuenta el exvalido de que del cardenal Pietro Vidoni se publicaron libelos "contra él por ser demasiado notorios a todos" y así continúa refiriéndose a otros cardenales entre los que se encuentran Neri Corsini, Celio Piccolomini, Giulio Spinola, Giannicolò Conti, Carlo Cerri, Buonaccorso Buonaccorsi, Alesandro Crescenzi...
De Bernardino Rocci dice que presenta dos inconvenientes: "que después de un pontificado romano [Rocci lo es] que ha destruido y aniquilado la Sede Apostólica no quieren otro papa romanesco... mozo de 48 años, ningún viejo concurrirá, antes le será contrario por no querer sepultar las mismas esperanzas". Puede parecer Nithard cruel al hacer estas apreciaciones, pero tratándose de un clérigo, aunque muy mundano, tienen interés en una Roma corrompida desde hace siglos. De Odescalchi, que sería elegido papa, dice Lozano Navarro citando a Pastor que era un escuadronista, un reformador, dentro de los límites que una Iglesia jerárquica y contrarreformista pudiera permitirlo. Con Odescalchi estaban Cibo, Raggi, Azzolini, Albizzi y Odomei.
Tantos fueron los giros y maniobras durante la sede vacante que tanto la Corte española como la francesa decidieron apoyar a Odescalchi, natural de Como y nacido en una familia de comerciantes. En principio no contó con el apoyo de la monarquía francesa pero parece que sí de los romanos -en la medida en que estos tenían conocimiento de sus capacidades-; en efecto reformó la Corte romana y combatió el nepotismo, viviendo por su parte en una austeridad que no era propia de la época, aún menos en la centuria siguiente, pero seguramente la burocracia vaticana lo fagocitó y no tuvo aliento para más. Su elección permitió al jesuita Nithard legarnos una fuente extraordinaria para conocer los tejemanejes de la curia para la elección de un papa en pleno auge contrarreformista.
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