Barbastro histórico (barcelo.com/guia-turismo)
En una conferencia del
profesor J. Santiago Palacios Ontalva[i]
señaló que las cruzadas medievales entrañaron guerras públicas y sagradas, en
el sentido de que fueron patrocinadas por los estados y por el papa; es más,
una cruzada solo podía ser decidida por el papa. Así las cosas cabe pensar si
podría ser considerada como cruzada la lucha contra el islam por parte de los
reinos y condados cristianos medievales de la Península Ibérica.
Ciertamente algunos
papas publicaron bulas para favorecer la lucha contra el islam, lo que representaba
el derecho de los reyes a detraer de los beneficios de la Iglesia los recursos
para fiananciar las guerras contra el islam de al-Andalus. Algunos
historiadores, sin embargo, consideran que solo es posible hablar de cruzada en
la Península Ibérica desde el siglo XI, es decir, desde el momento en que se
proclamó la primera cruzada europea. La lucha contra la invasión almorávide –dice
el profesor Palacios- algo anterior a la primera cruzada, ya revistió estas características,
e incluso antes.
En la corte asturiana
del siglo IX se dieron perfiles religiosos y sacrales para la lucha contra el
islam, considerando algunos que los colaboradores del rey Alfonso II fueron
mozárabes inmigrados desde al-Andalus. Estos mozárabes habrían introducido la
pretendida protección divina sobre Pelayo y sus sucesores, además de achacar a
los godos la pérdida de Hispania por sus pecados…
Treinta años antes de
la primera cruzada, Barbastro, que formaba parte de una “cora” musulmana, fue
recuperada, aunque por poco tiempo, por Sancho Ramírez[ii]
de Aragón, y aquí también podría verse un espíritu de cruzada anticipado a la
primera europea. El rey aragonés recibió la bendición e indulgencias del papa
Alejandro II para todos los que participasen en la lucha contra al-Andalus, y cuando
Toledo fue conquistada por el rey castellano-leonés en 1085, recibió la
respuesta almorávide al año siguiente en Sagrajas, y ello fue razón suficiente
para alertar al papado, que volvió a conceder indulgencias para los que
participasen en la lucha contra el imperio norteafricano. Lo mismo se puede
decir sobre Tarragona, pues desde mediados del siglo X, con el conde Borrell
II, se intentó retener la ciudad en manos cristianas, y un siglo más tarde se
hace hincapié en la importancia de recuperarla.
Cuando en 1096 esté en
marcha la primera cruzada, el arzobispo de Toledo, Bernardo de Cluny, se
propuso incorporarse a la misma en Tierra Santa, pero una vez en Roma el papa
le ordenó que su sitio estaba en la ciudad recién conquistada en lucha contra el
islam peninsular. Pascual II, por su parte, también publicó bulas prohibiendo a
los hispanos participar en la cruzada europea (no obstante hubo hispanos
enrolados en la primera y siguientes).
En el plano simbólico
algo era esencial: la utilización de la cruz y la predicación precedente a toda
cruzada. Cuando a principios del siglo XII los almohades sean vencidos por una
coalición de reinos cristianos peninsulares en las Navas de Tolosa así se hará,
con una participación franca que, sin embargo, no entró en combate retirándose
a Malagón (al norte de la actual provincia de Ciudad Real). Durante los siglos
XIII y XIV el espíritu cruzado se encendió más si cabe, cuando se consumaba el
fracaso de las cruzadas de oriente con la pérdida de Acre en 1291. En efecto,
Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo, recibió la bula del papa
Inocencio III para reclutar soldados en Italia, Francia y otros territorios
europeos, recibidos por él en su ciudad con vistas a la citada batalla de las
Navas.
Luego vinieron las
luchas por el estrecho de Gibraltar contra benimerines y nazaríes según la
idea de Alfonso X del “fecho de allende”, es decir, seguir las conquista en el
norte de África. En 1264, no obstante, hubo una rebelión de mudéjares en Murcia
y Andalucía[iii],
lo que obligó al rey a atender asuntos menos pretenciosos. Las campañas de
Tarifa, Gibraltar y Almería también habrían revestido el carácter de cruzadas,
recibiendo el rey castellano-leonés Alfonso XI, de nuevo, apoyo papal para su
exitosa batalla del Salado y la conquista de Algeciras después de un asedio de
dos años.
Pero es durante este
reinado cuando surgen diferencias con el papa por el control económico de los
recursos que facilitaban las bulas, probablemente por la voracidad recaudatoria
de Alfonso XI: la cruzada se había convertido en una herramienta de la
monarquía, aunque en el siglo XV decaiga esta doctrina. En 1453 la caída de
Constantinopla en poder de los turcos pone al papado y a los reyes peninsulares
ante un nuevo reto: dos frentes en ambos extremos del Mediterráneo, y Enrique
IV obtuvo bulas para unas campañas poco exitosas.
El argumento de los Reyes Católicos fue la recuperación de Hispania, lo que en realidad había estado más o menos implícitamente en la mente de las monarquías cristianas medievales, equiparando Granada al peligro turco. En 1481 empezó la guerra contra el reino nazarí, para lo que los reyes pidieron bulas una vez más que les fueron concedidas ya en 1479, luego en 1482 y años siguientes. Un crucifijo de plata regalado por el papa debía ser portado en cada campaña, y cuando al dar comienzo el año 1492 se ocupó la Alhambra, en lo alto ondearon dos banderas, la de Santiago y la del papa con una cruz…
[i] Museo Arqueológico Nacional, marzo de 2018.
[ii] Vivió entre mediados del siglo XI y 1094. La conquista aragonesa de Barbastro tuvo lugar en 1064 y la reconquista musulmana en 1065. Como en otros episodios, hubo participación franca.
[iii] El rey castellano pretendió la reubicación de esta población. En lucha contra los mudéjares estuvo ayudado por la corona de Aragón, y aquellos por el reino nazarí. La derrota de los mudéjares llevó a la primera expulsión de un colectivo musulmán de la Península Ibérica.
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