La plástica barroca no
es actual y está superada. Es necesario meterse en el ambiente de aquellos
siglos que habían conocido el renacimiento de las artes y de las letras, el
levantarse de una nueva espiritualidad, más dirigida por las autoridades que en
la Edad Media, para entender y apreciar la pintura y la escultura barrocas.
La Sevilla de 1622 era
ya la que recibía el oro y la plata de América, la que tenía colonias de
portugueses, genoveses y de otras naciones, la ciudad de los contrastes por la
gran riqueza de unos y la enorme pobreza de otros; era una ciudad cosmopolita
que había recibido nuevos productos agrícolas de América y había llevado otros
desde Asia y Europa. En dicho año nació en esta ciudad el pintor más barroco –si cabe-
de la pintura española, pues une al realismo de Velázquez y a la dulzura de las
vírgenes de Murillo, una personalidad artística singular e irrepetible. La
teatralidad, la escatología, la muerte, la vanidad de la vida, la imaginería y
la policromía.
El artista es Valdés
Leal (Baldés firmó la mayor parte de sus obras), encontrándose su partida de
bautismo en la iglesia de San Esteban de la capital andaluza. ¿Era su padre
portugués y él eligió los apellidos de la madre para evitar cualquier relación
con la colonia judío-portuguesa sevillana? Se sabe que uno de sus maestros fue
Francisco de Herrera “el viejo”[i],
que no es poca cosa. En Córdoba debió ser alumno de Atonio del Castillo[ii].
A partir de este momento Valdés recibe la mayor parte de sus encargos de la
Iglesia, realizando una primera obra en la que representa a San Andrés, figura
colosal que será premonición de otras. Contrariamente a Murillo, la pincelada
de Valdés es mucho más suelta, más aún que la de Velázquez, como se puede
observar en su “Virgen de la Inmaculada Concepción con San Andrés y San Juan
Bautista”[iii].
Aunque el tema es el mismo que tanto gustó a Murillo, la pincelada de Valdés es
menos definida, desordenada y expresiva.
En Córdoba se casó con
la hija de un hidalgo que, no obstante, ejercía un oficio, demostrando cierto
poder económico. La peste de 1649 le llevó de nuevo a Sevilla y allí trabajó
para los muchos conventos que existían, otra característica del barroco. El
monasterio de San Jerónimo de Buenavista le encargó una serie de pinturas para
la sacristía, siendo el santo el protagonista. También se especializó en la
ejecución de frailes jerónimos con sus característicos sayones blancos, y para
el convento de Santa Clara de Carmona hizo unos lienzos de gran tamaño que se
colocaron en el presbiterio. Las escenas están relacionadas con la vida de la
santa, demostrando Valdés una gran maestría en el movimiento y las líneas
diagonales.
Luego empieza a definir
su obra a partir de una combinación sin igual de lo bello y lo horrible, la
violencia y el terror, la fealdad y la maldad. Para la parroquia de Santa María
de la Coronada, de Córdoba, pintó un lienzo para ser colocado en el ratablo,
donde se representa el carro de Elías, del que se habla en el libro de Reyes:
el profeta Elías ascendiendo al cielo en un carro de fuego tirado por caballos.
También pintó santas emparejadas en las que demostró el paso de la rigidez
propia de sus primeros años al dinamismo, la exaltación de la cruz, las
perspectivas arquitectónicas y oblícuas, al mismo tiempo que se dedicó al
grabado y a policromar esculturas en madera de otros autores.
Para entonces su taller
era ya un centro de actividad frenética donde participaba toda la familia, pues
un hijo suyo (Lucas Gregorio) y una hija trabajaron con él y le heredarían,
firmando esta algunos grabados. Es la época en la que se canonizó a Fernando
III de Castilla y esto fue motivo para varios programas iconográficos (1671),
pero ya en 1667 la hermandad de la Santa Caridad, fundada a finales del siglo
XV, se vale del fundador de su hospital, Miguel Mañara[iv],
para que Valdés pinte “las postrimerías”, destacando dos obras que son las más
conocidas: “Finis gloriae mundi”[v] e “In
ictu oculi”[vi].
En la primera obra un acusado tenebrismo hace aparecer una mano que sostiene la
balanza donde sendas cartelas dicen “ni más”, “ni menos”, en alusión a la
inutilidad de los bienes mundanos. En primer plano el sepulcro de un obispo
cuyo rostro ya corrompido, en vano porta el báculo de la autoridad y los
ropajes sagrados... La segunda obra muestra un esqueleto sobre la esfera del
mundo, portando una caja mortuoria mientras que la otra mano se extiende sobre
una tiara, coronas, ricos ropajes y libros en premeditado desorden.
En el siglo XIX, estereotipando la obra de otros pintores barrocos, se olvidó a Valdés Leal, que no obstante nos dejó también algunas obras al fresco: San Fernando entrando en Sevilla en 1248. Ejemplo de pincelada suelta como no se había visto hasta el momento es Jesús llevando la cruz, obra de 1661[vii]. Juan Valdés Leal murió en 1690, siendo enterrado en la parroquia sevillana de San Andrés.
[i] Sevilla, 1590 – Madrid, 1654. De él debió aprender Valdés Leal el oficio de pintor y grabador, y como Velázquez, quizá fue alumno de Francisco Pacheco.
[ii] Córdoba, 1616 – 1668. Quizá fue alumno en Sevilla de Zurbarán, y en Córdoba se convierte, en su época, en el artista más importante de la ciudad.
[iii] Se trata de un óleo sobre lienzo de 234 por 167 cm. que se encuentra en el Museo del Louvre, París.
[iv] Sevilla, 1627-1679. Tras una vida licenciosa pasó a colaborar estrechamente a favor de los menesterosos.
[v] Es obra de entre 1670 y 1672, un óleo sobre lienzo de 220 por 216 cm. que se encuentra en el Hospital de la Caridad de Sevilla.
[vi] De la misma época, técnica, soporte y medidas. También se encuentra en el Hospital de la Caridad de Sevilla.
[vii] Es un óleo sobre lienzo de 88 por 71 cm. que se encuentra en el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
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