Monastereio de San Millán de Suso |
Tiene gran interés el trabajo de Máximo Diago sobre los monasterios benedictinos riojanos, donde destacan el de San Millán de la Cogolla, Santa María de Nájera y Valvanera. Se centra el autor en el espacio del obispado de Calahorra, que en la Edad Media abarcaba gran parte de las actuales provincias vascas con su multitud de monasterios, aunque se trababa de pequeñas fundaciones. Muchas de estas eran casas de la Magdalena, donde se acogía a mujeres arrepentidas que entraban por esta causa a profesar. En ocasiones sería por escapar de la enorme pobreza que padecerían.
Como en otras partes de España y resto de Europa, en las ciudades y villas se establecieron los mendicantes, franciscanos y dominicos. Entre los conventos de los mendicantes, las casas de la Magdalena y los tres grandes monasterios riojanos, existieron diferencias notables en cuanto a sus rentas, siempre a favor de estos. Las fuentes de los ingresos que recibían estos monasterios -según el autor citado- eran muy diversas, así como sus propiedades estaban muy dispersas.
Durante el siglo XV no solo en La Rioja, sino en otras muchas partes de la península, los monasterios sufrieron un gran deterioro por dos causas fundamentales: la gran crisis económica y demográfica derivada de la peste negra, que se extiende desde el siglo anterior, y la mala gestión de los monasterios como consecuencia de la caída de estos en manos de abades comendatarios, algunos de los cuales recibían las rentas residiendo en la Corte romana.
El monasterio de San Benito de Valladolid había iniciado una reforma de sus casas ya en el siglo XV, y esto fue quizá el motivo que llevó a los Reyes Católicos a encargarle la continuidad de la misma, haciendo depender a todos los benedictinos de la capital castellana. Se empezó reiniciando una rigurosa clausura y una gestión económica que implicó la "mesa comun", es decir, que las rentas del monasterio no se dividieran entre monjes según su categoría o poder. También se intentó evitar los conflictos internos que habían ido surgiendo en los diversos monasterios. Máximo Diago cita el interesante caso de los abades que, para aceptar se implantasen las reformas, se hicieron reconocer la asignación de una renta vitalicia, como en Valvanera (1523), cuyo abad exigió y consiguió que durante el resto de su vida continuase usufructuando los bienes del monasterio.
El caso de San Millán de la Cogolla es el más notable, solo superado en Castilla por el de Sahagún, y el de San Salvador de Oña muy cerca del primero. El autor anota que, según estimaciones del año 1563, la renta de Sahagún alcanzaría más de 4,5 millones de maravedíes, y la de sus prioratos 778.000. La renta del monasterio de San Salvador de Oña sería de más de 2,5 millones de maravedíes, y la de sus prioratos 883.000. La de San Millán de la Cogolla, 2,6 millones de maravedíes. Sin embargo el número de monjes en el siglo XVI (1565) no excedía de 27 conventuales, aunque a estos hay que añadir 14 familiares, 12 pastores, 38 mozos y 14 muchachos, distribuidos entre la casa principal y las granjas.
San Millán contaba con dos grandes partidas de ingresos en el siglo al que el autor se refiere: dinero y especie, si bien esta distinción -dice él mismo- no es importante, porque algunos ingresos en especie el monasterio los convertiría en dinero en los mercados. Fuente de ingresos importante fue por la cesión en arrendamiento de propiedades o derechos, además de los votos de San Millán, que se percibían a lo largo y ancho de la geografía castellana. Se trata de un privilegio que el monasterio tenía desde el siglo X, por el que los habitantes de Navarra y Castilla debían pagar una cantidad anual al monasterio, aunque todo hace pensar que el origen del privilegio está en el siglo XIII mediante la falsificación de documentos por parte de los monjes. No es el único caso de "votos", destacando el caso de Santiago por el que la Iglesia gallega recibió durante siglos rentas procedentes de buena parte del territorio peninsular.
No hay comentarios:
Publicar un comentario