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Conocemos algunas obras
de los visigodos: iglesias, asentamientos y cementerios, entre otras. Por
ejemplo Santa Comba de Bande, San Fructuoso de Montelios, San Pedro de la Nave,
San Juan de Baños, Santa María de Quintanilla, Santa María de Melque, etc. Pero
es mucho más difícil sacar algunas conclusiones válidas sobre los
enterramientos visigodos en Hispania.
Roger Collins ha
señalado que entre los siglos IV y VI los visigodos se desplazaron varios miles
de kilómetros en distintas etapas y en circunstancias diferentes, cambiaron
completamente su nombre y su identidad étnica al menos una vez, absorbieron y
abandonaron numerosos elementos de poblaciones diferentes, se casaron con
personas de otras etnias, cambiaron su organización política, perdieron una
dinastía de reyes supuestamente ancestral, modificaron su lenguaje, cambiaron
de religión dos veces y fueron testigos de numerosas transformaciones en su
cultura artística y artesanal.
Lo que llama más la
atención con respecto a las prácticas funerarias en Hispania –dice Collins- es la diversidad que presentan. Hay enterramientos
con objetos y sin ellos, los hay con armas y sin ellas, y también con cerámicas
y sin ellas. Algunos cuerpos están enterrados en cistas, espacios funerarios
rectangulares cerrados por líneas de piedras en posición vertical y cubiertas
por losas de mayor tamaño[i].
Otros individuos están enterrados bajo tejas inclinadas unas contra otras;
también hay numerosos enterramientos en sarcófagos. Probablemente en todos
estos tipos de enterramientos se terminaría la tumba cubriéndola con un montón
de tierra.
La mayoría de estos
tipos de enterramiento parecen haber sido practicados en los mismos períodos,
pero quedan muchos puntos oscuros, y esto da pie a nuestro autor para criticar
algunas “conclusiones” a las que se ha llegado, a su parecer erróneamente.
Un gran número de
cementerios de época visigoda se conocen desde finales del siglo XIX, habiendo
sido excavados muchos de ellos en las décadas de 1920 y 1930. A principios del
siglo XX se prestó atención a un grupo de cementerios relativamente grandes
situados en zonas rurales, muy particularmente en la Meseta norte, que presentan
similitudes con los excavados en Renania (“tumbas en hilera”). Un caso
especial, por el trabajo realizado en él, es el del cementerio de El Carpió de
Tajo, al oeste y no lejos de Toledo, pues de él se han obtenido muchos datos.
De 285 tumbas
registradas en dicho yacimiento, en 195 (casi el 70%) no se encontraron objetos de tipo alguno, por
lo que cabe decir que colocar junto al cuerpo objetos funerarios fue más bien
una excepción y no la regla. En una minoría de casos se encontraron joyas y los
cuerpos estaban cubiertos con vestidos. La cronología de estos cementerios se
ha establecido a partir de los estilos de los diversos objetos hallados en los
enterramientos, teniendo en cuenta que las armas están ausentes, pues los
pequeños cuchillos no tendrían uso militar. Los objetos a los que se refiere el
autor son hebillas de cinturón y broches.
En la última etapa
visigoda se produjo una diferencia muy marcada en el estilo de los objetos con
respecto a todo el período anterior, y el bizantinismo y otros estilos del
Mediterráneo oriental no influyeron en Hispania hasta principios del siglo VII.
La ausencia de oro y plata en las tumbas ha llevado a considerar que los
enterramientos pertenecían a población germánica pobre, a la que se había
impedido adquirir tierras en las ricas zonas del sur y este del reino. Siendo
así podría darse el caso de que esta población pobre fuese el campesinado
visigodo libre que no estaba al servicio de los reyes o de la nobleza, y su
situación les llevó a recibir menos influencias del mundo romano, permaneciendo
fieles al arrianismo y al derecho consuetudinario godo. Esta población
explicaría algunos de los problemas políticos a los que se tuvo que enfrentar
la monarquía visigoda en los siglos VI y VII.
Algo parecido han dicho
algunos historiadores sobre los ostrogodos de Italia en la primera mitad del
siglo VI: el romanismo que quisieron imprimir el rey Teodorico (493-526) y su hija
Amalasunta contó con la oposición de la mayoría de los godos, contrarios a la
civilización romana. La imposibilidad de educar a Atalarico (526-534), según el
estilo godo, parece que fue causa directa de la reacción que se desencadenó
tras la muerte de este rey, la intervención bizantina, durísima para la
población, llevó al fin del reino ostrogodo.
Collins se refiere a la
historiografía que sostiene que las sociedades influidas por el poder romano
estuvieron llamadas al desastre, mientras que las que permanecieron más al
margen (francos) tuvieron su continuidad y brillantez. Constata, no obstante,
que dicha interpretación fue consecuencia del nacionalismo fuertemente
romántico de la Alemania del siglo XIX, nacionalismo que –de otro tipo- se dio
también en el siglo XX. Hoy, los historiadores “han dicho adiós” a la idea de
grandes grupos de campesinos germánicos libres que habrían formado un elemento
importante, a veces dominante, en las sociedades que emergieron tras el imperio
romano.
Volviendo a los
enterramientos en Hispania, parece engañosa la idea de que las necrópolis son
grandes: en el caso de El Carpió de Tajo, teniendo en cuenta que fue utilizadoa ininterrumpidamente durante dos siglos, el número total de tumbas descubiertas
ha sido 285, con personas de todas las edades y de ambos sexos, lo que lleva a
concluir que esta necrópolis no es grande. Por último se dice que las dos
culturas centroeuropeas que han sido consideradas como ancestros de los godos,
los theruingi y los greuthungi, practicaban las inhumaciones
sin armas, siendo los casos con ellas raros, pero se han encontrado en algunos
enterramientos. En cambio los francos, anglos, sajones, lombardos y otros sí
enterraban a los muertos junto a sus armas, por lo que el caso de los godos
sería distintivo de los pueblos anteriormente citados.
[i]
Por ejemplo, los sepulcros excavados en roca de la provincia de Cáceres que ha
estudiado Antonio González Cordero. También la necrópolis de la Dehesa de la
Cocosa en la provincia de Cuenca, estudiada por Mercedes López Requena y Rafael
Barroso Cabrera.
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