A finales del siglo
XVIII había en Galicia quince villas o ciudades que superaban los 2.000
habitantes: ocho de ellas costeras (Viveiro, A Graña, Ferrol, A Coruña, Muros,
Pontevedra, Vigo y A Garda), cinco interiores (Tui, Allariz, Ourense, Santiago
y Lugo) y dos muy próximas a la costa (Betanzos y Padrón).
El profesor Isidro
Dubert, en un trabajo sobre el mundo urbano gallego en el siglo XVIII[i],
dice que, en 1787, solo un 7% de la población de Galicia vivía en estas villas[ii],
lo que permite decir que estamos ante un ámbito débilmente urbanizado, “más aún
que el constituido por aquellas otras áreas regionales europeas que en su día
obtuvieron una consideración semejante. Y esto se podría decir de todo el norte
de España, en donde por las mismas fechas, un 7,6% de habitantes vivía en
enclaves con más de 2.000 habitantes. Pero estos enclaves –dice el citado
profesor- articularon y formaron uno o más sistemas urbanos, los cuales jugaron
un papel capital en el desarrollo socioeconómico de las comarcas más
septentrionales de la península.
Esta situación llegará
casi intacta hasta el siglo XX, pero Isidro Dubert establece una diferencia: la
región vasco-cantábrica estaba aislada de la asturiana por grandes espacios
vacíos; en Galicia aparecían las pequeñas villas de Ribadeo, Viveiro y
Mondoñedo, además de los puertos de Ferrol y A Coruña. Más al sur se
encontraban otras villas que no tuvieron la complejidad de las
vasco-cantábricas.
El mundo rural –y las
villas que aquí se estudian participaban en buena medida de él- estaba formado
por los núcleos situados a más de 500 m. sobre el nivel del mar, estaba muy
fragmentado y tenía dificultades de comunicación entre sí y con la costa. La
economía, aquí, se basaba en el cultivo del centeno, el aprovechamiento del
monte y la ganadería, además de las zonas de viñedo en las riberas orensanas y
lucenses de los ríos Miño y Sil: era la Galicia menos urbanizada. Los
rendimientos agrarios eran bajos, el poblamiento era disperso y, no obstante,
aparecieron “fórmulas protoindustriales” vinculadas al textil tras 1770. Así,
la densidad de población no llegaba a 30 habitantes por km2.
Otro era el caso de las
villas que estudia Isidro Dubert, dedicadas a actividades comerciales y
pesqueras si se encontraban en la costa, pero a finales del siglo XVIII eran de
inferior nivel que dos centurias atrás. Estas villas se beneficiaron de la
introducción del maíz en el siglo XVII y la agricultura era más evolucionada,
apareciendo una temprana ganadería estabulada. La mayor parte de estas villas
estaba en la fachada atlántica y la densidad de población de las comarcas donde
se encuentran superaba, a mediados del siglo XVIII, los 80 habitantes por km2.
Solo A Coruña, Ferrol y Santiago, en 1787, superaban los 5.000 habitantes,
aunque por razones distintas: capitalidad, puerto y universidad
respectivamente.
Los puertos gallegos,
al comenzar el siglo XVIII, habían quedado reducidos a funciones secundarias y
a ser descarga de la pesca de bajura. Se ve, por tanto, una acusada dualidad
costa-interior, pero la primera era netamente dependiente del su entorno rural,
lo que impidió a las villas periféricas desarrollar una diversidad de funciones
con respecto a sus alfoces.
En las décadas de
1750-1760, ciertas decisiones políticas favorecieron a las villas de A Coruña,
Ferrol y Vigo, que junto con las que no disfrutaron de esas ventajas, siguieron
jugando un papel jurídico-administrativo que permitió formar una trama urbana
gallega[iii].
[i] “Las
dinámicas demográficas de las pequeñas villas gallegas a finales del Antiguo
Régimen”.
[ii] Cita al
profesor Eiras Roel.
[iii] El
presente resumen está hecho a partir de la obra citada en la nota i.
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