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Durante algún tiempo –dice
E. Mitre- el territorio entre el Pirineo y el Loira se convirtió en un
importante campo de batalla. En 721, los árabes sufrieron una importante
derrota delante de Toulouse a manos de Eudes de Aquitania, siendo el primer
fracaso militar de los musulmanes en el Occidente. A partir de 731 una nueva
ofensiva más demoledora quebraría la resistencia aquitana. El continuador de la
crónica de Fredegario[i] informa
de cómo las iglesias en torno a Burdeos y la basílica de San Hilario de
Poitiers fueron pasto de las llamas. Los invasores se aproximaron a Tours y en
manos de los francos del norte quedó el papel de defender la Galia de los
musulmanes.
De acuerdo a la idea
más convencional, Europa daría sus primeros pasos como resultado de un
movimiento defensivo frente al Islam[ii].
El texto capital que daría nacimiento a esta en un sentido histórico y político
se encontraría en la “Crónica mozárabe”, escrita en territorio hispánico en
754, pero bajo dominio musulmán. El anónimo autor hablaría de la importante
victoria obtenida por los europenses
sobre los musulmanes en las cercanías de Poitiers (732). Por europenses se entendía el heterogéneo conglomerado de
fuerzas capitaneadas por el vencedor del encuentro: el mayordomo o intendente
de palacio del reino franco de Austrasia, Carlos Martel.
El choque fue mucho más
que una simple escaramuza; los actos heroicos no contaron más que el pillaje al
que fue sometido el campamento abandonado por los árabes quienes, en los años
siguientes, seguirían hostigando el sur de la Galia. Pirenne sostuvo que ese
triunfo de Carlos Martel no fue registrado en los textos históricos francos, lo
que demostraría la decadencia cultural bajo la que el territorio vivía. J.
Flori[iii]
ha destacado, por su parte, que los coetáneos del choque de Poitiers no
tuvieron ninguna conciencia de la unidad religiosa y cultural de la Cristiandad
frente a un peligro islámico. No hubo colaboración religiosa alguna en el
hecho, si nos atenemos a las fuentes. Otros, en cambio, consideran que el
cronista que siguió la obra de Fredegario habla de la “perfidia gens
sarracenorum”, o de los estragos que las fuerzas de Carlos Martel causaron a
los musulmanes “Christo auxiliante”.
Para la posteridad, no
obstante, el vencedor de Poitiers aparece como el salvador de Occidente. Las
victorias de Martel frente a los musulmanes y otros enemigos de los francos (la
nobleza levantisca, los sajones de las fronteras orientales, los frisones del
norte), constituyeron una buena baza a jugar por su hijo y sucesor en la
mayordomía palatina, Pipino el Breve.
Con la complicidad del
papa Zacarías (741-752, de origen griego), Pipino destronó al rey merovingio
Childerico III[iv].
Da comienzo entonces la reunificación del reino franco, hasta entonces pasto de
las disensiones civiles y de las incursiones musulmanas. También empezaron unas
estrechas relaciones con el pontificado, algo inédito porque el emperador
bizantino había sido considerado hasta ese momento el continuador del Imperio
romano clásico. A través de Bonifacio[v],
los carolingios tomaron contacto con Roma, operación clave para la futura
política de Carlos (Carlomagno). Pipino vio legitimada su discutible titulación
real merced a la unción, recibida primero de Bonifacio y luego del papa Esteban
II para él y sus hijos Carlos y Carlomán. El pontífice, por su parte, se
beneficiaba de la protección franca frente a las presiones militares de sus
vecinos lombardos.
La cancillería franca
se hizo receptora de la teología de la alianza entre realeza e Iglesia, y quizá
en estos años se redactó en la cancillería pontificia el documento conocido
como “Donación de Constantino” (falsa), base para la creación de los Estados
Pontificios. El rey franco daba primacía a los papas de Roma sobre los
patriarcas de Constantinopla, Jerusalén, Alejandría y Antioquía, y el papa
recibió, además, el palacio de Letrán, la iglesia de San Pedro del Vaticano y
fue nombrado soberano sobre Roma, Italia y el conjunto de Occidente. Estas
maniobras permitían a los papas marcar distancias con Constantinopla y
recuperar –con la ayuda de Pipino- algunos territorios ocupados hasta entonces
por los lombardos. Al título real Pipino añadió el de Patricio de los Romanos,
hasta entonces reservado a representantes del emperador bizantino en Italia,
que implicaba su conversión en protector de los intereses de la Iglesia romana.
Papas y carolingios dependían mutuamente entre sí.
Aunque ciertas fuentes
presenten a Carlomagno como el no va más de los gobernantes (el sacerdote
Catulfo, el poeta Angilberto, Alcuino de York y ciertos anales) hablando en
algún caso[vi]
de “Europa vel regnum Karoli”, refiriéndose a los territorios cubiertos por los
títulos que Carlos ostentaba, los de rey (de francos y lombardos) y el de
patricio de los romanos, la realidad es menos risueña.
No obstante, la
coronación de Carlos como emperador en Roma, a finales del año 800 por el papa
León III, que estaba en apuros, se ha considerado como el acontecimiento
político más importante del Medievo. Mitre dice que estaríamos ante uno de los
primeros injertos de lo romano y lo europeo, y P. Courcelle[vii]
escribió que “el Imperio cristiano de Occidente caerá en manos de un bárbaro;
pero este bárbaro será él mismo un cristiano que retomará el Imperio y al que
todos en Occidente tienen por heredero legítimo de las tradiciones romanas”.
Es lo que se ha llamado
“Renovatio Imperii” después de tres siglos de vacancia, pero de esta “renovatio”
no hay constancia que tuviesen conciencia sus protagonistas. Aún conservándose
vivo el recuerdo de Roma, no era un “Imperium” acorde a las pautas
romano-mediterráneas al uso lo que renació en el año 800. P. Riché[viii]
ha escrito que “es en la época carolingia cuando puede considerarse Europa como
algo más que una expresión geográfica: es una entidad política frente a
Bizancio y los países musulmanes”. El problema es que no se podría excluir al
mundo griego dominado desde Bizancio de lo que llamamos Europa (digo por mi
parte). El debate historiográfico parece reducirse al Occidente tal y como se
entendió entonces y aún ahora se distingue (una Europa occidental y otra
oriental).
Algunos especialistas –sigue
diciendo E. Mitre- recuerdan que para sus coetáneos Carlomagno era emperador
antes del año 800: la coronación no sería más que una sanción en la que un papa
que tenía problemas con sus súbditos romanos, León III, deseó ostentar un
protagonismo que no le correspondía. Como emperador, se podía considerar a un
monarca que estuviera por encima de los otros reyes, y Carlos, ya en 781, había
establecido en el interior de sus dominios dos reinos cuyo gobierno encargó a
sus hijos: Pipino en Lombardía, anexionada en 774; y Luis en Aquitania. Solo
quedaba extender la influencia del Imperio al otro lado de los Pirineos,
dominar a los sajones, a los frisios, a los bohemos, a los ávaros, y al otro
lado de los Estados Pontificios, el Ducado de Spoleto…
Así “resuelven” los
historiadores el “origen” de Europa, pero se trata de una Europa occidental,
germana y latina, quedando fuera los territorios dominados por Bizancio y la
periferia nórdica.
[i]
Redactada a mediados del siglo VII en Austrasia (entre Turingia, el canal de La
Mancha y Frisia). En el centro se encuentra Aquisgrán.
[ii] E.
Mitre, “Una primera Europa”. En un capítulo de esta obra se basa el presente
resumen.
[iii] Vivió
entre 1936 y 2018 y sus investigaciones abarcan la caballería y las cruzadas
durante la Edad Media.
[iv] Había
sido alzado al trono de Austrasia y Neustria por el mismo Pipino, mandándolo
tras su deposición a un monasterio. Se ha conocido a los últimos merovingios
como “reyes holgazanes” o ineptos para gobernar.
[v]
Curiosamente de origen inglés y llamado “apóstol de los germanos”, bárbaros en
origen.
[vi] Los
Anales de Fulda abarcan buena parte del siglo IX.
[vii] Vivió
entre 1912 y 1980
[viii] Vivió
entre 1921 y 2019, siendo reconocido como un especialista en la Alta Edad
Media.
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