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La adquisición del
monasterio de Moreruela (Zamora) por la Junta de Castilla y León, ha detenido
el agónico deterioro anterior, señala S. Prieto Morillo en un trabajo sobre la
gliptografía en el mismo. Así se han descubierto marcas de las logias de canteros
que no eran conocidas hasta ese momento, aunque existe una falta de acuerdo
entre los investigadores sobre el devenir histórico del monasterio.
En los años sesenta y
setenta pasados se realizaron labores de restauración y, posteriormente, se
emplearon medios informáticos para el estudio del monasterio. Parece que los
primeros monjes que se asentaron en Moreruela lo hicieron en el siglo IX, pero
entonces se debieron hospedar en pequeñas construcciones[i]
que solo tenían de monasterio la vida espiritual y de comunidad que hacían.
Hubo que esperar al siglo XII para que se levantara la fábrica que nos ha
quedado, hoy en ruinas, pero suficiente para ver el prototipo de un
monasterio cisterciense, con una iglesia de tres naves, girola y capillas
radiales, el claustro orientado al norte y la fachada al oeste. Alrededor del
claustro se encontraban las demás dependencias del cenobio, así como una
estructura alargada en dirección este y otra de planta cuadrada en dirección
oeste.
En la primera mitad del
siglo XII los monjes recibieron del rey castellano Alfonso VII el lugar
denominado Moreruela de Frades, por medio de Ponce de Cabrera, ricohombre y
ascendiente de la poderosa familia de los Ponce de León. A partir de este
momento es cuando los monjes decidieron afiliarse al císter e iniciaron una
importante expansión económica, no obstante el endeudamiento que las abadías de
la época sufrirían, según Prieto Morillo, por empeñarse en construcciones muy
ambiciosas.
Lo primero que destaca
en los monasterios del císter es la ausencia de figuras escultóricas, pues
nacieron como respuesta al esplendor que caracterizaba a los cluniacenses. La
concesión de bienes y la exención de obligaciones, las donaciones de
particulares y de señores permitieron la construcción del monasterio con el
esplendor que aún hoy se aprecia.
Los monjes tuvieron
entonces autosuficiencia económica arrendando predios en régimen de explotación
señorial y ejerciendo derechos jurisdiccionales, que por ambos medios percibían
rentas. Pudo así incrementarse su patrimonio gracias a la ganadería y a la
minería, además de al cultivo de la vid, trabajada por conversos al menos durante la etapa
inicial del monasterio en el siglo XII.
Lo primero fue
construir la iglesia empezando por la cabecera, es decir, por la girola y el
presbiterio, para que fuese posible oficiar cuanto antes en ella. Está
documentado el trabajo de asalariados, sobre todo para aquellas
funciones de mayor especialización. Antes hubo que preparar el suelo y cimentar
los edificios, lo que se hizo en los primeros años de la segunda mitad del
siglo XII; en las hiladas inferiores del muro exterior de una de las capillas
de la girola hay una inscripción donde se puede leer el año MCC, que
corresponde al 1162 de la era cristiana.
La disposición de la
cabecera –dice nuestro autor- recuerda a los monasterios de Veruela, Fitero,
Poblet y Gradefes, así como a algunas iglesias de Borgoña de la misma época.
Las logias de canteros que trabajaron en la elaboración de los sillares, así
como en la construcción de la iglesia y demás dependencia monásticas,
dejaron sus marcas, de una variedad y originalidad extraordinarias.
Algunas de las marcas
son espiriformes, pero también las hay muy sencillas: una línea horizontal,
otra ondulada, línea horizontal con pequeños ángulos en los extremos, cruz con
uno de los trazos inclinado, una línea quebrada, otras en forma de V, dos
triángulos unidos por un ángulo respectivo, flechas, círculos con símbolos
inscritos (en ocasiones cruces, estrellas, lunas), signos en forma de F o de E
invertida, otros en forma de A, de P, de p invertida, en forma de llave… A
medida que avanzaba la edificación, los signos son más abundantes, como es lógico,
condensándose tanto en los muros exteriores como en el interior. La mayor
frecuencia y variedad de signos va menguando a partir del transepto, y un signo
cuya interpretación está por hacerse es el denominado “pentalfa”, en forma de
estrella con cinco puntas, signo que se ha internacionalizado, como demostró
el autor al que sigo en su estudio sobre San Martín de Castañeda.
La existencia de varios
signos en el mismo sillar es escasa, y cuando se da puede deberse a sillares desechados y
retallados en los que no ha desaparecido la marca primigenia. Un signo muy
característico es el de forma de sombrerillo, y otro que presenta cuatro marcas
idénticas en disposición cruciforme, en los sillares localizados en las hiladas
inmediatas al lado izquierdo del rosetón de la portada meridional, apareciendo
con cierta profusión en la girola…
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