Paisaje de los Pedroches (Córdoba) |
Durante el gobierno de
los Omeya en al-Andalus, los cristianos en dicho territorio conservaron algunas
de las instituciones que tenían desde el período visigodo[i], y
dichas instituciones representaron a la población cristiana ante el poder
musulmán. Esto es importante porque los cristianos en al-Andalus fueron muchos,
siendo los obispos los que más claramente colaboraron con las autoridades
musulmanas.
Dichos obispos estaban
en condiciones de controlar el territorio y, aunque la red eclesiástica
evolucionó a lo largo del período omeya, gran parte de las sedes episcopales
visigodas continuaron activas, siendo Córdoba el centro de la organización
eclesiástica cristiana. Hubo, en cambio, una parte del territorio de al-Andalus
donde se produjo una desestructuración, siendo esto más patente a medida que
nos alejamos de aquella ciudad.
Martínez de Marigorta -a quien sigo- se
centra en los casos de Eliberri y Urci[ii],
teniendo en cuenta que los grupos dominantes visigodos pactaron, en muchos
casos, con los invasores musulmanes seguir gozando de sus privilegios,
practicando su religión y otros asuntos, a cambio de comprometerse a pagar los
tributos que se les impusiesen por parte de los musulmanes. Entonces, los
dominados se convertían en “dimmíes”, cristianos o judíos que eran
“protegidos”. En los últimos años –dice Martínez de Marigorta- se han
encontrado muchos precintos de plomo que en una de sus caras va acuñada la
frase “pacto de paz”.
El método de conquista
árabe consistió en que el ejército siguiese los itinerarios que pasaban por las
ciudades del reino visigodo; una vez tomada una ciudad, la nueva administración
andalusí instalaba en ella un gobernador con su guarnición militar, encargándose
del cobro de tributos por medio del obispo si dicha ciudad contaba con él. Esto
explica el manteniendo de la mayor parte de las sedes episcopales, mientras que
los prelados lograban una mayor suma de recursos.
El obispo de Eliberri
pactó con los invasores, habiendo sido dicha ciudad una importante “civitas” y, hasta bien avanzado el siglo X, sabemos que siguió activa. El litoral del
sudeste peninsular, sin embargo, no siguió la misma suerte, pues no estuvo
entre los itinerarios de la conquista árabe. Urci no contó con
ceca en época visigoda, y de hecho no la mencionan los cronistas árabes entre
las ciudades tomadas.
Pero la colaboración
entre gobernadores musulmanes y obispos quizá no dio el resultado esperado por
aquellos. La mayoría de los terratenientes visigodos continuaron con sus
posesiones en tanto que la autoridad andalusí cambió de estrategia a partir de
743, consistente en el encargo a las tropas sirias el cobro de los impuestos,
de forma que acapararon un tercio de los bienes de los cristianos. Y es curioso
que a partir de la fecha citada los autores árabes no vuelvan a hablar de
Eliberri como ciudad, al contrario, al hablar de las personas con
responsabilidades, estas se sitúa en el campo. El autor habla de
descentralización administrativa, algo que se tornará en centralización, a
favor de Córdoba, más tarde.
A partir de 743 el sur
de al-Andalus fue más estrechamente controlado desde Córdoba, donde vivía un
conde al que se le encargaron las funciones que antes realizaban los obispos en
materia tributaria. Este sistema ya estaba implantado cuando se habla de
emirato al frente del cual está ‘Abd al-Rahmân I (756-788), siendo este el que
eligió a sus sucesivos condes, el primero Artubâs[iii],
un noble visigodo que se había aliado con los árabes en la conquista, gracias a
lo cual conservó sus muchas propiedades rurales. Al parecer había sido este
Arubâs el que aconsejó que se encargase a las tropas sirias el cobro de los
tributos en las zonas rurales.
Otro conde fue Rabî’ b.
Tudulf, que por aumentar la presión tributaria provocó una revuelta en el
arrabal de Córdoba (818). El emir, entonces, decidió ejecutarlo, pero la
población de la cora de Ilbîra, quejosa también por el mismo motivo, envió a
sus representantes a Córdoba, y el emir, que pretendía continuar con la
misma política tributaria, reprimió militarmente a la delegación de Ilbîra. El
autor al que sigo dice que esta cora contribuía con más de 109.000 dinares al
año, siendo la segunda después de Córdoba (120.000).
Tras la conquista árabe
cesó la celebración de concilios en el siglo VIII, y hay que esperar a la
siguiente centuria para constatar cuatro sínodos, en 839 y 862 en Córdoba, ya
no en Toledo, en los que participaron mayoritariamente obispos del sur de
al-Andalus (Sevilla, Medina Sidonia, Écija, Málaga, Cabra, Córdoba, Eliberri,
Urci, Guadix, Baza, Baeza y Elche), y de más lejos solo los de Toledo y Mérida. Con
‘Abd al-Rahmân II (822-852) vemos un creciente número de cristianos que
desempeñaban funciones administrativas o diplomáticas en Córdoba. Es ahora cuando se produce la centralización de la que antes hablábamos y de nuevo la
importancia del papel fiscal de los obispos, existiendo fuentes que hablan de
Ostegesis, obispo de Málaga, que habría obtenido el cargo gracias a la simonía,
desempeñando sus tareas fiscales en estrecha colaboración con el conde de
Córdoba de aquella época, Servando, quien estaba casado con una prima de
Ostegesis.
Lo que está claro es
que esta colaboración de cristianos con la administración cordobesa les fue
transformando en minoría arabizada, siendo Córdoba la ciudad donde más rápidamente
se dio este fenómeno, y esto es lo que llevó a la protesta de algunos, que
veían el triunfo de la cultura musulmana sobre la cristiana; es la época de los
martirios voluntarios[iv]
que se llevaron a cabo en Córdoba entre 851 y 859, movimiento que fue
protagonizado por miembros de la aristocracia indígena estrechamente
vinculada a los monasterios de la región cordobesa. Las familias de estos
aristócratas tenían un origen visigodo y continuaron siendo grandes
terratenientes, peros sus ingresos estaban menguando por dos motivos
principales: la centralización fiscal supuso un control más eficaz de la
administración omeya sobre el campo, y gran parte de los nuevos habitantes de
Córdoba serían campesinos procedentes de la zona rural de la cora cordobesa.
La importancia de los
monasterios en el movimiento de los mártires voluntarios estuvo motivada por su
gran distancia geográfica y simbólica respecto del modelo árabe-musulmán. La
mayoría de los monasterios se encontraban en áreas montañosas, habiendo sido
construidos por familias aristocráticas dentro de sus tierras, de modo que
estos dueños trataban de mantenerlos fuera del control del episcopado, el cual
estuvo en contra del martirio voluntario.
[i] Eneko
López Martínez de Marigorta, en cuyo trabajo se basa el presente resumen.
[ii]
Eliberri era una “civitas” donde existía obispo desde época anterior,
encontrándose en el Albaicín granadino. Urci se encontraba al sur de Alba
(Almería), muy cercana a Pechina, según el “Itinerario de Antonino”. Otros consideran
que Urci se encontraba en la costa, entre Villaricos (Cuevas de Almanzora,
Almería) y Águilas (Murcia).
[iii] En ese
momento el emir requisó sus propiedades.
[iv] Entre
el medio centenar de mártires, 31 eran de Córdoba y 13 del sur de al-Andalus,
la zona andalusí dividida en coras donde la centralización se había llevado a
cabo. El clérigo Eulogio expuso el peligro para la cultura cristiana que
representaba la arabización de los cristianos, siendo ejecutado en 859.
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