Convento de Tiñosillos (provincia de Ávila)*
Aunque la obra de Andrés Martínez Esteban[i] sobre
el cardenal Ciriaco Sancha y Hervás es un panegírico en algunas de sus partes
de la figura del prelado, el contexto eclesial, político y social en el que
enmarca la biografía del clérigo burgalés es de gran interés, aportando
documentación de primera mano y muy variada en cuanto a sus características.
Al cardenal Sancha,
cuando era obispo de Ávila, se debe la fundación de un monasterio trapense
femenino en Tiñosillos, al norte de la provincia citada. El autor dedica una de
las partes de su obra a exponer la lucha de Sancha “por la libertad de la
Iglesia”, aunque nunca gozó da tanta como cuando se estableció en España un
régimen liberal. Otra cosa es que la Iglesia considere “libertad” el goce de
privilegios que tuvo antes del siglo XIX, muchos de los cuales siguió teniendo
en dicha centuria y con posterioridad.
Nacido Sancha en
Quintana del Pidio (sur de la provincia de Burgos) en 1833, participó en los
debates que en su edad adulta van a provocar enfrentamientos entre los
distintos grupos liberales, el episcopado español y el papa, siendo los
principales temas objeto de controversia las regalías, la enseñanza, el
matrimonio civil y la secularización de los cementerios. La Iglesia, en aquella
época –y aún posteriormente- no aceptaba que el Estado reclamase para sí
funciones y poderes que, hasta entonces, habían estado en manos de la Iglesia;
la enseñanza como instrumento adoctrinador fue un arma que la Iglesia se
resistió a dejar, y de hecho siguió manteniendo un fuerte control sobre buena
parte de ella; no concebía la Iglesia que hubiese otro matrimonio que el
consagrado por ella y el enterramiento en “lugar sagrado” fue considerado por
la jerarquía eclesiástica como contrario a que los cementerios pasasen a manos
del poder civil. Pero estos son solo algunos casos entre otros.
El autor de la obra que
sigo aquí habla de que la época de Sancha es la del “Syllabus” (1864) o
relación de lo que el papa Pío IX consideró “errores”, estando nuestro
personaje en ese momento en Cuba. Cuando regresó heredó las consecuencias del
documento citado y de la encíclica “Quanta cura”, publicada dos años antes,
donde no se aceptaba la libertad de culto ni otras propias del liberalismo de
la época.
Estos documentos
provocaron división entre los católicos españoles (y de otros países) pues no
otra cosa sino católicos eran los liberales progresistas y conservadores, los
carlistas, muchos republicanos y, en general, la inmensa mayoría de la sociedad
española. Es clave la apreciación de Martínez Esteban cuando dice que “tras la
caída del Antiguo Régimen ¿cómo se comprendió a sí misma la Iglesia y cómo
entendió su papel en la nueva sociedad liberal? Porque la concepción que la
Iglesia tenía de sí misma marcó el ministerio de Sancha” sobre todo como obispo
en Ávila, Madrid, Valencia y Toledo.
La respuesta que
nuestro autor se da es que “la Iglesia se sentía incapaz de hacer frente a los
cambios sociales que se estaban produciendo”, viendo que dichos cambios
llevaban a una descristianización creciente. Lo cierto es que los templos se
llenaban de fieles, las congregaciones católicas eran numerosas y fuertes y la
Iglesia seguía manteniendo privilegiadas relaciones con los diversos gobiernos.
Sanz del Río[ii],
a quien cita Martínez Esteban, juzgó que ese fue el origen de la excomunión
contra todo progreso. En el Boletín Eclesiástico de Santiago (número 918,
correspondiente al año 1881) se habla de la “evidencia” de que la civilización
moderna era enemiga de la cristiana.
Lo cierto es que la
Iglesia había descuidado, entre otros, a un sector que se incorporaba, lenta
pero inexorablemente, a nuevos tiempos en la ciudad, pero que también heredaba
grandes penalidades en el campo. Dicho sector es el obrero, entendido en el más
amplio sentido de la palabra, y por ello el obispo de Córdoba, en 1879,
Zeferino González, publica un “Programa de los asuntos que conviene explicar en
las conferencias de los Círculos Católicos de Obreros”. Pero con expresiones
como “nada mejorará mientras nuestra divina Religión no se enseñoree del mundo”,
no era posible caminar por la senda del liberalismo sin enfrentamientos, porque
los obispos consideraban que la moral cristiana interpretada por la Iglesia era
la única válida para regularizar las costumbres.
Sancha participó de la
idea de que el origen del poder era divino, y esto fue otro escollo en el que
tropezó con el liberalismo, con los “tiempos modernos”. Pero esto no era
exclusivo de España: comentando un motín internacionalista en Roma, el
periódico “La Época” pidió en 1877 al gobierno italiano que tutelase el orden
público. “Si la Iglesia se penetrara –dice dicho periódico- de su verdadera
conveniencia, si los partidos conservadores comprendieran sus deberes, fácil
sería una amalgama en que el orden, la libertad y la religión de nuestros
padres, dieran con ventaja la batalla al espíritu disolvente y anárquico que
por todas partes se difunde”.
Lo que se difundía por
todas partes eran las diversas ideas socialistas y del librepensamiento, pero
esto último ya desde el siglo XVIII, y tiene interés la expresión “su verdadera
conveniencia” referida a la Iglesia (en el texto anterior) haciendo una
apelación a los partidos conservadores, que eran justo los que no estaban al lado de los grupos marginados de la sociedad.
Es más –dice Martínez
Esteban-, quienes en el seno de la Iglesia querían armonizar cristianismo y
libertad[iii]
eran una minoría, considerándoseles durante mucho tiempo una peligrosa
disidencia. La Iglesia quiso que el Estado se sometiese a ella en el plano
moral al tiempo que el poder civil había ido acabando con un conjunto de
inmunidades y privilegios que la Iglesia identificaba con derechos derivados de
su misma naturaleza. Nada más lejos de la realidad a poco que se conozcan los
orígenes del cristianismo.
Había, en efecto, un
catolicismo liberal en España, pero éste no era el caso de Sancha, que desde su
etapa de sacerdote en Cuba se había ido formando hasta la categoría de
intelectual, habiendo nacido en el seno de una familia humilde y teniendo que
sufrir la muerte de su madre a la corta edad de diez años. Se formó en el
Seminario de Burgo de Osma, luego estudió teología dogmática, teología moral,
historia eclesiástica y patrología, sagrada escritura y disciplina
eclesiástica. Más tarde siguió en el Seminario de Salamanca, donde se licenció
en Teología para volver luego a Burgo de Osma, pero ya como profesor de latín,
religión e “historia profana”.
Para Martínez Esteban,
sin embargo, Ciriaco Sancha vivió su experiencia decisiva en la ciudad de
Santiago de Cuba, cuando no aceptó el nombramiento como arzobispo de Pedro
Llorente[iv],
insubordinándose, por tanto, con el Estado. Vuelto a España, años más tarde
regresó a Cuba y fue director espiritual de unas conferencias, confesor (1863),
predicador, censor eclesiástico, instructor de expedientes para las dispensas
de parentesco y venía ejerciendo ya un oficio castrense desde 1862.
Viajó a Roma a sus treinta y cuatro años cuando, poco después, se convocaría el Concilio Vaticano I, y las tropas del rey Víctor Manuel II entraban en la ciudad en 1870. En España, dos años antes, había triunfado la revolución llamada por sus partidarios “gloriosa”, el krausismo se abría paso y las capas bajas de la sociedad española se organizaban más o menos eficazmente en asociaciones reivindicativas, en algunos casos violentas. ¿Cómo pedir que Ciriaco Sancha entendiese aquello, formado en la más acrisolada tradición católica? Cuando en 1876 sea nombrado obispo auxiliar de Toledo, ante la incertidumbre de los tiempos, Sancha no renunció a su personalidad, singularísima sin duda, a su inteligencia, superior claramente a la media entre los suyos, pero no se separó un ápice de la ortodoxia y así prosperó hasta el cardenalato, muriendo en 1909.
[i] “El Cardenal Sancha en la encrucijada de la Iglesia española”.
[ii] Nacido en Torrearévalo (norte de la provincia de Soria) en 1814, falleció en Madrid en 1869. Fue el introductor del krausismo en España.
[iii] “… tengo el cristianismo por religión de mi vida moral y la libertad por religión de mi vida política”, dice Emilio Castelar (citado por el autor al que sigo que, al mismo tiempo, toma el texto de T. Elorrieta, 1926).
[iv] En el contexto del llamado “cisma de Cuba”, por el que la Iglesia no aceptó las condiciones impuestas por el Estado español para la provisión de obispados vacantes y la forma de jurar el cargo.
* http://www.monasteriodealloz.org/historia.html
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