Son palabras del
clérigo sevillano las siguientes: “La Europa tiende a formar una sola familia
por las relaciones de comercio e industria, por la semejanza de instituciones
civiles y religiosas, por la comunidad de los conocimientos científicos, y aún
por las mismas alianzas de los soberanos. No existen ya las diferencias de
costumbres, los rencores religiosos, las rivalidades nacionales, ni los demás
elementos de repulsión que, por tantos siglos, han separado a los pueblos. Todo
conspira a la fraternidad”[i].
Y en otros artículos –dice
Claude Morange[ii]-
habla de la gran familia europea, de la confederación europea. Lista estaba
convencido de que vivía en una época –y no era fácil en España- en la que se
generalizaría el sistema constitucional, cuando eran muy pocos los países donde
éste existía y la “Santa Alianza” estaba en plena vigencia.
Y son suyas también
estas palabras: “¿Tienen derecho los gabinetes reunidos de varios monarcas para
intervenir en las formas de gobierno interior de otro Estado?... ¿Tienen
derecho los soberanos reunidos para tratar hostilmente al pueblo que varía su
forma de gobierno por una revolución, ya en atención a las causas que la han
producido, ya a la falta de libertad en el rey que la ha sancionado, ya al
peligro de que el ejemplo cunda hasta sus mismos Estados?
Era al calor del
Congreso de Troppau cuando hablaba Lista de esta manera, un congreso de la
“Cuádruple Alianza” y Francia para combatir la revolución liberal que había
triunfado, por poco tiempo, en Nápoles (1820). “Todas las naciones de Europa –
recoge Morange- fijan en el día sus ojos sobre la antigua Parténope[iii];
en ella está la vanguardia del ejército de la libertad”, pero “la causa que se
discute en Laybach[iv]
no es solo la del Mediodía de Italia; es la de todas las naciones
independientes”.
El clima durante el “trienio”
liberal español era tal que el periódico “Times” publicó lo siguiente: “Después
que los aliados hayan concluido su obra en Italia [intervenir en Nápoles para
restablecer el absolutismo], ¿estarán dispuestos a intervenir eficazmente en la
revolución de la península española? A la verdad, que será incompleta su obra
si no colocan a aquel rey en su antiguo poder. Por tanto les invitamos a que
acometan esta empresa… Solo cuando quede extinguida la Constitución de España,
dejará de ser objeto de imitación en Nápoles y en el Piamonte, y quizá en
Prusia y en Olanda” (sic).
En 1820, Alberto
Rodríguez de Lista y Aragón –dice Morange-, era ya, desde hacía varios años,
una figura bastante conocida en el mundo de las letras, y (bien a pesar suyo)
en el de la política, por el papel que había desempeñado durante la guerra de
1808. Natural de Sevilla, se sintió inclinado muy joven hacia el sacerdocio,
vocación más sincera que la de su amigo Miñano, quien no vio en la Iglesia sino
una manera de medrar. Recibió la tradicional formación clásica que entonces se
daba en las universidades.
También dio muestras de
inquietud intelectual. En 1789 se graduó de bachiller de Filosofía, e hizo tan
rápidos progresos en las Matemáticas que, a los trece años, ya daba clases de
dicha disciplina en la Sociedad de Amigos del País de Sevilla y en el Colegio
de San Telmo. Al mismo tiempo concluyó sus estudios de Teología, graduándose de
bachiller en 1795; su ordenamiento sacerdotal, sin embargo, no se produjo hasta
1804, pues carecía de medios económicos. En 1807 ganó una cátedra de Retórica
en la Universidad de Sevilla.
A esas dos vocaciones
(la docente y la pastoral) –sigue diciendo Morange-, añadió desde muy joven
otra: la de la poesía. Al producirse la invasión napoleónica, igual que Miñano,
se adhirió al campo de la resistencia, lo que era menos difícil en Sevilla que
en el centro o en Aragón, pero no se comprometió como Miñano con la Junta de
Sevilla. Colaboró en varios periódicos y llegó a crear “El Espectador sevillano”[v],
que redactó solo durante cuatro meses, hasta la entrada de las tropas francesas
en Sevilla. En dicho periódico se explayó Lista sobre los distintos tipos de
gobierno, los representativos, la división de poderes, las Cortes –que defendía
representativas de toda la nación-, el sistema de elecciones, etc.
Pero no tardó en
retractarse: en un artículo suyo aún dice que “sea lícito, pues, a todo buen
español, suspirar por el día feliz en que diga: Tengo una patria, que nadie me
quitará; unas leyes, que me aseguran para siempre la libertad política. Yo
moriré por la patria, pero mis descendientes serán felices y gloriosos”… y
pocos días después se expresará en sentido contrario: excluir del sufragio a
los no propietarios, se puso al servicio de los franceses, aceptó cargos y
prebendas, se le dio media ración de la catedral y, en 1813, tuvo que emprender
el camino del exilio. Cuando volvió estuvo al servicio de los marqueses de
Vesolla, en Pamplona.
Abjuró a la masonería a la que se había apuntado por influencia francesa, fue de trabajo en trabajo para sobrevivir y, durante el “trienio” liberal es uno de los principales redactores de “El Censor”[vi].
[i] Esto escribía Lista en 1821 en el número 28 de “El Censor”.
[ii] “En los orígenes del moderantismo decimonónico”.
[iii] Antigua ciudad donde ahora se encuentra Nápoles.
[iv] Es la actual Liubliana, capital de Eslovenia. Un congreso reunido allí en 1821 establecieron, entre otras cosas, las fronteras de los estados europeos.
[v] Ver aquí mismo “La corta vida de un periódico”.
[vi] Ver aquí mismo “Palos a la mula negra y palos a la mula blanca”.
La pintura representa a Nápoles en el siglo XIX (https://www.dimanoinmano.it/es/cp136639/arte/ottocento/veduta-di-napoli)
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