Imagen antigua de Tánger (*)
No es otro que el de
muchos liberales que tuvieron que emigrar cuando el régimen absolutista se
empleó en su persecución, es decir, entre 1814 y 1820 y luego entre 1823 y 1833
aproximadamente. La particularidad de León López Espila es que su primer exilio
fue en Marruecos durante tres años, renegando de su religión, protegido de un
noble árabe, ejerciendo como falso médico y viviendo cierto amorío con una
joven en el país norteafricano.
Durante el siglo XIX –dice
Josefa Bauló Doménech- hubo un goteo de liberales fuera de las fronteras
españolas, sobre todo en Francia, Inglaterra y América, muchos de ellos con
esperanza de regresar a España, lo que se pone de manifiesto, en el caso concreto
de López Espila, en la obra que escribió hablando de su estancia en Marruecos, “Los
cristianos de Calomarde”[i].
Él mismo se cita como caballero “sensible y culto”, viviendo de sus rentas en
Cuenca, liberal y alistado en la Milicia Nacional en 1820. Perseguido por sus
opiniones liberales, fue juzgado y sentenciado en Granada, sufriendo cárcel en
Ceuta de donde logra huir.
En la obra que escribió
nos habla de su colaboración con Torrijos y su intento de restablecer el
liberalismo en España pero, fracasando, consigue embarcarse en un navío francés
y llegar a Marsella; luego a Tours y París, aunque de su estancia en Francia no
nos habla, quizá –dice la autora citada- porque esto fue común a otros
emigrados, no así su exilio en Marruecos. Tantos fueron los liberales que
estuvieron en Francia que Larra, en su artículo “La diligencia”, habla de que “se
mira con asombro al que no ha estado en París”, ironía que refleja el drama del
que hablamos. Y el mismo autor, hablando de los absolutistas, que no tuvieron
que exiliarse, dice “yo no sé cómo se lo componen…”.
Cuando Espila logra
dejar atrás su condición de renegado y se va a Francia, no le abandonan la
enfermedad y los problemas religiosos (pues había sido renegado). Llegó a dicho
país en 1832 y en 1834 todavía estaba en Tours esperando una respuesta del
gobierno español, pues los emigrados tenían que procurarse un destino para
sobrevivir en su propio país. De nuevo Larra, en su artículo “Dos liberales o
lo que es entenderse”, habla de ellos “como ratones arrojados de la despensa
por el gato”. López y Espila muestra en su obra la preocupación por cómo se ha
de ganar la vida en España, consiguiendo a la postre el destino de archivero de
la Guardia Real.
Los exiliados no
tuvieron la misma vida en los países donde se refugiaron: los más ilustrados
contribuyeron al importante flujo cultural de la elite intelectual, lo que provocó el interés por España, por
ejemplo en Francia, pero los más pobres vivieron en el exilio degradadamente.
Otros, incluso, perdieron la esperanza de regresar, como es el caso de la joven
que sirvió para una obra de Blanco Whitte[ii],
Luisa de Bustamante que, huérfana, permaneció el resto de su vida en
Inglaterra.
Quedan por explicar –dice Bauló Doménech- las motivaciones que llevaron a López y Espila a escribir su obra, respondiéndose que quizá fue la particularidad de su exilio en Marruecos y la necesidad de oponerse al carlismo que ya asomaba su cabeza a principios de los años treinta.
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