En el prólogo[i] de
una edición de la obra “Terrorismo y comunismo” se dice que Trotsky fue el
precursor de Stalin, abogando, ya en 1920, por un régimen de partido único y
la militarización del trabajo. En el mismo prólogo se cita a Karl Kraus,
crítico y cronista vienés, que conoció a Trotsky en Viena durante la temporada
que pasó éste antes de la primera guerra mundial. Cuando Kraus fue informado de
que Trotsky, pasados unos años, “había salvado la Revolución de Octubre”
mediante la organización del Ejército Rojo, exclamó: “¡Quién lo iba a decir de
Herr Bronstein del Café Central!”, en alusión al contraste entre el locuaz
Bronstein de café y el aguerrido revolucionario.
La obra “Terrorismo y
comunismo” la escribió Trostky en 1920, cuando se estaba produciendo la guerra
civil que enfrentó a todos contra todos, y es una réplica al socialista alemán
Karl Kautsky[ii].
La oposición a éste es furibunda, al que se acusa de calumniar a los dirigentes
bolcheviques, y la obra de Trostky se dedica, además, a explicar el esfuerzo de
guerra en materia económica que, a la postre, sería errática.
Hablar –como se hace en
el libro- de “los sábados y domingos comunistas”, es decir, el trabajo gratuito
consentido voluntariamente (son palabras de Trostky) es una falacia, pues no se hubieran
podido llevar a cabo si no es mediante la militarización del trabajo. Fue una
novedad “revolucionaria” que a la postre no sacó a la población de la miseria
en la que ya estaba con los zares. El mismo autor habla de que vivían, cuando
escribe el libro, en “una terrible ruina económica, entre el agotamiento, la
pobreza y el hambre”. Ello no es extraño: ya existían esas circunstancias antes
de 1917 y no era posible, en 1920, haber salido de ellas, máxime en plena
guerra civil.
También habla el autor de
que el paso de la economía feudal a la economía burguesa fue un calvario
inusitado, señalando que las penalidades sufridas por la población durante el
régimen feudal, no son peores que las sufridas con el capitalismo, considerando
que la Revolución Francesa acrecentó los sufrimientos de la población durante
largo tiempo. Y no acepta la apreciación de Kautsky de “la esperanza” de éste
hacia el socialismo una vez se había alcanzado el grado de desarrollo en las “viejas
democracias”, particularmente Francia e Inglaterra. Obviamente Trotsky hablaba
influido por la necesidad de oponerse a un competidor intelectual cuando dice
en su libro que “la llamada democracia republicana de la Francia victoriosa es
hoy el gobierno más reaccionario, sanguinario y delincuente que haya existido
nunca”. Para un intelectual que debe estar sujeto al rigor, frases como esta
dicen muy poco a su favor.
Respecto a Inglaterra
dice que “los acontecimientos siguen el mismo curso de forma diferente”. Señala
que su clase gobernante “oprime y expolia el mundo entero hoy más que nunca,
las fórmulas democráticas han perdido todo su significado, incluso en la farsa
parlamentaria". Y luego pasa a plantearse si el terrorismo “revolucionario”
(porque había otro terrorismo reaccionario”, pero terrorismo al fin) tenía
necesidad de ser justificado teóricamente, respondiéndose que sí. De justificarlo teóricamente a llevarlo a la práctica hay un solo paso.
Es evidente que los
bolcheviques (ni mucho menos todos) practicaron el terrorismo desde el mismo
momento de la revolución en 1917, lo siguieron practicando durante la guerra,
muy propicia para ello porque se suele recibir también terrorismo de la otra
parte, y se siguió practicando, más que nunca desde el poder, cuando la
revolución se asentó ya con Lenin y con sus sucesores. Según esto, Stalin no
tuvo que inventar nada, todo lo había dejado teorizado Trostky.
Cierto que el señor
Bronstein no fue nunca partidario de la burocratización del Partido Comunista
soviético, ni del culto a la personalidad que se rindió a Stalin, ni de las
purgas de los años treinta, pero sí supo y consintió la acción de las checas desde
el primer momento. Era lógico puesto que justificaba el terrorismo para
alcanzar los objetivos “revolucionarios”.
Si los dirigentes
soviéticos de los primeros años de la revolución soviética, e incluso los que
les siguieron, pudiesen saber en qué ha quedado todo lo que escribieron y
quisieron llevar a la práctica, se llevarían la gran sorpresa, si no lo sabían
ya, de que demasiada ideología, contradictoria en muchas ocasiones, extremista
en otras, no es útil a los objetivos de los grupos marginados de la sociedad,
los campesinos incluidos, que los dirigentes comunistas rusos tildaban de
contrarrevolucionarios porque clamaban por un trozo de tierra que les diese la
independencia económica.
No es extraño que Ernest Mandel, dirigente trostkista muy posterior, al defender a Trostky diga que “Terrorismo y comunismo” fue “el peor libro” de su autor, porque le estorbaba para reivindicar la figura de su inspirador.
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