En la narración que nos ha dejado Plutarco sobre Cayo Graco, como sobre otros personajes de los que se ha ocupado, muchos son los elogios[i] que le dedica, pero independientemente de ello, es interesante destacar la descripción que hace de la estancia del reformador en Cerdeña, mientras era cuestor con el cónsul Lucio Aurelio Orestes en el año 126 a. de C.
Dicho año fue
especialmente riguroso en invierno, de forma que el pretor pidió a las ciudades
vestuario para los soldados, con lo que estuvo de acuerdo el Senado,
autorizando al pretor para que tomase las medidas oportunas. Cayo Graco,
entonces, recorrió las ciudades e hizo que estas enviasen vestidos para
socorrer a los soldados, pero ya debía tener el cuestor enemigos en la capital
porque, llegando la noticia a Roma, fue acusado de demagogo, además de que
Graco había pedido al rey Micipsa[ii]
trigo para auxiliar a Cerdeña, lo que tampoco fue bien visto por el Senado, que
ordenó fuese relevada la tropa de la isla, aunque el pretor Orestes debía
continuar en ella, al igual que Graco.
Éste, indignado, se
embarcó hacia Roma, de lo que también fue acusado, pues había abandonado su
puesto sin autorización; no obstante, cuando Graco tuvo ocasión de defenderse,
muchos fueron los que se pusieron de su parte, en lo que Plutarco ve la elocuencia
de nuestro personaje. Alegó que había servido como soldado doce años, más que
otros, que como cuestor había estado tres, cuando a otros solo se les exige
uno. Pero no fue suficiente, pues sus enemigos le acusaron entonces de haber
puesto a aliados de Roma en su contra y que había tenido parte en cierta
sublevación.
Graco volvió a
defenderse y consiguió salir airoso, lo que le animó a pedir el tribunado, a lo
que se opusieron “todos los principales”, pero no así la plebe, pues “fueron
tantos los que de toda Italia concurrieron a la ciudad para asistir a los
comicios, que para muchos faltó hospedaje; y no cabiendo el concurso en el
campo de Marte, venían voces de electores de los tejados y azoteas; y sin
embargo, violentaron los ricos al pueblo, y frustraron la esperanza de Cayo
[Graco]”, hasta el punto de que habiendo sido elegido el primero no se le
reconoció sino el cuarto puesto.
Puede que Plutarco exagere
en cuanto a los apoyos que Graco recibió para el tribunado de la plebe, pero
cuando entró en ejercicio de dicho cargo enseguida destacó por su facundia,
deplorando la pérdida de su hermano Tiberio[iii],
al que recordaba con frecuencia para ganarse a la población. Pero como
considerase que se estaba siendo injusto con él, recordó cómo se hacía justicia
antiguamente en Roma, relatando que por la mañana iba un trompetero a casa del
acusado “y le llamaba a son de trompeta”, y sin que esto se hubiese hecho no se
le podía condenar por los jueces. Entonces Graco propuso dos leyes: una que si
el pueblo privaba a un magistrado de su cargo (nótese que un magistrado era
cualquier cargo público), no pudiera después ser admitido en otro; y la otra
que si algún magistrado proscribía y desterraba a un ciudadano sin juicio
previo, debía haber contra aquel acción ante el pueblo.
Aunque Graco tenía ya
puesta la vista en ciertos personajes que incurrían en los supuestos
anteriores, no se podrá decir que sus propuestas no eran modernas para su
tiempo (e incluso para el actual). Otras leyes hizo aprobar Graco en detrimento
de la autoridad del Senado, una fue agraria para distribuir por suerte tierras
públicas a los pobres; otra militar, por la que se mandaba que el vestuario
militar saliese del erario público, sin que por esto se descontase nada al
soldado. Además contemplaba esta ley que no se incluyese en ningún cuerpo del
ejército a los menores de diecisiete años…, pero hubo una ley de Graco que soliviantó
al Senado, ya que éste tenía poder para juzgar las causas, por lo “que eran
terribles a la plebe y a los caballeros”.
Para hacer sancionar
esta ley tomó ciertas medidas: siendo hasta ese momento costumbre que todos los
oradores hablasen vueltos hacia el Senado, que en adelante lo hiciesen mirando
hacia la plaza, el exterior, lo que en la época no fue poca novedad, pues
simbólicamente el Senado (los aristócratas) perdían primacía al menos en esto. También
hizo que el pueblo eligiese a los jueces del orden ecuestre.
Propuso también que se enviase trigo a las colonias, se hiciesen caminos y se construyeran graneros, por lo que muchos le seguían, tanto operarios como artistas, legados y magistrados, soldados y literatos. No es extraño que, perseguido con otros por los poderosos, fuese declarado enemigo del Estado, teniendo que huir Cayo Graco con su esclavo, el cual recibió la orden de su amo de que le diese muerte en el bosque de Furrina.
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