Antiguo convento franciscano en Zaragoza (*)
Desde 1210 en que
Francisco de Asís recibe la aprobación del papa Inocencio III para crear su
orden religiosa, debido al rápido crecimiento que tuvo, aquel se vio obligado a
redactar una Regla donde quedase reflejado el ideal de vida de los frailes,
pero esta Regla sería modificada varias veces.
En un primer momento
los franciscanos se dedicaron a la asistencia de necesitados: leprosos,
asilados, enfermos y, en la península Ibérica, se fundaron numerosos conventos
que dieron lugar a las provincias de Santiago, Aragón, Navarra y Castilla. Pero
los conflictos dentro de la orden no tardaron en producirse: por un lado
estaban aquellos que querían vivir de forma más rigurosa y ponían el acento en
la pobreza más que en el estudio; eran los espirituales; por otro lado los de
la comunidad, que aceptaban la relajación que las comunidades habían ido
adoptando.
Durante los siglos XIV
y XV los franciscanos se dividieron en conventuales y observantes. Los primeros
vivían en grandes conventos siguiendo una disciplina monástica que admitía la
propiedad en común y la recepción de rentas y bienes raíces. Los observantes
eran los que rehusaban toda dispensa en materia de pobreza y eran partidarios
de la vuelta al ideal primitivo, en realidad una constante en la historia de
las órdenes religiosas y en todas las religiones.
Aunque los reformadores
fueron apareciendo en todos los países europeos donde los franciscanos habían
fundado conventos, en España se tomó la medida de designar visitadores (1373),
que intentarían comprobar el grado de relajación en cada convento. Dos años
después, en el convento de San Francisco de León se promulgaron unas
constituciones para poner freno a los abusos cometidos en la provincia de
Castilla, y los movimientos renovadores se fueron imponiendo poco a poco.
En 1415, en el Concilio
de Constanza, un decreto[i] reconoció a los observantes, que comenzaron a fundar conventos en todas las
provincias, y el papa Eugenio IV fue decisivo para su éxito, ya que una bula[ii]
de 1446 concedía a los observantes independencia de los conventuales. No
sabemos hasta qué punto había en todo esto una lucha por el poder dentro de la
orden, pues la independencia venía a facultar tener vicarios generales,
provinciales y locales propios. El Vicariato Cismontano estuvo dirigido por
Juan de Capistrano, nacido en Náples en 1386, que predicó por muchos países
europeos, y el Vicariato Ultramontano fue dirigido por Juan de Maubert. A partir de éste momento unos franciscanos observantes llevaban una vida eremítica y otros
no, llegando a tener los primeros una gran difusión en Castilla, sobre todo
debido a la labor de Pedro Villacreces, nacido en 1362. Su
reforma se basó en la combinación de una ascesis flexible con notas
humanísticas donde la predicación popular era fundamental. Colaboradores suyos
fueron Pedro de Santoyo, Pedro Regalado y Lope de Salinas.
Los observantes
españoles quedaron organizados en 1447, articulándose tres Vicarías
correspondientes con las provincias de Aragón, Castilla y Santiago. Los grupos
eremíticos tenían el mismo ideal de vida que los observantes, a pesar de lo
cual había diferencias que no se superaron, en Castilla, hasta 1459 por medio
de una bula[iii],
encontrándose dificultades similares en la provincia de Santiago. En la
provincia de Aragón el movimiento eremítico tuvo una gran importancia y la
reforma dio sus frutos ya en 1424 con varios conventos: Chelva[iv],
Manzanera[v],
Santo Espíritu[vi]
y Segorbe[vii].
La vida reformada en
los conventos franciscanos se parecía a la llevada a cabo por Francisco de Asís
en la Porciúncula (en el centro de Italia, Asís): mortificación, oración,
silencio, caridad con los enfermos, humildad y obediencia, creciendo la
observancia en la península Ibérica de una manera inusitada, creándose a lo
largo de la Edad Moderna nuevas provincias, sobre todo en Castilla, donde los
conventuales fueron expulsados de algunas ciudades, consolidación que tuvo su
artífice ya en época y por obra del cardenal Cisneros, imponiendo la
observancia en los centros conventuales (1496). En los territorios orientales
de la península, sin embargo, permanecieron muchos grupos conventuales.
Durante el reinado de
Carlos I continuó el proceso de reforma, particularmente en Navarra, por la
labor de fray Francisco de los Ángeles Quiñónez[viii],
pero no todos los conventos le siguieron. Con Felipe II el conventualismo solo
estaba arraigado en la Corona de Aragón y en algunas zonas periféricas de la
provincia de Castilla, siendo la política del rey la erradicación definitiva en
toda la monarquía, uniéndose dos intereses por su parte: la religiosidad del
monarca y la lucha que mantenía con las oligarquías urbanas en la Corona de
Aragón, la mayor parte de las cuales apoyaban a los claustrales.
El rey tuvo que vencer la oposición del papado, que consideraba excesiva la intromisión de aquel en asuntos eclesiásticos, pero en 1566 un Breve[ix] ordenaba la reforma y supresión de todos los claustrales españoles, medida que se completó con otro Breve que extendía la reforma a la segunda orden franciscana, las monjas clarisas, habiendo tenido estas también numerosas divisiones (**).
[i] “Supplicationibus personarum”.
[ii] “Ut sacra ordinis Minorum”
[iii] “Debitum pastoralis officici”.
[iv] Norte de la actual provincia de Valencia.
[v] Sur de la actual provincia de Teruel.
[vi] Nordeste de la actual provincia de Valencia.
[vii] Sur de la actual provincia de Castellón.
[viii] Nacido en León, falleció en Veroli, centro de Italia, en 1540.
[ix] “Máxime Cuperemus” de Pío V.
(*) iglesiaenaragon.com/ocho-siglos-del-carisma-franciscano-en-aragon
(**) El presente resumen está basado en la obra de Karen María Vilacoba Ramos, "El monasterio de las Descalzas Reales...".
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