(*)
La tesis doctoral de Fernando Jiménez Herrera aborda varias cuestiones entre las que destacamos dos por la gran cantidad de datos que aportan: la primera, sobre los comités revolucionarios madrileños.
El autor ha recurrido a
un buen número de obras, muchas de las cuales se escribieron mientras ocurrían
los acontecimientos, o bien poco después, aunque puede que sus autores las
corrigiesen con el tiempo. Dichas obras, de quienes sufrieron la persecución de
los comités revolucionarios durante la guerra civil de 1936, tienen un carácter
autobiográfico, aunque algunas han sido noveladas. En no pocos casos –dice el
autor- se pretende impresionar al lector con términos como “muerte”,
“mártires”, “terror”, “rojo”, “hordas”… El término “rojo” se atribuía, por los
partidarios del ejército sublevado, a cualquiera que no estuviese de acuerdo
con el mismo, ya fuese republicano, socialista, comunista, etc.
La mayoría de los que
han dejado testimonio de sus experiencias en el Madrid republicano durante la
guerra son hombres, aunque hay también algunas mujeres que, sin embargo,
tuvieron una gran importancia en la quinta columna. En las obras investigadas
por Jiménez Herrera se da una visión casi idílica del Madrid anterior a la República,
en contraste con el desorden durante dicho régimen y luego durante la guerra en
retaguardia. Se trataría de legitimar el golpe de los sublevados y de poner
énfasis en la actitud de los milicianos armados por las calles, la incautación
de vehículos, los controles, las actitudes lascivas (en éste caso
sobre todo de mujeres milicianas, lo que denota una crítica a la mujer
emancipada).
También se relata cómo
las “hordas” obreras van tomando la ciudad y se produce la represión de los
comités obreros sobre la población civil, siendo las mujeres las que sufren las
mayores torturas, ya por crueldad ya porque se las suponía miembros de la
quinta columna. En oposición, los partidarios del golpe militar son pintados
como gente de orden, considerándose a los falangistas los verdaderos españoles.
En los relatos estudiados se mitifica a los muertos catalogándolos como
mártires (lo que ocurre también en el campo republicano).
Se habla del “gran
éxodo” por la ciudad de Madrid, al tener que trasladarse los que se sienten
perseguidos continuamente de residencia: a casa de un familiar, de un amigo, a
una pensión u hotel discreto. Otros optaron por quedarse en su residencia
habitual y aún existieron los que, “seguros” bajo un carnet falso de algún
partido del Frente Popular, no tuvieron necesidad de huir. El autor señala que
hubo un mercado negro de estos carnets, aumentando en gran número los
afiliados a los partidos republicanos, como así mismo a Falange Española. Otros
optaron por usar monos de trabajo por la calle, pudiendo así pasar por obreros
anónimos, sin otra significación.
Los que han escrito
libros sobre la situación en Madrid durante la guerra hablan del miedo que se
incrementaba por la noche y que el parque automovilístico de Madrid estaba casi
todo en manos de los milicianos. Se narra cómo cuando los milicianos se
presentaban en el domicilio de un acusado, buscaban todo tipo de pruebas que
pudiesen incriminarle a juicio de aquellos, como objetos religiosos,
periódicos, retratos del rey, pero muchos de los que corrían estos riesgos
solían haberse deshecho de todo material “peligroso”.
Los milicianos solían
llevarse a los varones de la casa, siendo asesinados sin tener en cuenta la
edad, en la mayor parte de los casos. Las mujeres, por su parte, empiezan a
buscar a sus maridos, que en ocasiones se encuentran en las cárceles
improvisadas de los comités revolucionarios, a la espera de ser juzgados sin
ningún tipo de garantías y por personal lego. Pero la mayoría de los
autores –como es fácil colegir- fueron absueltos, lo que no les garantizó
seguridad, porque podrían ser detenidos por otro comité, llevados a las afueras
de Madrid y ser asesinados.
También se han escrito
algunas obras por personas cercanas o vinculadas a la República, como es el
caso de Clara Campoamor[i],
donde deja constancia de los desmanes desde el comienzo de la guerra. Hay que
tener en cuenta que Madrid fue una ciudad sitiada desde relativamente pronto,
bombardeada y sometida al trabajo de la quinta columna, lo que evidentemente no
justifica lo hecho por los comités en la retaguardia. También escribió una obra
Elena Fortún[ii],
que vivió en Madrid, Albacete, Valencia y Barcelona, escribiendo la novela
citada de sus experiencias cuando adolescente.
En los años cuarenta
también se escribieron libros sobre la misma temática, pero con la diferencia
de que en 1942 se publicó la “Causa General: la dominación roja en España”,
resultado de un estudio oficial que arrojó unos datos inferiores
cuantitativamente a lo que luego se ha investigado y publicado[iii].
Tanto la “Causa” como las obras escritas por particulares pretendieron
legitimar el régimen de los vencedores.
Otro asunto tratado por
Jiménez Herrera en su tesis doctoral es el papel del Estado republicano
intentando el control de la retaguardia durante la guerra. Parece que las
autoridades rechazaron todo tipo de actuaciones como las que se han señalado
anteriormente, en parte porque la República tenía que hacerse con la simpatía
de las democracias occidentales y el Estado intentó limitar la creación de
comités de partidos y sindicatos, restando atribuciones a los que ya se habían
formado, en especial en materia de orden público y justicia. Las primeras
actuaciones se realizaron durante la presidencia de José Giral, aprobando
decretos sobre la tenencia de armas, quién podía realizar una detención o un registro
y en qué circunstancias. El gobierno de Giral intentó, pues, recuperar el poder
perdido en las jornadas del golpe de estado con una campaña de desprestigio de
los comités y su labor represiva a través de la radio y la prensa escrita.
La creación del Comité
Provincial de Investigación Púbica (CPIP), con Manuel Muñoz al frente de la
Dirección General de Seguridad, pretendió integrar a todas las fuerzas con
representación en la capital y así someterlas a la voluntad estatal, pero ello
no se consiguió. Se puede decir que, como en otros procesos revolucionarios
fuera de España, se dio una situación de doble poder, el institucional y el que
se daba en la calle no reguladamente, situación que se corrigió posteriormente
centralizando la represión para controlarla.
Pero estos esfuerzos se
diluyeron cuando se fueron creando nuevos comités que llevaron al fracaso del
CPIP, clausurándose en noviembre de 1936, ya con un nuevo gobierno presidido
por Largo Caballero, que obtuvo un éxito relativo en esta materia, pues la
guerra llegó de forma directa a Madrid –dice el autor al que sigo- en el mismo
mes y año citados, creándose la Junta Delegada de Defensa de Madrid que permitió al Estado recuperar paulatinamente todos los poderes perdidos
durante los primeros meses de la guerra.
Debe tenerse en cuenta
que a principios de noviembre de 1936 el Gobierno republicano se trasladó a
Valencia, y no parece casualidad que las matanzas de Paracuellos se llevasen a
cabo desde el día siguiente al citado traslado y principios del mes de diciembre,
por lo que sí existió responsabilidad por parte de quienes fueron encargados de
la seguridad en Madrid de aquellos crímenes, que se prolongaron, como queda
dicho, durante casi un mes.
¿Quiénes formaron los comités revolucionarios? Anarquistas y comunistas, socialistas y otros que no podemos adscribir partidariamente, que actuaban creyendo que así respondían al golpe de estado de los militares, pero también delincuentes comunes que se afiliaron a los partidos del Frente Popular –en mayor o menor número- a los solos efectos de tomarse la justicia por su mano o por intentar sobrevivir en medio del caos.
[i] “La revolución española vista por una republicana”. La edición castellana es de 2005, pero la primera fue francesa y muy anterior.
[ii] Seudónimo de Encarnación Aragoneses de Urquijo; su obra, “Celia en la revolución”.
[iii] “El holocausto español” y la obra de Salas Larrazábal.
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