Restos de Deir el-Medina (*)
Tutmosis I, entre los
siglos XVI y XV antes de Cristo, fundó la aldea de Deir el-Medina en un lugar
al oeste del río Nilo, donde este hace una gran curva, al norte de Edfu y muy
alejada de Asuán, más al sur. Se encuentra en lo que se conoce como el valle de
los reyes por las muchas tumbas de faraones egipcios allí encontradas.
En el siglo XIII a. de
C. el faraón Ramsés II, sabedor de que allí se encontraban los tesoros de las
tumbas de los reyes egipcios más ricos, mandó construir la de su esposa
Nefertari, la cual adornó con pinturas de diversos colores, relieves, dibujos
refinados y otros elementos decorativos.
En Deir el-Medina se
han encontrado hojuelas de piedra donde se escribieron notas y correspondencia,
poemas, cartas de amor, noticias domésticas y locales. En muchas de estas
inscripciones se habla de las cuitas, rumores, bromas, acusaciones, burlas y
demás comentarios que unos y otros aldeanos se hacían entre sí. En una de ellas
uno acusa a otro de no haber engendrado hijos, en otra se habla de que la mujer
del vecino se prostituye a sus espaldas, que otro debe un dinero que nunca podrá
pagar, que su casa está peor construida que las de los demás y otros muchos datos
de las familias de la aldea. Estas hojuelas son únicas en Egipto, relatando
circunstancias de la vida cotidiana de las personas más o menos humildes.
Cuando el emperador
Ramsés cumplió 40 años (parece que empezó a reinar a los 15 y se enfrentó a los
hititas a los 20 en Qadesh) su tumba ya estaba terminada, contrariamente a lo
que ocurrió con otros faraones y cortesanos. Viéndose con aquella edad, Ramsés
se dedicó a engendrar más hijos de los que ya tenía, aumentó su harén y se casó
con tres de sus hijas, completando su obra de propaganda con muchos edificios
en el valle, obeliscos, etc.
Tantas pretensiones no
sirvieron, sin embargo, para que se nos ocultase el fracaso que tuvo con los
hititas en Qadesh, viéndose obligado a negociar y firmar un tratado con su rey
donde se acordaron muchos temas, entre otros sobre extradiciones, refugiados y el
casamiento del Faraón con una hija de Muwatalli, el rey hitita. La joven fue
llevada a la capital estratégica de Ramés, Pe-Ramsés, en el delta del Nilo, con
el objeto de vigilar los movimientos del reino anatólico. El faraón adornó su
ciudad con plantas exóticas, estanques, patos en los lagos, jardines y frutales
a la orilla del río. ¿Qué vio la princesa hitita en Egipto? Huertas y prados,
frutales sin número, riqueza por doquier, una población heterogénea de
egipcios, nubios, libios y otros, pirámides, templos, tumbas, aldeas y caminos…
¿Qué asombro causaría a la princesa hitita aquella experiencia? Pronto comprobó
que no sería la esposa principal del faraón, que prefirió a Nefertari, pero la
placidez de su vida quizá le compensó de todo lo demás, asumido con facilidad.
La burocracia seguía en
Tebas, más al sur, y atrás quedaba la batalla de Qadesh, que sirvió al faraón
para hacerse la más vergonzosa campaña de propaganda que quizá se haya visto.
Los egipcios, en aquella batalla, estaban en inferioridad con respecto a los
hititas: estos conocían el hierro y los egipcios tenían solo armas de bronce,
por lo que tuvieron que movilizar a personal de otras etnias distintas de la
egipcia.
Para el enfrentamiento el faraón y su ejército tuvieron que pasar desde el delta hasta el ardiente
desierto de Sinaí y luego llegar al Líbano. Todo ello fue puesto en papiros por
los escribas que le acompañaron, contando ambas partes con servicios de
espionaje cuyas tretas han quedado plasmadas en las fuentes epigráficas. La
batalla se produjo al borde del río que pasa al sur de Qadesh, salvando Ramsés su ejército en el último momento, cuando le llegaron refuerzos desde Egipto.
Las rutas comerciales, no obstante, quedaron muy dañadas para el estado del
Nilo.
Todo esto no tenía nada
que ver con los habitantes de Deir el-Medina, que ya no era una aldea sino una
población con muchas calles, casas y construcciones notables de muy diversa
naturaleza. Mientras el faraón guerreaba en el norte, los habitantes de Deir
el-Medina se acusaban entre sí, se burlaban unos de otros, se contaban los
secretos y nos dejaban, sin quererlo, una fuente preciosa para nuestro
conocimiento.
(Ver aquí mismo “Movilización
general en la antigüedad” y “Las mentiras de Ramsés”).
(*) Fotografía de amigosdelantiguoegipto.com/?page_id=12176
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