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Rosetta es una
localidad en el extremo norte de Egipto, a orillas del Mediterráneo y no lejos
de Alejandría. A finales del siglo XVIII aún existía allí una fortaleza árabe
que el ejército francés quiso ocupar, para lo que necesitó hacer algunas obras.
Entre los escombros y la arena un soldado encontró una piedra que luego se
sabría medía 144 cm. de alto por 91 cm. de ancho y pesaba casi 700 kg. (*) Aquel
soldado debió de ser curioso o culto, no lo sabemos, pues valoró el hallazgo y,
lejos de abandonarlo o emplearlo en la restauración de la fortaleza árabe,
avisó a sus superiores.
Los que acudieron para
verla valoraron que era una monumental pieza, rota por varias partes, de
basalto negro que tenía tres tipos de escritura, una conocida, el griego, pero
otras dos no, pues no se utilizaban desde hacía muchos siglos, los jeroglíficos
egipcios y una escritura popular que, por ello, los griegos le dieron el nombre
de demótica. Los tres textos informaban de lo mismo, un decreto en honor del
rey griego Ptolomeo V que vivió entre finales del siglo III antes de Cristo y
principios del II.
Volviendo atrás, los
antiguos griegos y romanos supieron poco sobre Egipto (la mayor información la
tenemos del griego Heródoto), de forma que cuando las tropas napoleónicas llegaron
al país para enfrentarse con las inglesas (se trataba de controlar los
mercados) quedaba casi todo por conocer. La piedra, que pronto se llamó de
Rosetta, se encontró en 1799 y Napoleón mandó que pasase a estudio de un
Instituto que había mandado establecer en El Cairo.
Aquel general corso
tenía tan solo 29 años (tantos como los que vivió el citado rey Ptolomeo V)
pero además de osado y cruel era culto, una suerte de ilustrado joven, por lo
que envió a miles de soldados a ocupar Egipto y a muchos científicos que debían
estudiar todo lo que encontrasen de interés, que ya sabemos no fue poco. Se
trataba de contribuir a lo que ya venía haciendo el Instituto Francés de
Egiptología. Los dibujantes, arqueólogos, eruditos, ayudantes, etc. se
adentraron en unos y otros territorios levantando informes que se enviaban al
general que, pocos meses después, sería Primer Cónsul de Francia.
Pero no todo le salió
bien a los franceses y al ambicioso y culto general: la marina británica
destruyó los barcos franceses y Napoleón tuvo que huir a Francia, aunque sus
científicos seguían enfebrecidamente con su labor. El ejército francés, a pesar
del fracaso militar, seguía en posesión de la piedra, sobre la cual se habían
iniciado ya algunos estudios, pero los ingleses la exigieron en el tratado de
paz que se llevó a cabo. Muchos esfuerzos se hicieron por parte de las
autoridades francesas para que la piedra no fuese entregada al ejército inglés,
pero al final no quedó más remedio y empezó una labor ímproba de desciframiento
tanto en Inglaterra como en Francia. Este país había hecho copias de la piedra
para poder trabajar sobre ellas.
Al traducir el texto en
griego pareció que sería fácil deducir lo que decían los textos en demótico y
jeroglífico, pero hubo que salvar ciertas dificultades de envergadura: el
número de líneas no era el mismo en los tres caracteres, además de que las
partes de la piedra que faltaban entorpecían la transcripción y traducción.
Nadie podía dar por cierto que los tres textos informaban de lo mismo; esto se
supo con posterioridad.
En aquella campaña de
Egipto, que para Francia y Napoleón fue un fracaso militar, murieron entre
nueve y diez mil soldados franceses, pero la labor científica llevada a cabo
fue extraordinaria. La piedra fue entregada a Inglaterra como botín de guerra,
algo a lo que los ingleses estaban muy acostumbrados, se llevó a Inglaterra en
1802 y ahora se encuentra en el Museo Británico. El resto ya es conocido por
muchos.
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(*) Hay variaciones en estos datos según las diversas fuentes.
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