La Casa de América ha tenido el acierto de convocar a varios
especialistas para hablar sobre un importante espacio geográfico y étnico de
América, corriendo la coordinación a cargo de Carmen Mena García: el Chaco, que se extiende por gran parte de Bolivia, Paraguay, el
norte de Argentina y una porción del Mato Grosso brasileño. Predominan las
llanuras y los ríos, algunos tan importantes como Paraná, Pilcomayo y Paraguay;
al extenderse latitudinalmente se dan diversos climas, desde el húmedo hasta la
aridez; y desde el punto de vista humano estuvo habitado durante milenios por
pequeños grupos de cazadores nómadas y seminómadas más tarde. En los siglos de
la colonización española- escasa- dichas tribus fueron adversarias de los
guaraníes.
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Abundando los terrenos
pantanosos, los diversos estados interesados en el Chaco, a partir del siglo
XIX, han hablado de Chaco boreal, Chaco central y Chaco austral, dándose en
todos ellos la aculturación de algunas tribus, la desaparición como identidad
cultural y la pervivencia según los casos. Como queda dicho, la colonización
española no llegó a dominar este vasto territorio, que sirvió, sin embargo,
como tránsito entre los Andes bolivianos y el océano Atlántico. Herib Caballero
Campos habla de territorio mítico en la época colonial, consecuencia del
desconocimiento que sobre él y sus habitantes se tenía, y fue también una
barrera natural para poner en comunicación el oeste y el este de América del
Sur.
Pedro de Mendoza, en
busca de una supuesta Sierra de la Plata[i],
protagonizó con otros una de tantas odiseas como se han dado en la América
colonial, pero sin resultado positivo, aunque se trató de la expedición más
numerosa en hombres y navíos, pero las dificultades en el remonte de los ríos y
la oposición de los indígenas hizo fracasar el intento (1536). El portugués
Alejo García, en 1525[ii],
había llegado desde el Atlántico a territorio incaico (actual Bolivia)
acompañado de varios miles de guaraníes que reclutó durante el viaje, pero los
enfrentamientos con los incas hicieron infructuoso el viaje en términos
prácticos.
Varias expediciones mandadas
por Nuño de Chaves entre los años cuarenta y sesenta del siglo XVI le llevaron
a la parte oriental de Bolivia, fundando Santa Cruz de la Sierra. Por las
mismas fechas también comandó expediciones Álvar Núñez Cabeza de Vaca, como si
no hubiesen sido suficientes los sufrimientos padecidos en su expedición (con
tres compañeros) desde Florida, sur de los actuales Estados Unidos, norte y
oeste de México, y término en la capital mexica. Hay quien asegura que en otro intento llegó a Lima
en demanda de auxilio para el Río de la Plata, siendo entonces el primero en
viajar desde el Atlántico al Pacífico por el interior de América del Sur, regresando entre 1549 y 1550, pero esto no está documentado.
En los años cuarenta
Domingo Martínez de Irala, gran conocedor de la zona, pero también protagonista
con Cabeza de Vaca y Chaves de conflictos, sufrió un feroz enfrentamiento de
los pueblos indígenas en número de varios miles de individuos, a los que tuvo que hacer
frente con poco más de trescientos hombres. Quizá sea uno de los casos más
notables en el que el uso de la artillería fue determinante. En 1553 Irala
inició la expedición que más tarde sería conocida como “la mala entrada”: con
ciento treinta hombres a caballo y unos dos mil indios, informado de una
revuelta en Asunción, tuvo que regresar. Sofocada la revuelta y castigados los
que fueron considerados responsables, reinició la expedición en busca de
metales preciosos, pero en un determinado momento se rebelaron sus hombres, que
querían el reparto de indios en encomienda, cosa que Irala tenía por “embarazosa
y aun en parte escandalosa”[iii].
En todos estos episodios fueron constantes las muertes, enfermedades, contagios
y ataques de alimañas, pero el afán de aventura, riqueza, honores y tierras
pudo más que cualquier temor. En 1548 llegó con una expedición al Alto Perú,
sorprendiéndose porque los habitantes hablaban español, y es que los guaraníes
ya habían merodeado estas tierras, además de la relativamente reciente
presencia de los Pizarro en ellas; tres años antes se había descubierto el cerro rico de Potosí, en las alturas andinas, al sur de la actual Bolivia.
Herib Caballero señala
que se cuentan más de ciento treinta expediciones a lo largo de la historia en el Chaco con la intención de someter a los indígenas, siendo los resultados
casi nulos. En la actualidad, más de la mitad del Paraguay es territorio
chaqueño, pero un porcentaje muy bajo de los nacionales viven en él.
En 1600 se intentó
aprovechar las reducciones jesuíticas con los guaraníes para seguir las
exploraciones y búsquedas, lo que llevó a un mejor conocimiento del Chaco por
parte de los españoles, pero sería en el siglo XIX cuando la región fue
colonizada con una finalidad muy distinta: el empresario Carlos Casado del
Alisal invirtió en la extracción del tanino, sustancia que permitiría la
fabricación de cuero a partir de las pieles de los animales. El militar e
ingeniero Félix de Azara[iv],
por su parte, dedicó sus esfuerzos al conocimiento del Chaco en varias obras,
una de ellas “Informes de D. Félix de Azara, sobre varios proyectos de
colonizar el Chaco” (1836).
María Beatriz Vitard
dedicó su exposición a las que llamó “olvidadas en las reducciones jesuíticas”,
las mujeres indígenas. En la frontera del Chaco occidental, una de las regiones
donde actuaron los jesuitas, lindante con la Gobernación de Tucumán, se
encuentra la reducción de Santiago de Guadalcázar, fundada en el siglo XVII,
hoy en la provincia argentina de Salta. En la centuria siguiente se dio una
guerra en el Chaco por el “rescate” de indígenas, ambición de los hacendados
rioplatenses, mientras que los del Tucumán habían sido llevados a Potosí.
En la zona había
terrenos concedidos por la monarquía española para que los jesuitas
fundasen sus reducciones, localizándose en 1710 la primera en el área estudiada
por la autora citada, la cual habla de ellas como “crónicas etnográficas” antes
de que existiese la etnografía como ciencia. Estas reducciones estaban marcadas
por un fuerte patriarcado, no reconociéndose a los cacicazgos femeninos y
negándose todo poder de decisión a las indígenas ancianas. Las crónicas
jesuíticas dan una visión negativa de la mujer indígena, siendo el modelo para
los jesuitas el de la mujer casta, seguramente inspirados en las ideas de Tertuliano
en el siglo III.
Las fuentes hablan de una demonización de la mujer, exigiendo un estricto control sobre la sexualidad indígena; particularmente las mocovies[v] fueron reprimidas, pues existía la costumbre de que las mujeres ancianas (“viejas” en la terminología jesuítica) ejerciesen ciertos poderes, acusadas de brujería cuando seguramente se trataba de ritos ancestrales propios de su cultura, y así se dio un exacerbado rechazo a la autoridad de estas mujeres, que la tenían reconocida por sus naturales en los rituales y el aval al varón que ya se podía considerar guerrero. En la vida económica la más anciana era la que controlaba el reparto del agua en un territorio donde a estaciones lluviosas seguían otras de sequía, y es curioso que la información medicinal que los jesuitas han transmitido proviene de los conocimientos que sobre hierbas y otros productos tenían estas mujeres.
Chiara Vangelista,
especializada en el Brasil colonial, habló del Chaco en el horizonte portugués,
sobre todo en el siglo XVIII con la presencia de los bandeirantes, los indios “canoeiros”
y los caballeros[vi],
colaboradores entre sí estos últimos en no pocas ocasiones. La autora señala
que el término frontera adquiere tres significados en relación con el Chaco:
como límite (lo que es ignorado por los indígenas), franja fronteriza de
indeterminada anchura, y la que se produce por las sucesivas oleadas en la
ocupación del territorio. El “vacío” del Chaco –dice- es ideológico, no humano;
los indígenas vivían de forma muy natural, divididos, colaboradores en
ocasiones, ambulantes en busca de sustento, pero no tenían concepto alguno de
la defensa del Chaco en su conjunto.
Debe tenerse en cuenta
que el siglo XVIII es el del oro del Brasil, descubierto en el río Cuiabá,
afluente del Paraguay junto a la frontera de la actual Bolivia, no siendo pocos
los indígenas del Chaco que fueron obligados a trabajar en las labores de
extracción. Estos indígenas vivían en la marginalidad por la extrema pobreza,
pero tenían el control estratégico del territorio, conocían las zonas lacustres,
las de maleza, las más aptas para la ganadería, las más propicias a la
emboscada, etc.
Los indígenas del Chaco se distinguieron por escapar al control incaico y al control español, siendo su diversidad étnica una característica propia de su primitivismo, pues solo se había producido una aculturación relativa y mutua entre ellos. Refractarios a todo poder político, los chaqueños entraron en el comercio, no obstante, a medida que avanzó el tiempo, pero no tuvieron inconveniente en enfrentarse a los intentos de sujeción por parte de Asunción y de Buenos Aires. Ya desde el siglo XVII conocían el caballo, introducido por españoles, y desde entonces entrarán en territorio brasileño –cuando se dio la ocasión- para robar équidos en las haciendas y otra ganadería mayor.
Los “canoeiros” actuaron en corso a favor de los españoles en determinadas ocasiones, mientras que los indios “caballeros” suministraban productos agrícolas a los guerreros, y con el tiempo los indios chaqueños se extendieron más allá del Chaco, en Brasil (véase el concepto de frontera como resultado de oleadas de ocupación) como en la cuenca del río Cuiabá entre otras regiones.
[i] Ciertos indígenas del Chaco informaron a los españoles de un gran centro de metales preciosos, pero no podía tratarse de Potosí porque sus minas no se descubrieron hasta 1545.
[ii] Véase que varios años antes de la expedición de Pizarro, pero sin resultado conquistador alguno.
[iii] Real Academia de la Historia, dbe.rah.es/biografias/11895/domingo-martinez-de-irala
[iv] Natural de Barbuñales, en el centro de la actual provincia de Huesca.
[v] Nativos del Chaco argentino y otras regiones adyacentes.
[vi] No corresponden a denominaciones étnicas, sino a las establecidas por los conquistadores.