Antigua ilustración de Tampa, en Florida
El sureste de Estados
Unidos son tierras bajas solamente interrumpidas por las estribaciones
meridionales de los montes Apalaches; por la gran llanura central corre el río
Mississipí con sus afluentes, y estas tierras bajas se acentúan a medida que se
acercan al golfo de México. Aunque actualmente ha quedado el nombre de Florida
para la península que se asoma al océano Atlántico, en el siglo XVI “La
Florida” era toda esa vasta superficie que hemos descrito más arriba,
comprendiendo los territorios actuales de Carolina de Sur, Georgia, Alabama,
Misisipi, Arkansas y Luisiana, además de la citada península de Florida.
La idea de encontrar un
paso desde el Atlántico al Pacífico por el norte de Nueva España llevó a
algunos exploradores a empeños verdaderamente fabulosos, resultando todos ellos
fracasados, sufriendo sus protagonistas (no pocos) penalidades sin fin,
muriendo muchos de ellos y teniendo que enfrentarse con los pueblos aborígenes.
Hernando de Soto,
nacido en 1500 en la villa de Jerez de los Caballeros, no fue el único ni el
primero, pero sí el que intentó la expedición de forma más preparada. Otros
fueron Ponce de León, Cabeza de Vaca y Vázquez de Coronado, que estaba en su
particular empeño al mismo tiempo que Soto. Además, en algunos de estos casos
se trataba de encontrar el país o la fuente de la eterna juventud y otras
quimeras. No faltaba la ambición por los metales preciosos, hacerse con algún
señorío y fundar ciudades, pero nada de esto se convirtió en realidad.
Hernando de Soto se
había iniciado en Perú con Francisco Pizarro, hasta el punto de que, según las
fuentes existentes, este le envió con una pequeña tropa para que se adelantase
a Cajamarca, donde estaba concertado el encuentro con Atahualpa, a la sazón el
Inca del imperio andino. Cuando llegó Soto con su hueste a Cajamarca, el Inca
se encontraba en un balneario a unos kilómetros de distancia, por lo que no fue
posible anunciarle, directamente, que Pizarro no se haría esperar. Soto siguió
hacia dichos baños y pidió hablar con Atalhualpa; como tenía fama de buen
jinete parece que se entretuvo en algunas cabriolas con su caballo, quizá para
impresionar al Inca, y realmente esto es lo que colmó la curiosidad de los
nativos, pues nunca habían visto équido alguno, muy distintos de las llamas de la
estirpe de los camélidos.
Soto cumplió así con el
cometido que se le había encomendado, participó en los hechos subsiguientes,
visitó a Atahualpa con frecuencia en su prisión, pues se habían cobrado afecto,
pero no pudo impedir que Pizarro acabase con la vida del Inca. Pizarro despidió
a Soto, pues quizá le pareció demasiado afecto a aquellas gentes, y nuestro
hombre se marchó a España con el botín que le correspondió (inmenso)
instalándose en Sevilla a la edad de 36 años. Desde esta ciudad concibió la posibilidad
de empeñar toda su fortuna en una expedición desde Cuba a La Florida, a pesar
de que había contraído matrimonio con una rica señora que a la postre le
acompañaría hasta un determinado punto.
Un año empeñó en Cuba
preparando su expedición, que emprendió desde la isla con la compañía de unos
seiscientos ayudantes del más variado pelaje, desde clérigos regulares y
seculares hasta militares. La isla de Cuba y otras cercanas quedaron bajo la
gobernación de su esposa, caso único en la historia de las Antillas. En mayo de
1539 los expedicionarios llegaron a la costa oeste de Florida para luego seguir
hacia el norte por tierra: no es posible conocer la ruta exacta, pues existen
varias propuestas que se contradicen con variaciones notables, pero sí se puede
asegurar que entraron en territorio de la actual Georgia pasando por Capachesi,
Toa, Ichisi, y luego en Carolina del Sur y Carolina del Norte; aquí giraron
hacia el oeste para dirigirse a Tenesse y luego hacia el sur en dirección a
Alabama (Talisi, Casiste, Caxa, Piachi); luego hacia el norte para alcanzar el
río Mississipí en su curso medio.
En este larguísimo
recorrido tuvieron que enfrentarse a pueblos hostiles que les vieron como una
amenaza a su seguridad, pero también con otros que sintieron curiosidad por
saber si se trataba de seres con algún poder especial. En su marcha se
encontraron con asentamientos particulares, como los de los casqui, pero
también tuvieron que librar importantes batallas, como la de Maupila, en la que
según ciertos testimonios (que no podemos dar por ciertos definitivamente) Soto
lucharía sin sentar las posaderas sobre su montura, pues una herida sufrida en
una nalga se lo impedía.
Cuando llevaban un año
de recorrido Soto sufrió la picadura un de mosquito que, al parecer, le inoculó
la malaria muriendo al poco tiempo. Habían pasado por pantanos y lugares
insalubres, sufriendo penalidades y perdiendo la vida no pocos hombres. Los
soldados de Soto enterraron su cuerpo, pero como despertara curiosidad en los
indígenas, creyendo aquellos que podrían violar su tumba, lo exhumaron y
vaciaron el tronco de un árbol para introducir el cuerpo, arrojándolo en un
punto del río Mississipí donde había suficiente profundidad.
Cuando esto ocurría, Vázquez de Coronado, sin saberlo, se encontraba a unos 400
km. de distancia, y en la expedición de Soto no habían faltado los disidentes. Desde este
momento la expedición marcha a las órdenes de Moscoso, que conduce hacia Texas
de Nueva España, pero como el hostigamiento de los indios se hizo insoportable
para los españoles, decidieron huir volviendo sobre sus pasos hacia el
Mississipí por territorio ya conocido, y desde aquí siguieron el curso del río
en dirección sur hasta su desembocadura, a donde llegaron en agosto de 1543. En
una embarcación siguieron la línea de la costa en dirección a Nueva España pasando por la punta de Copei. Poco más de la mitad de los iniciales
expedicionarios regresaron vivos, no sin que antes se enfrentasen entre ellos
por decidir cuál sería la mejor ruta o la estrategia más acertada, con muertes
incluidas.
Esta y otras
expediciones sirvieron para que la monarquía española reivindicase la unión de
estas vastas tierras al Virreinato de la Nueva España, y realmente formaron
parte de él aunque solo fuese nominalmente durante mucho tiempo, y cuando los
jesuitas fueron expulsados de las posesiones españolas en el siglo XVIII,
habiendo creado misiones en la alta California, pudieron ser sustituidos por
unos pocos franciscanos con los que estaba Junípero Serra, que habiendo salido
de México en 1767, llegaron al oeste de los actuales Estados Unidos y
realizaron su labor por no poco tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario