martes, 22 de noviembre de 2022

Una partida de "locos"

 

                                                  Antigua ilustración de Tampa, en Florida

El sureste de Estados Unidos son tierras bajas solamente interrumpidas por las estribaciones meridionales de los montes Apalaches; por la gran llanura central corre el río Mississipí con sus afluentes, y estas tierras bajas se acentúan a medida que se acercan al golfo de México. Aunque actualmente ha quedado el nombre de Florida para la península que se asoma al océano Atlántico, en el siglo XVI “La Florida” era toda esa vasta superficie que hemos descrito más arriba, comprendiendo los territorios actuales de Carolina de Sur, Georgia, Alabama, Misisipi, Arkansas y Luisiana, además de la citada península de Florida.

La idea de encontrar un paso desde el Atlántico al Pacífico por el norte de Nueva España llevó a algunos exploradores a empeños verdaderamente fabulosos, resultando todos ellos fracasados, sufriendo sus protagonistas (no pocos) penalidades sin fin, muriendo muchos de ellos y teniendo que enfrentarse con los pueblos aborígenes.

Hernando de Soto, nacido en 1500 en la villa de Jerez de los Caballeros, no fue el único ni el primero, pero sí el que intentó la expedición de forma más preparada. Otros fueron Ponce de León, Cabeza de Vaca y Vázquez de Coronado, que estaba en su particular empeño al mismo tiempo que Soto. Además, en algunos de estos casos se trataba de encontrar el país o la fuente de la eterna juventud y otras quimeras. No faltaba la ambición por los metales preciosos, hacerse con algún señorío y fundar ciudades, pero nada de esto se convirtió en realidad.

Hernando de Soto se había iniciado en Perú con Francisco Pizarro, hasta el punto de que, según las fuentes existentes, este le envió con una pequeña tropa para que se adelantase a Cajamarca, donde estaba concertado el encuentro con Atahualpa, a la sazón el Inca del imperio andino. Cuando llegó Soto con su hueste a Cajamarca, el Inca se encontraba en un balneario a unos kilómetros de distancia, por lo que no fue posible anunciarle, directamente, que Pizarro no se haría esperar. Soto siguió hacia dichos baños y pidió hablar con Atalhualpa; como tenía fama de buen jinete parece que se entretuvo en algunas cabriolas con su caballo, quizá para impresionar al Inca, y realmente esto es lo que colmó la curiosidad de los nativos, pues nunca habían visto équido alguno, muy distintos de las llamas de la estirpe de los camélidos.

Soto cumplió así con el cometido que se le había encomendado, participó en los hechos subsiguientes, visitó a Atahualpa con frecuencia en su prisión, pues se habían cobrado afecto, pero no pudo impedir que Pizarro acabase con la vida del Inca. Pizarro despidió a Soto, pues quizá le pareció demasiado afecto a aquellas gentes, y nuestro hombre se marchó a España con el botín que le correspondió (inmenso) instalándose en Sevilla a la edad de 36 años. Desde esta ciudad concibió la posibilidad de empeñar toda su fortuna en una expedición desde Cuba a La Florida, a pesar de que había contraído matrimonio con una rica señora que a la postre le acompañaría hasta un determinado punto.

Un año empeñó en Cuba preparando su expedición, que emprendió desde la isla con la compañía de unos seiscientos ayudantes del más variado pelaje, desde clérigos regulares y seculares hasta militares. La isla de Cuba y otras cercanas quedaron bajo la gobernación de su esposa, caso único en la historia de las Antillas. En mayo de 1539 los expedicionarios llegaron a la costa oeste de Florida para luego seguir hacia el norte por tierra: no es posible conocer la ruta exacta, pues existen varias propuestas que se contradicen con variaciones notables, pero sí se puede asegurar que entraron en territorio de la actual Georgia pasando por Capachesi, Toa, Ichisi, y luego en Carolina del Sur y Carolina del Norte; aquí giraron hacia el oeste para dirigirse a Tenesse y luego hacia el sur en dirección a Alabama (Talisi, Casiste, Caxa, Piachi); luego hacia el norte para alcanzar el río Mississipí en su curso medio.

En este larguísimo recorrido tuvieron que enfrentarse a pueblos hostiles que les vieron como una amenaza a su seguridad, pero también con otros que sintieron curiosidad por saber si se trataba de seres con algún poder especial. En su marcha se encontraron con asentamientos particulares, como los de los casqui, pero también tuvieron que librar importantes batallas, como la de Maupila, en la que según ciertos testimonios (que no podemos dar por ciertos definitivamente) Soto lucharía sin sentar las posaderas sobre su montura, pues una herida sufrida en una nalga se lo impedía.

Cuando llevaban un año de recorrido Soto sufrió la picadura un de mosquito que, al parecer, le inoculó la malaria muriendo al poco tiempo. Habían pasado por pantanos y lugares insalubres, sufriendo penalidades y perdiendo la vida no pocos hombres. Los soldados de Soto enterraron su cuerpo, pero como despertara curiosidad en los indígenas, creyendo aquellos que podrían violar su tumba, lo exhumaron y vaciaron el tronco de un árbol para introducir el cuerpo, arrojándolo en un punto del río Mississipí donde había suficiente profundidad.

Cuando esto ocurría, Vázquez de Coronado, sin saberlo, se encontraba a unos 400 km. de distancia, y en la expedición de Soto no habían faltado los disidentes. Desde este momento la expedición marcha a las órdenes de Moscoso, que conduce hacia Texas de Nueva España, pero como el hostigamiento de los indios se hizo insoportable para los españoles, decidieron huir volviendo sobre sus pasos hacia el Mississipí por territorio ya conocido, y desde aquí siguieron el curso del río en dirección sur hasta su desembocadura, a donde llegaron en agosto de 1543. En una embarcación siguieron la línea de la costa en dirección a Nueva España pasando por la punta de Copei. Poco más de la mitad de los iniciales expedicionarios regresaron vivos, no sin que antes se enfrentasen entre ellos por decidir cuál sería la mejor ruta o la estrategia más acertada, con muertes incluidas.

Esta y otras expediciones sirvieron para que la monarquía española reivindicase la unión de estas vastas tierras al Virreinato de la Nueva España, y realmente formaron parte de él aunque solo fuese nominalmente durante mucho tiempo, y cuando los jesuitas fueron expulsados de las posesiones españolas en el siglo XVIII, habiendo creado misiones en la alta California, pudieron ser sustituidos por unos pocos franciscanos con los que estaba Junípero Serra, que habiendo salido de México en 1767, llegaron al oeste de los actuales Estados Unidos y realizaron su labor por no poco tiempo.

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