Ilustración en el Popol Vuh
La religión prehispánica en
América estuvo ligada muy hondamente a la naturaleza, los astros, los ritos,
las autoridades indígenas y a la madre tierra. El “Popol Vuh” recoge mitos e
historias de los quichés, habitantes de una región central de la actual Guatemala.
En dicho libo se aprecia la espiritualidad y la tradición de un pueblo que, en
muchos aspectos, son comunes a otros pueblos indígenas.
Las danzas de los matachines, por
ejemplo, tienen una tradición milenaria, según el profesor José Rubén Romero
Galván, y los indios tenían una cosmovisión mítica sobre el origen de su ser,
subyaciendo una idea sobre el tiempo y el espacio, con divinidades que tenían
diversas funciones respectivas. También creían en etapas separadas por grandes
cataclismos, en lo que se ha visto el sentido trágico de la religiosidad
mexica.
Los dioses luchaban entre sí, y
ello daba lugar a la sucesión de los días y las noches, y antes de que nada
existiera era la inactividad. Los ritos eran llevados a cabo con regularidad en
el gran templo de Tenochtitlan, pero también había ritos domésticos, como
ofrecimientos y abluciones que empezaban con el amanecer, antes de emplearse
los miembros de la familia en cada uno de sus quehaceres.
La misión apostólica de las
órdenes mendicantes primero, otras después, consistió en entrar en contacto con
estos ritos y en la comprensión de estas cosmovisiones que los indios, en
ocasiones, no veían tan distantes de las predicaciones. El clero regular en América
promovió el encuentro de Dios con el hombre, de la misma forma que el indio se sentía
permanentemente en contacto con sus divinidades. Por otra parte hubo una gran
similitud entre los calendarios indígenas y los llevados desde España, tanto el
anual de 365 días como el litúrgico, calendario lunar, desde adviento a la
pascua.
Una vez que se extendió la
colonización y el cristianismo a partir de ciudades preexistentes o fundadas ex novo, fueron consideradas como lugares consagrados, con sus iglesias y
conventos, las llamadas a oración por medio de las campanas que recordaban la divinidad al conjunto de la población. Por otro lado estaba la riqueza de
los símbolos y las imágenes, que en ocasiones fueron asimiladas a la
iconografía indígena.
Las sepulturas en los templos,
antes de que se establecieran camposantos, recordaban permanentemente a la muerte y
a la otra vida oída en las predicaciones, pero también imaginada por los indios
en sus creencias religiosas. Se ha considerado que los sueños han tenido una
importancia fundamental en esto, pues al despertar se era consciente de que
otro “yo” y otros seres deambulaban por una vida trascendente.
En todo caso el impacto en los
indígenas con la cristianización fue evidente, según el profesor Romero Galván,
al sentir una desazón por no coincidir las nuevas enseñanzas con lo aprendido
de sus antepasados, y así lo expone Bernardino de Sahagún en sus “Coloquios”.
Después de que llegasen a la Nueva España los primeros franciscanos en 1524,
Cortés escribió al rey demandando el envío de más, pues era el clero regular el
que verdaderamente tenía formación.
En el núcleo de todas las
religiones indígenas había un común denominador animista, aunque luego se
observen variaciones según pueblos y regiones, pues hay que tener en cuenta que
no hubo contacto entre ellos en la mayor parte de los casos. El dominico Fray Diego
Durán ha dejado una obra como historiador[i] que, al conocer el náhuatl, le permitió ahondar en las creencias indígenas y
adaptarse mejor a su sensibilidad religiosa. El cristianismo americano, por su
parte, asumió ritos y ofrendas de las religiones prehispánicas, y todo ello fue
visto como compatible con la guerra, las traiciones, las matanzas y la crueldad…
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