La profesora Enriqueta
Vila Vilar ha estudiado el papel desempeñado por los Virreyes de Nueva España
en los siglos XVII y XVIII, pero al mismo tiempo ha establecido varias
diferencias entre la mayor parte de dicho tiempo y el reinado de Carlos III,
cuando más novedades se intentaron con suerte varia. Curiosamente, mientras la
metrópoli sufría durante el siglo XVII el agotamiento por el esfuerzo bélico
de más de un siglo, Nueva España vivía un florecimiento que no ocultaba, sin
embargo, las desigualdades sociales y la trata negrera, además de la merma de
la población indígena por las enfermedades contagiosas, fundamentalmente.
Sobre 7,5 millones de
kilómetros cuadrados, al menos nominalmente, los Virreyes de Nueva España
gobernaron vastos territorios al sur y oeste de los actuales Estados Unidos,
México y Mesoamérica, además de las islas Filipinas, incorporadas a dicho
Virreinato. Octavio Paz, en cierta ocasión, ha señalado que la historia de
México nace en las naciones indígenas precolombinas, continúa con la Nueva
España y luego con la República, aunque estos dos últimos regímenes hayan
intentado negar al anterior; otros, por su parte, han indicado que los
territorios españoles en América no fueron colonias en el sentido que luego se dio
a ese término, sino reinos que ya antes de la llegada de los españoles, tenían
sus soberanos, emperadores, caciques u otras autoridades.
El Virreinato es una
antigua institución española que ya existía en Aragón e Italia, por lo que
cuando se trata de organizar política y administrativamente la América
española, se recurre a ella. Los Virreyes eran la máxima autoridad militar
(Capitanes Generales), judicial (Presidían la Audiencia) y gubernativa (Gobernación),
pero tenían además autoridad sobre Corregidores, Alcaldes Mayores y eran
Vice-patronos de las diócesis, consecuencia del Derecho de Patronato desde los
Reyes Católicos, contrapartida para que España se encargase de la
cristianización de los pueblos de Indias. Ya en las Antillas se intentó crear
un Virreinato para los Colón pero fracasó por estar inmaduro el proyecto.
Algunos Virreyes de
Nueva España llegaron a dar tal brillo a sus Cortes que sobresalían entre
algunas de las europeas, consecuencia del simbolismo que pretendían imprimir a
una sociedad compleja y multicultural, difícil de gobernar, donde a la
población indígena se sumaba la negra, los mestizos, los criollos y los
peninsulares, además de otros europeos. Algunos de los Virreyes fueron clérigos
(arzobispos) y otros militares, no faltando los pertenecientes a la más alta
nobleza hispana.
Pero ya Cervantes, en
un pasaje del capítulo XI de la primera parte del “Quijote”, hace sentir que
los años finales del siglo XVI y los primeros del XVII, no son lo mismo, a sus
ojos, que los de las grandes conquistas. En efecto, uno de los cometidos de los
Virreyes en la Nueva España fue combatir el fraude fiscal, que se localizó
sobre todo en los puertos de Veracruz y Acapulco, además de construir baluartes
en las zonas costeras para combatir las embestidas de las potencias marítimas
rivales de España, completar una legislación no pocas veces incumplida incluso
por quienes la promulgaron, y velar por el avance de la evangelización en
contacto con el clero: la Virgen de Guadalupe que se puede ver en la mayor
parte de las iglesias del actual México, no es sino trasunto de una diosa
indígena.
Pero como el poder de
los Virreyes era mucho, empezaron a llegar los Visitadores para hacer sus
averiguaciones sobre rectitud, honestidad, cumplimiento del deber, etc.,
sabiéndose en la Corte de España que la vastedad del territorio obligaba a los
Virreyes a delegar para presidir Audiencias y Gobernaciones alejadas de la
capital virreinal. Por eso se limitó a unos pocos años el mandato de los
Virreyes, pero lo cierto es que mientras unos duraron en el cargo apenas un
año, otros pasaron de diez. También se empezaron a hacer Juicios de Residencia al final de cada mandato, asunto que preocupaba mucho a los Virreyes, a tal
punto que no podían abandonar el cargo hasta que dicho juicio llegaba a sus
conclusiones: algunos fueron detenidos al llegar a España. Sea como fuere,
seguían llegando las remesas de plata a España, primero hasta el puerto de
Sevilla y luego al de Cádiz, como ha constatado J. Elliott.
Un ejemplo notable fue
Juan de Palafox, Virrey primero y visitador después, pero también obispo de
Tlaxcala, que destacó por sus fundaciones y varios conflictos con los jesuitas.
Otro es el caso de Pedro Moya de Contreras, también Virrey, luego visitador y
arzobispo, que destacó en su labor fiscalizadora por ordenar el encarcelamiento
de varios administradores acusados de corrupción; su actuación fue tan radical
que se le ha considerado temerario por los subordinados.
Militar fue el Virrey Antonio
de Bucarelli, ya en el siglo XVIII, que destacó por su oposición a José de
Gálvez, el encargado de una serie de reformas en la Nueva España entre las que
estaban el establecimiento de intendencias, institución de marcado carácter
económico vetada a los criollos, lo que preparó la animadversión hacia la
metrópoli. Bucarelli fue un reformador convincente, y su autoridad se extendió
de tal manera que hasta que cesó en el cargo, Gálvez no pudo llevar a cabo sus
innovaciones. Este último, de formación jurídica, quiso implantar un sistema de
intendencias que venían dando buen resultado en España, pero se vio con la
expulsión de los jesuitas de América y tuvo que hacer frente a las muchas protestas
de la población por ello.
La Corte Virreinal estaba
formada por la familia del Virrey, los criados y paniaguados, además de los que
pululaban en busca de un beneficio o prebenda. El lujo era la norma, más
notable durante el siglo XVIII, a lo que contribuyó la importancia que adquirió
la ciudad de México, a escala mundial, durante dicha centuria. En la Plaza
Mayor se estableció el palacio virreinal junto a la Audiencia, la catedral y el
Ayuntamiento, mientras la ciudad se desparramaba con una marcada forma
rectangular. Los majestuosos recibimientos cuando llegaba un nuevo Virrey dan
ocasión a pensar en el gran poder que ostentaban, pero también en la adulación
de los servidores y la importancia económica de Nueva España. Ya a principios
del siglo XVII el poeta Bernardo de Balbuena se había hecho eco de lo que
decimos en su obra “Grandeza Mexicana”.
Los virreyes se
hicieron retratar, e igualmente varios miembros de su familia y altos cortesanos;
una forma de mostrar el rango alcanzado y el deseo de inmortalidad, lo que
trataba de imitar la elite criolla.
No en vano los productos asiáticos arribaban a Acapulco en el galeón de Manila,
y el Virrey correspondiente ordenaba el comercio, controlaba al clero y trataba
de proteger a los indios (o al menos esa era su obligación legal); aquella era
una sociedad patriarcal y anti-igualitaria. El duque del Alburquerque, como
Virrey, estuvo empeñado en que llegasen los recursos económicos a España para
sostener la guerra de sucesión a la Corona borbónica en el cambio de dinastía; otro
Virrey, el duque de Linares, permitió a Inglaterra la trata negrera en Nueva
España en un intento de equilibro solo entendible desde la mentalidad de la
época, pero se preocupó de las deudas contraídas por los trabajadores del
campo, situación que heredó de su predecesor. El marqués de las Amarillas, como
Virrey, favoreció la colonización de zonas mineras y tuvo que mediar en la
pacificación de poblaciones norteñas, muy alejadas de la capital y poco integradas
en el Virreinato, teniendo que combatir a los comanche de Texas en otro ejemplo
de desarraigo y falta de integración de los pueblos más alejados.
En general los Virreyes se ocuparon de que funcionasen los Tribunales de Justicia, de recomponer la fiscalidad mermada por el contrabando, crearon fábricas entre las que destaca la de tabacos, reformaron el ejército y contribuyeron a la expulsión de los jesuitas que, en la medida en que provocó las protestas de la población, tuvieron que combatirlas.
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