La obra que aquí
comentamos ha sido atribuida a Vicente da Costa Matos, un portugués encarnizado
opositor de los judíos en su tiempo (primera mitad del siglo XVII). Una vez
cayó el texto en manos de Fray Diego Gavilán Vela[i],
se aprestó a traducirlo al castellano con la seguridad de que sería del agrado
de todos los lectores, pues una minoría renunciarían a los argumentos que en él
se contienen. La obra lleva por título “Discurso contra los judíos…”, y está
dedicada al obispo de Valladolid que era, a su vez, Presidente de la
Chancillería, Don Juan de Torres Ossorio[ii].
La obra es una muestra
del odio incubado desde hacía tiempo contra la minoría judía, en este caso en
la península Ibérica, pero también del desconocimiento más elemental de la nueva
teología, manifestada profusamente en la llamada Escuela de Salamanca, que
había abordado asuntos muy en boga desde el siglo XVI: filosofía, teología,
derecho de gentes, etc. Publicada la traducción castellana en 1631, pasó por
todos los trámites que eran comunes en la época: aprobaciones y licencia en
1629, tasa en 1630 (a razón de 4 maravedíes cada pliego), prólogo del autor “al
discreto lector”, encomendación a la Virgen Nuestra Señora, y se añadieron unas
liras, un epigrama de Marcial y unas espinelas de Bautista Pérez que, en sus
primeros versos, rezan:
El
famoso lusitano Acosta,
A
su patria dio
Fuente
clara en que ostentó
Licor
dulce, y docta mano.
En el capítulo primero
de la obra se intenta demostrar cómo Jesucristo es el verdadero Mesías,
auténtico caballo de Troya entre cristianos y judíos, para seguir en los
siguientes con una defensa de la Iglesia y una larga alusión a “la grande y
antigua nobleza de la generación Hebrea, y de los tres nombres que tuvieron,
Hebreos, Insraelitas y Judíos”. Luego se siguen las razones por las que los
judíos están “desgraciados de Dios y como la observancia de Moisés no les es
agradable ahora”.
Se extienden autor y
traductor en los castigos que “el Señor infligió a los judíos a la salida de
Egipto” y luego sobre los gobiernos que tuvo el pueblo hebreo y sus cautiverios
en Babilonia. A continuación se habla de la venida de Jesús al mundo y su
muerte en Jerusalén “a manos de los judíos”, gravísimo pecado –se dice- por lo
que tienen las presentes miserias, pero también las antiguas, pues detalla sin
rigor la destrucción de Jerusalén por el emperador Tito.
Sigue en el capítulo X
con el “odio de los judíos a Jesucristo” y por qué fueron echados de casi todos
los reinos (capítulo XI). En el capítulo XII relata la entrada de los judíos en
Portugal una vez fueron perseguidos en España durante la Baja Edad Media, así
como los conciertos a que llegaron con sus reyes, particularmente Juan II. En
el capítulo XIII habla la obra del primer Tribunal del Santo Oficio y su
extensión posteriormente a Portugal, pues en la época formaba con España una
sola monarquía.
Más adelante se
extiende en explicar por qué los judíos bautizados se llaman cristianos nuevos
y por qué se les ponen sambenitos a
los apóstatas. Más adelante se acusa a los judíos de idólatras y sodomitas, de
cómo todos los pecados han sido originarios de los judíos y heredados de sus
mayores, por lo que son “defectuosos” y pérfidos, inobedientes, vanagloriosos,
engañadores… y en el capítulo XXI se habla de “los delincuentes Hebreos” que,
aun bautizados, hay pruebas suficientes en muchos casos para expulsarles con
sus mujeres e hijos, cuestión en la que se insite en los capítulos siguientes,
queriendo ver que con la expulsión de 1492 no era suficiente, y elevando dicha
necesidad a “prudencia de estado”, haciéndola extensiva a Portugal.
A partir de la página
261 se cacompaña un Index con “los lugares de la Escriptura” en los que se
basan autor y traductor para su “discurso”: se empieza por el Génesis y se
sigue por el Deuteronomio, el libro de Josué, el libro de los Reyes, el de
Esdras, el de Job, etc. Queriendo encontrar justificación para las pretensiones
de la obra se tergiversa por completo el sentido de la Biblia, pero aquella es
una buena muestra de la mentalidad dominante entre buena parte de la sociedad cristiana
de la época.
Mediante otro Index se
da cuenta de lo tratado en la obra alfabéticamente, que termina en la leta “V”:
Venta de José, primer pecado de los
judíos... Por si no fuese poco se incluye otro Index con los títulos del
“discurso”. Lo cierto es que, por mucho que sufriesen los conversos en la
España del Antiguo Régimen, no se decidió expulsión alguna que completase la de
finales del siglo XV, y los historiadores han podido investigar el importante
papel que jugaron en no pocas profesiones.
Especialmente interesante es el trabajo de Irving Fine, “Una experiencia judía en la España del siglo XVII”, o el de José Antonio Ballesteros Díez, “Judíos en Mérida (siglos II al XVII)”. Por su parte María Ángeles Martín Romera ha publicado su “Antes de la libertad religiosa: El antisemitismo en España desde la Baja Edad Media hasta el siglo XVII”; y la muy interesante obra de Miquel de Espalza Ferrer, “Jesús entre judíos, cristianos y musulmanes hispanos (siglos VI-XVII)”. No se agotan aquí los ejemplos.
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