domingo, 7 de mayo de 2023

Los gatos negros de Maud

 

La imagen que figura abajo es un óleo sobre tabla obra de Maud Lewis (1903-1970), una mujer humilde, azotada por la enfermedad y por la vida, que según todos los testimonios fiables supo afrontar con entereza y constancia. Se trata de una de esas personas que tienen claro lo que quieren: no una vida convencional, sino llevar a cabo aquello en lo que creen y, con todas las dificultades, nos ha dejado una obra primorosa.

Pintaba sobre las paredes de su humilde casa, en los cristales de las ventanas, sobre tablas que habían sido desechadas, y sus temas eran simples en cuanto a la temática, pero ella sabía combinar los elementos y los colores para darles una vida que no tendrían en la realidad, en la naturaleza. Sus campos con plantas que se repiten incesantemente, las casas coloreadas con una luz particular, los árboles y sus hojas de colores caprichosos, los animales y los cielos rojizos, las bahías y el relieve que las circundan en su Nueva Escocia natal, con su mar azulado y las casas de los pescadores. Estos eran sus temas, ingenuos se podría decir, pero con una aura poética inherente a todo lo sencillo, lo que carece de artificiosidad.

No le pidamos a Maud simbolismos ni visiones oníricas, no le pidamos un vanguardismo que en ocasiones se agota en sí mismo, sin más trascendencia. Veamos su obra con los ojos de quien está dispuesto a volver a lo natural, al colorido de los dibujos infantiles. Maud Lewis supo aplicar los colores y dar forma a las cosas que veía a su alrededor; la podemos imaginar con su carácter apacible dedicada a pintar aquí y allá, a dejarse llevar por la última sensación que percibió su retina.

Nueva Escocia, en el extremo oriental de Canadá, tiene un clima frío y húmedo, y como esas islas que parecen abandonadas por la civilización, conservaba –en época de Maud- los paisajes naturales y las casas sencillas de los parajes aislados, las gentes dedicadas a la pesca, a los trabajos artesanos y a reconstruir permanentemente sus aperos. Todo ello lo vivió Maud y lo plasmó en su obra, como si no quisiera que nada de lo que le rodeaba se escapase, ni la propia atmósfera envolvente.

Y a fuerza de ingenuidad, Maud idealiza su Nueva Escocia, la hace colorista y alegre, viva y optimista, como en su “Lago entre los bosques”, sus escenas costeras con gaviotas, sus gatos blancos, sus gatos negros (abajo) expresivos y dispuestos en un orden natural. Los niños jugando en un día nevado, el campesino arando los campos, el coche de los turistas desde el punto de vista de la vaca en primer plano, los patinadores sobre hielo, los bueyes uncidos, el tren doblando una curva, las rocas y los objetos domésticos; y sobre todo flores, vegetación, prados verdes, cielos luminosos en una tierra tantos días cubierta por las nubes.

Maud tuvo un reconocimiento tardío y luego póstumo. Su obra inspira la honradez y la falta de ambición que presidió su vida, lejos de los círculos del arte y del bullicio ciudadano.  

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