La imagen que figura
abajo es un óleo sobre tabla obra de Maud Lewis (1903-1970), una mujer humilde, azotada por
la enfermedad y por la vida, que según todos los testimonios fiables supo
afrontar con entereza y constancia. Se trata de una de esas personas que tienen
claro lo que quieren: no una vida convencional, sino llevar a cabo aquello en
lo que creen y, con todas las dificultades, nos ha dejado una obra primorosa.
Pintaba sobre las
paredes de su humilde casa, en los cristales de las ventanas, sobre tablas que
habían sido desechadas, y sus temas eran simples en cuanto a la temática, pero
ella sabía combinar los elementos y los colores para darles una vida que no
tendrían en la realidad, en la naturaleza. Sus campos con plantas que se repiten
incesantemente, las casas coloreadas con una luz particular, los árboles y sus
hojas de colores caprichosos, los animales y los cielos rojizos, las bahías y el
relieve que las circundan en su Nueva Escocia natal, con su mar azulado y las
casas de los pescadores. Estos eran sus temas, ingenuos se podría decir, pero
con una aura poética inherente a todo lo sencillo, lo que carece de
artificiosidad.
No le pidamos a Maud
simbolismos ni visiones oníricas, no le pidamos un vanguardismo que en
ocasiones se agota en sí mismo, sin más trascendencia. Veamos su obra con los
ojos de quien está dispuesto a volver a lo natural, al colorido de los dibujos
infantiles. Maud Lewis supo aplicar los colores y dar forma a las cosas que
veía a su alrededor; la podemos imaginar con su carácter apacible dedicada a
pintar aquí y allá, a dejarse llevar por la última sensación que percibió su
retina.
Nueva Escocia, en el
extremo oriental de Canadá, tiene un clima frío y húmedo, y como esas islas que
parecen abandonadas por la civilización, conservaba –en época de Maud- los
paisajes naturales y las casas sencillas de los parajes aislados, las gentes
dedicadas a la pesca, a los trabajos artesanos y a reconstruir permanentemente
sus aperos. Todo ello lo vivió Maud y lo plasmó en su obra, como si no quisiera
que nada de lo que le rodeaba se escapase, ni la propia atmósfera envolvente.
Y a fuerza de
ingenuidad, Maud idealiza su Nueva Escocia, la hace colorista y alegre, viva y optimista,
como en su “Lago entre los bosques”, sus escenas costeras con gaviotas, sus
gatos blancos, sus gatos negros (abajo) expresivos y dispuestos en un orden
natural. Los niños jugando en un día nevado, el campesino arando los campos, el
coche de los turistas desde el punto de vista de la vaca en primer plano, los
patinadores sobre hielo, los bueyes uncidos, el tren doblando una curva, las
rocas y los objetos domésticos; y sobre todo flores, vegetación, prados verdes,
cielos luminosos en una tierra tantos días cubierta por las nubes.
Maud tuvo un
reconocimiento tardío y luego póstumo. Su obra inspira la honradez y la falta
de ambición que presidió su vida, lejos de los círculos del arte y del bullicio
ciudadano.
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